Para hacer justicia cualquier tribunal necesita imperiosamente descubrir primero cuál es la verdad.
Entre la multitud de contradicciones que tenemos los seres humanos está la de negar la existencia de la verdad objetiva, por un lado, y la de reconocer la necesidad de la verdad en cualquier campo de las relaciones humanas, por otro. Es decir, mientras estamos listos para combatir con toda suerte de armas todo intento de propuesta de una verdad absoluta, llamando dogmático, intolerante y estrecho al que intente hacerlo, por otro lado no nos queda más remedio que admitir que sin la verdad es imposible vivir. Por ejemplo, en las transacciones económicas se parte del principio de buena fe entre las partes para hacer negocios, lo cual implica la presunción de la transparencia para poder cerrar tratos. Nadie querrá hacer nada con alguien, a sabiendas de que hay engaño por medio. El fraude y la mentira son contrarios a cualquier entendimiento, incluso en un mundo tan poco idealista y romántico como es el de los negocios.
Para hacer justicia cualquier tribunal necesita imperiosamente descubrir primero cuál es la verdad, de entre todas las opiniones, afirmaciones y testimonios que se le presentan sobre el caso, siendo imposible emitir una sentencia conforme a derecho si primero no se ha llegado a esclarecer la verdad de lo juzgado. El acusado tendrá su versión y el acusador la suya, pero el juez no puede conformarse con versiones parciales e interesadas sino que su tarea consiste en sacar a la luz verdad imparcial y a partir de ella dictar sentencia.
Resulta llamativo percibir que aunque vivimos en tiempos de infinita tolerancia hacia todo y hacia todos, hasta el punto de que aprobamos hasta lo más abominable, sin embargo, llegado el momento, todos demandamos que se respete la verdad, especialmente si, al no hacerse, salimos perjudicados. Porque ¿qué cónyuge, por más tolerante que sea, está dispuesto a consentir que su compañero o compañera le engañe? ¿Podrá una relación, por más liberal que sea, perdurar en el tiempo si hay doblez por medio?
Todo esto nos lleva a la conclusión de que la verdad es necesaria, no como una bella teoría simplemente, sino como el ingrediente esencial que sostiene las relaciones humanas. Y de ahí llegamos a descubrir una característica primordial que la verdad tiene y es que es confiable. En la verdad se puede confiar y creer, porque tal confianza no será decepcionada ni traicionada. Por eso se puede edificar sobre ella con seguridad. Inversamente, la mentira es desconfiable por definición; de ahí que nada pueda construirse sobre ella.
Además de la credibilidad que la verdad posee, también tiene otra característica inherente y es que es única. Mientras que el error es múltiple, la verdad es una. Entre los intentos de falsificación más comunes que existen está el que se efectúa con el dinero. El dinero auténtico de una nación tiene unas cualidades que le hacen ser tal, habiendo una matriz original de moneda y billete, de acuerdo a la cual todos los demás billetes y monedas de curso legal han de ser copias exactas, no pudiendo darse el caso de que haya una clase de dinero que se parezca, más o menos, o se acerque, en alguna medida, al genuino, pues si así fuera se abriría la puerta para que se produjera la bancarrota económica, al poder cada cual acuñar dinero que se asemeje al auténtico.
En otro orden cosas, cualquier marca comercial es muy celosa de su producto, persiguiendo las falsificaciones que corrompen las cualidades únicas que conforman el producto verdadero. Precisamente la noción de homologación, corriente en el mundo de la industria, surgió para preservar lo verdadero. Así pues, hasta algo tan prosaico como es el dinero o la marca comercial nos enseñan la unicidad de la verdad, unicidad que descarta la tolerancia hacia el engaño.
Pero la verdad, para serlo, ha de ser anterior a nosotros, porque si fuera posterior sería una fabricación nuestra, que es precisamente la encerrona en la que nos ha dejado el confusionismo-postmodernismo actual. Si es fabricación nuestra, cada uno es libre de hacerla a su gusto, con lo cual llegamos al inevitable embrollo de "verdades" que se compran y se venden en el mercado de ideas occidental.
Ahora bien, si la verdad es anterior a nosotros entonces quiere decirse que su origen está en Dios. Y eso es precisamente lo que enseña el pasaje que dice: 'La suma de tu palabra es verdad.'i La palabra es la expresión del carácter. Y si aquí estamos ante una palabra verdadera quiere decirse que quien la ha emitido también es verdadero. El vocablo traducido como suma indica totalidad, como si dijera, toda tu palabra es verdad. Pero también se podría haber traducido por principio en lugar de suma, con lo cual diría que el comienzo u origen de tu palabra es verdad. Y si es verdad el comienzo, entonces todo lo que a continuación mana de ese comienzo también es verdadero.
Sí, la verdad es necesaria, es confiable, es única y es anterior a nosotros. Está en Dios y en su palabra. Está en quien dijo: 'Yo soy… la verdad.'ii
i Salmo 119:160
ii Juan 14:6
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