Job aborda un tema especialmente delicado de todos los tiempos. Nos referimos al problema del mal y, muy especialmente, el mal que recae sobre gente que es recta.
El libro de Job inicia en las Biblias cristianas una sección que se conoce convencionalmente como “sapienciales”, es decir, textos relacionados con la sabiduría.
Que el primero sea Job tiene no poca lógica y eso por varias razones.
La primera es que Job se sitúa en una época anterior a la Historia de Israel como nación en las cercanías del período de los Patriarcas.
Por lo tanto, puestos a recoger la herencia sapiencial, se trataría del primer libro.
La segunda es que no pocos autores judíos identificaron al autor de Job con el propio Moisés. Parecía, pues, obligado situarlo el primero de los libros sapienciales.
Finalmente, Job aborda un tema especialmente delicado para los sabios de todos los tiempos. Nos referimos al problema del mal y, muy especialmente, el mal que recae sobre gente que es recta.
El libro de Job aborda esa espinosa cuestión desde una perspectiva no sólo brillante en términos literarios sino muy profunda en los aspectos teológicos aunque debe adelantarse que nada relacionada con la visión popular de Job.
Es común en naciones como España hacer referencia a “tener más paciencia que el santo Job”, cuando lo cierto es que, como tendremos ocasión de ver, Job fue un gran cuestionador de lo que le rodeaba y planteó un desafío continuo a una visión religiosa – que no espiritual – del mundo.
El año pasado estuve enseñando sobre este libro a lo largo de casi ocho meses en reuniones semanales. Dado que se trató sólo de un acercamiento y no de un estudio versículo por versículo puede imaginar el lector la complejidad del texto y seguramente perdonará que le dedique más de una entrega.
También prometo que procuraré no extenderme en exceso llevado por el entusiasmo.
De entrada, el libro de Job plantea una situación que sólo el lector y el autor comparten y que es clave: lo que se juega en la historia es algo que ni Job ni sus amigos saben y que va mucho más allá de sus visiones limitadas.
Job era un hombre natural de Uz, la patria de la hija de Edom y del sobrino de Abraham (Génesis 22: 20-21). Uno de los amigos de Job, Elifaz, era descendiente de Temán, un nieto de Esaú (Génesis 36: 11) y otro, Bildad, descendía de Shuah, uno de los hijos de Abraham (Génesis 25: 2).
Pero, por encima de consideraciones geográficas o familiares, Job era recto y próspero, condiciones que para muchos deben ir ligadas indefectiblemente. La rectitud de Job se manifestaba incluso en el hecho de que ofrecía sacrificios expiatorios por sus hijos por temor de que hubieran podido ofender a Dios (1: 1-5). Con todo, no dejaba de ser un rico en una tierra pobre.
Un día, los “hijos de Dios” –uno de los términos para denominar a los ángeles– comparecieron ante Dios y entre ellos se encontraba el Satán, es decir, el Adversario u Opositor (1: 7). A la referencia a Job como hombre recto realizada por Dios, le faltó tiempo a Satán para señalar que es fácil ser recto cuando todo va bien (1: 9-10).
La objeción satánica, desde luego, la hemos escuchado en infinidad de ocasiones. Creer en Dios e incluso vivir según Sus mandatos no parece que sea gran cosa cuando la economía doméstica funciona bien y además la familia es una balsa de aceite. Pero ¿qué sucedería si a esas personas que afirman ser creyentes se les privara de esa situación que, desde muchos puntos de vista, es privilegiada?
Satán le planteó la misma cuestión a Dios y, por añadidura, le indicó que no había duda de que Job blasfemaría si perdiera todo (1: 11).
En otras palabras, la cuestión que se plantea es: ¿en verdad habrá gente que siga siendo fiel a Dios si experimenta pérdidas en su economía, en su salud, en su familia…? De manera bien reveladora, Dios consintió que Satán verificara sus tesis en Job, aunque sin permitirle que lo hiriera directamente (1: 12).
El Satán no pasó el límite, pero lo aprovechó hasta el final. En una serie de golpes consecutivos (1: 13-21), aniquiló la familia de Job y su prosperidad. La reacción de Job no fue, sin embargo, de rebeldía contra Dios. Por el contrario, recordó que a esta vida nada traemos y de ella nada podemos llevarnos y no pronunció una sola palabra negativa contra Dios (1: 20-22).
Como era de esperar, el Satán no quedó conforme con aquel resultado. En otra comparecencia posterior de los hijos de Dios, pudo escuchar cómo Dios mencionaba la integridad de Job (2: 3). El Satán se apresuró a decir que no era mucho teniendo en cuenta que conservaba no sólo la vida sino también la salud. Si Dios dañaba el cuerpo de Job tendría ocasión de ver cómo blasfemaba (2: 4-5).
Una vez más, Dios aceptó el desafío del Satán y le permitió atacar a Job a condición de no quitarle la vida (2: 5). El resultado fue una enfermedad cutánea que le cubrió todo el cuerpo y que, posiblemente, tuviera como consecuencia el que perdiera las uñas y tuviera que rascarse con un trozo de teja (2: 7-8). La mujer de Job –que mejor o peor había aguantado hasta entonces la situación– ahora la encontró insoportable.
Aquel hombre se había convertido en alguien al que ni siquiera se podía tocar con la punta de un dedo sin miedo a contagiarse. No puede sorprender que considerara que lo mejor que Job podía hacer era maldecir al Dios que permitía aquello y después morirse. A fin de cuentas, la señora de Job, como tantos otros, pensaba que merecía la pena servir a Dios si de ello se derivaban beneficios tangibles. De no ser así…
Job, por el contrario, creía que el bien o el mal que experimentamos en nuestra existencia no deberían alterar nuestra posición hacia Dios (2: 10). En cualquier caso, la realidad es que se había quedado totalmente solo. Más le hubiera valido seguir así porque tres amigos –Elifaz el temanita, Bildad el suhita y Zofar el naamatita– aparecieron para consolarlo y, como tendremos ocasión de ver, lo sometieron a una verdadera tortura espiritual.
Los amigos de Job –lo veremos en otras entregas– intentaron interpretar su situación de acuerdo a prejuicios religiosos profundamente arraigados. Elifaz creía en una interpretación mística de la vida (4: 12-16); Bildad, en la tradición (8: 8-10) y Zofar en el dogma. Como tendremos ocasión de ver, ninguna de esas tres visiones – a pesar de su presencia profusa en la Historia de las religiones – dará respuesta a Job. Pero será ya otra semana.
Lectura recomendada: Capítulos 1 y 2 de Job.
Continuará
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