La ciencia-ficción ha tenido siempre una cierta predilección por los temas teológicos. En vez de ver el mundo tal y como es, ha indagado siempre sobre las últimas cuestiones – ¿de dónde venimos?, ¿hay un Creador?, ¿quiere destruirnos?, ¿puede salvarnos? –. Hace treinta años que Ridley Scott se preguntaba si “en el espacio, nadie puede oír tus gritos” (Alien, 1979) y si el Creador puede darnos la inmortalidad (Blade Runner, 1982). Ahora se interroga sobre quién es Él y cuál es el origen del mal (Prometheus, 2012). Si esto no es teología, ¡ya me dirán lo que es!
“He tenido que volver a preguntarme en qué creo, si creo en Dios y qué fe tengo” –dice la actriz Noomi Rapace–. Cualquiera que piense en esta película, saldrá con las mismas interrogantes: ¿de dónde venimos?, ¿hay un alma, una vida después de la muerte?, ¿algo más allá del mundo natural, un Dios? Y si lo hay, ¿por qué nos ha dejado?, ¿es bueno?, ¿puedes creer en Él, cuando todo va mal?, ¿o negarlo es sólo una forma de intentar escapar a su autoridad moral sobre nuestras vidas?
Eso es lo que hace a esta historia profunda. Provoca y desafía planteamientos simples, para hacernos buscar nuestras propias respuestas.
Lo bueno de Prometheus es que no sólo se cuestiona si existe Dios y de dónde venimos, sino que se atreve a preguntar: ¿qué ocurre, si cuando encontramos a Dios descubrimos su ira?
HUELLAS DEL CREADOR Estamos en el año 2089. Dos arqueólogos –Rapace y Marshall-Green– encuentran un pictograma en una cueva de la isla de Skye en Escocia. La imagen tiene relación con otros dibujos similares en otras partes del mundo, que muestran como un mapa estelar, que nos invita a entrar en contacto con nuestros creadores. Un multimillonario moribundo –Guy Pearce– financia la misión, llevando un grupo de científicos a borde de la nave Prometheus. Su propósito es que puedan descubrir de dónde venimos y a dónde vamos, después de morir.
El trasfondo de arqueología-ficción nos recuerda inmediatamente la obra de Erich Vön Daniken, el autor suizo-alemán que tantos libros vendió en los años setenta, sobre las supuestas evidencias de extraterrestres en la antigüedad. Es él quien apunta la posibilidad de que ellos tuvieran algo que ver con la creación de la especie humana. Los extraterrestres que los tripulantes de
Prometheus esperan encontrar, son alienígenas humanoides, que llaman “los ingenieros”.
La película plantea, por lo tanto, un tema tabú en círculos científicos, como es el del diseño inteligente, llegando a hacer incluso bromas sobre Darwin. En una entrevista con un diario de Filadelfia, el director británico se apresura a declarar que no tiene nada en contra del darwinismo, pero que fue monaguillo en la iglesia y cantaba en el coro. Scott se sitúa así entre la ciencia y la religión. Los foros de Internet están llenos de debates entre cristianos y ateos sobre la película, pero esta es una historia abierta, sin conclusiones.
COSMOGONÍA DEL MAL
Prometheus es la precuela a una mítica película británica de finales de los setenta, Alien, el 8º pasajero, basada en clásicos norteamericanos de los años cincuenta y la peculiar estética del surrealista suizo H. R. Giger, junto al dibujante francés Moebius. Scott nunca la consideró una historia de ciencia-ficción. Muchos la ven como una obra de terror, pero el director inglés la ha calificado siempre de
thriller.
La estructura de ambas películas es similar, como observa Ángel Sala: una expedición espacial, encabezada por una doctora y manipulada por una gran corporación, que oculta sus verdaderos intereses a través de un avanzado androide –el genial Michael Fassbender–. La tesis recuerda, sin embargo, al clásico de Stanley Kubrick, 2001: Una odisea del espacio (1968), por su teoría del monolito y el ordenador H.A.L. El guionista es el autor de la serie de televisión
Perdidos –Lindelof–.
El tema de Prometheus es el dominio del mal, de la destrucción y el horror en el universo. Frente al paraíso ecológico y espiritual de
Avatar, Scott nos muestra un futuro oscuro y terrorífico.
La heroína del film es una creyente con un padre que parece médico misionero. La muerte violenta de él –contada en un confuso sueño–, desafía su fe, pero lleva una cruz al cuello, cuya perdida y recuperación es clave para entender la historia. No es extraño, por lo tanto, que haya cristianos entusiasmados con la película.
BUSCANDO A DIOS EN EL LUGAR EQUIVOCADO
Tenemos que darnos cuenta, sin embargo, que a pesar de las referencias cristianas de la película –la cruz, el árbol de Navidad, el lavamiento de pies–, el ser humano puede no ser una creación deliberada de “los ingenieros” de Prometheus, sino algo accidental –como sugiere el enigmático inicio de la película, cuando un alienígena se disuelve molecularmente en un mundo desconocido–. Creer en el diseño inteligente no es lo mismo que creer en Dios.
La doctora Shaw es descrita como “una verdadera creyente”. Ella cree que “los ingenieros” existen y que nos han creado. En eso estaba en lo cierto, pero sin embargo se equivocó cuando pensó que ellos tienen la respuesta a nuestros problemas y pueden ayudarnos –como observa Gabriel McKee, autor del libro
El evangelio según la ciencia-ficción–. Prometeo es un semidios que desafía a los dioses, abusando de sus poderes –en su caso, el fuego; en el nuestro, la tecnología–.
Cuando a uno de los personajes le preguntan por qué tiene tanto interés en contactar con los alienígenas, les contesta: “para conocer a mi creador”. Su explicación es tremendamente sugerente: “si ellos nos han hecho, seguramente pueden salvarnos, ¡a mí, por lo menos!”. Su incrédulo interrogador le pregunta: “Salvarte, ¿de qué?”. La respuesta no puede ser mejor: “de la muerte, por supuesto”.
VIDA ETERNA
Como en Blade Runner, encontrar a nuestro Creador es buscar la vida eterna. Lo que Scott entiende que “es la idea que transmiten las religiones judeocristianas”, es que “la vida eterna se genera en tu evolución, como individuo a través de tus hijos”. Es obvio que el tipo de iglesia que el director ha conocido no es particularmente bíblica. No es sorprendente que diga entonces: “claro que eso no es lo que uno quisiera escuchar”. Ya que como él dice: “no nos basta con ser inmortales a través de nuestros hijos”.
Para los verdaderos cristianos, la vida eterna es conocer a Dios a través de su Hijo, Jesucristo (
Juan 17:3), resucitando con Él a una nueva vida en la carne (2
Corintios 4:14). No es darles a tus hijos una herencia que se mantenga en su memoria, sino una vida real en un cuerpo renovado, como el de Cristo, al levantarse de los muertos (2
Corintios 4:14). Cristo no da otra vida que no sea eterna.
¿UN PADRE EN LOS CIELOS?
Los hermanos Scott –Tony era también director, pero se suicidó hace poco, al entrar en un estado terminal de cáncer–, se criaron prácticamente abandonados por su padre, un coronel del ejercito británico. Ese extrañamiento se ve en la forma como el
replicante de
Blade Runner busca a su diseñador. Cuando lo encuentra, le suplica: “quiero más vida, padre”. Al no poder cumplir sus demandas, frustrado y airado, le mata. De igual forma, en
Prometheus, Vicker –Charlize Theron– está alejada de su padre. El androide le dice: “¿no queremos todos ver morir a nuestros padres?”.
La pregunta de esta película no es quién nos ha hecho, sino por qué quiere matarnos.
Scott tiene razón en pensar que el Creador tiene algo contra nosotros, pero Él no es el Padre ausente que ha conocido en su infancia. El Dios trino, que nos presenta la Biblia, está presente y activo en el universo, que sostiene por su Palabra, buscando el bien eterno de sus hijos. Es más, ha dado su vida por una creación rebelde, que no merece ser librada de la destrucción eterna.
¿Quién podrá soportar la ira de Dios?, se pregunta Nahum. Es como un fuego abrasador. Las rocas se hacen pedazos ante Él (1:6). Tal y como somos, no podemos permanecer ante Él (
Salmo 76:7). La buena noticia es que Él ha sufrido su ira por nosotros. Su sacrificio no es comparable al de ninguno de estos personajes de la película, que dan la vida por sus amigos.
Él murió por sus enemigos, aquellos que estaban enfrentados contra Él. ¡Mayor amor no existe en el universo! Tal entrega nos libera y da vida eterna.
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