,... hay un estanque llamado en hebreo Betzatá. Tiene cinco pórticos,en los que, echados en el suelo, se encontraban muchos enfermos, ciegos, cojos y tullidos.Había entre ellos un hombre enfermo desde hacía treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio allí tendido y supo del mucho tiempo que llevaba enfermo, le preguntó:
–¿Quieres recobrar la salud?
El enfermo le contestó:
–Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se remueve el agua. Para cuando llego, ya se me ha adelantado otro.
Jesús le dijo:
–Levántate, recoge tu camilla y anda.
En aquel momento el hombre recobró la salud, recogió su camilla y echó a andar. Pero como era sábado,los judío dijeron al que había sido sanado:
–Hoy es sábado; no te está permitido llevar tu camilla.
El hombre les contestó:
–El que me devolvió la salud me dijo: ‘Recoge tu camilla y anda.’
(Juan 5:3,11)
Los que no aceptan la verdad de Dios la rebaten con sus propias verdades.
Los judíos, al ver el prodigio dijeron:
No te está permitido llevar tu camilla en sábado. Pero después de sufrir la enfermedad durante treinta y ocho años y ser consciente de que nunca recibiría el milagro, aquel hombre no se dejó dominar por normas establecidas. Se llenó de convicción y valentía. Perdió el miedo y no pudo acatar el mandado de la ley del sábado.
Conocía bien su pasado y empezaba a experimentar su futuro. No estaba dispuesto a obedecer a nadie más que a quien le había curado, a aquél que supo quitar su mirada de la tradición que había sobre el estanque y dirigirla hacia su persona.
Porque eso hace Jesús, apartar nuestra mirada de la esperanza errónea y mostrarnos la manera de dirigirla hacia él. El enfermo entendió lo absurdo que había sido esperar tanto tiempo a que se agitaran las aguas, aguardar la bajada del ángel caprichoso a ejecutar un sólo milagro, a curar al más rápido y con toda crueldad dejar en penuria a todos los demás.
Los de salud débil, los ciegos, cojos y tullidos confiaban en el poder del agua, su obsesión estaba en mirar fijamente cualquier movimiento anómalo y ver al ángel. ¿Existían aquellos milagros? ¿Formaban parte de las leyendas del pueblo?
Los presentes esperaban el milagro también en sábado, por eso estaban allí. ¿Conocía el ángel el dictamen? ¿Cuántos estaban dispuestos a romper el sábado echando a correr para meter a algún afectado en el estanque?
Las leyes insulsas prohíben recibir las bendiciones fuera de tiempo. Prohíben milagros si no los hace este o aquel porque conviene. Controlan, arrebatan la libertad.
Jesús pasa, sana y libera a todos aquellos desamparados que no tienen a nadie que les ayude cuando la esperanza se agita. Sí, Jesús, el que hace milagros y pide permiso antes de fortalecer al enfermo porque respeta la libertad humana. El mismo que aparta el concepto teórico de la vida y nos anima con su ejemplo a hacer el bien todos los días del año a cualquier hora.
El que antes era transportado en camilla, la carga ahora como testimonio vivo del cambio. El que dependía de los demás para ser traído y llevado de un lado a otro porque es autónomo física y espiritualmente. El que por años mantenía la ilusión fija en el punto equivocado y la esperanza en la velocidad de la torpeza de los pies ajenos, ha madurado, mira ahora a Jesús y cree en él por encima de todo. Había en el tullido una disposición al cambio. Había estado aferrado al error pero en cuanto Jesús se acercó confió en él.
¿Por qué Jesús no sanó a todos los demás que estaban presentes? Quizás por su falta de fe, porque según la medida de ella así actúa el Señor. Quizás debido a la cortedad de sus mentes. Esperaban un solo milagro y eso fue lo que obtuvieron. Otro ejemplo más, otro ánimo más para pedir que nos aumente su esperanza en él, otro incentivo más para que nuestra fe sea, no como una semilla de mostaza, sino mucho mayor.
En una ocasión dijo el Señor:
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Con este milagro parece decirnos:
Si alguno, de la manera que sea, ha vuelto los ojos hacia mí, ha experimentado mi poder, rompa con sus ataduras, levántese, recoja su vida, avance libre y sígame.
Ya no hay sujeción a las cadenas puestas por los hombres. Las imposiciones no ejercen ninguna fuerza sobre él. Los charlatanes pierden su voz, pues sus maldades no serán oídas por los que han sido favorecidos, porque Jesús desvía el rumbo de la mirada del necesitado y le orienta. Le saca de su error y le conduce hacia la verdad, hacia él.
Después del milagro recibido no cabe retroceso.
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