¿Llevará esta tendencia peligrosa a la marginalización social o incluso la ilegalización de ciertas cosmovisiones como la cristiana evangélica, en los próximos años? Algunos expertos opinan que, aunque parezca una paranoia, el riesgo sí está ahí.
Muchos lectores habrán visto la noticia y el vídeo de los evangélicos (identificados como pastores) agredidos en Seattle, EEUU. Se habían acercado al lugar en el que miles celebraban el Día del Orgullo Gay. El vídeo es de 2013, pero algunas páginas web lo volvían a publicar estos días, por la actualidad del debate sobe la libertad de expresión.
¿Es sabio ir a una celebración LGBT con pancartas en las que se dibujan llamas de fuego y se leen mensajes como “arrepentíos o iréis al infierno”?
Podemos comprender el pesimismo de muchos líderes evangélicos estadounidenses (Piper, Graham, Wood, Mohler…), que llaman al propio presidente Obama a cambiar de dirección para “evitar el castigo de Dios”.
Aunque en nuestro contexto seguramente nos identificarnos más con las voces europeas que recuerdan que en una democracia las leyes las aprueba las mayoría, y que los cristianos debemos seguir viviendo como “Good News people” (personas de buenas noticias), mientras defendemos firmemente el derecho fundamental de la libertad de expresión de todos los ciudadanos, incluida la nuestra.
Prácticamente todos coincidiremos en que la ‘actividad evangelística’ de los dos pastores de Seattle no era muy sabia. Es comprensible que los manifestantes de la marcha LGBT lo interpretaran como una provocación.
Si el objetivo de estos pastores era que las personas allí reunidas conocieran la visión bíblica de la sexualidad, ¿no había formas más adecuadas de hacerlo? Como explica la autora genuinamente cristiana Alex Tylee en su libro “Mi amigo es homosexual” desde su propia experiencia como persona que ha vivido atracción a personas del propio sexo, un diálogo real y profundo con alguien que ve la sexualidad como elemento central de su identidad personal sólo se consigue en un contexto de confianza mutua, sin estridencias ni ataques gratuitos.
Dicho todo lo anterior, ¿está justificada la agresión que vemos en el vídeo? No, claro que no. Vemos que los dos hombres son increpados, después rodeados y zarandeados, y al final, agredidos por varias personas. Una agente de policía explica al final del reportaje de la televisión local que las imágenes hablan por sí solas y servirán para inculpar a los agresores.
Es interesante como la propia comunidad gay ha difundido en las últimas semanas sus propios vídeos de predicadores de la calle, que recibían “lecciones de amor”. Está por el ejemplo el vídeo de la niña que responde a uno de estos pastores. Tiene 7 millones de visitas.
En cambio, las imágenes de Seattle no ayudan tanto al mensaje de #LoveWins, del “amor gay que vence al odio”. Así que nadie espera que este vídeo se convierta en viral. No es suficientemente estético.
Surgía la pregunta en la redacción de P+D: ¿Cómo reaccionarían los medios de comunicación si la situación de Seattle se hubiera dado en un contexto diferente? Una celebración a favor de la vida, por ejemplo. Familias al completo, niños con globos y un ambiente de fiesta. Si aparecieran dos activistas de ‘Femen’ exhibiendo sus mensajes. Imaginen que los provida lo consideran una provocación y una minoría toma la decisión equivocada de insultarlas, zarandearlas y hasta agredirlas físicamente. Si la sola aparición de las activistas semidesnudas ya produce titulares de portada en los periódicos españoles, ¿qué medio no difundiría la agresión?
En una entrevista reciente, Jaume Llenas se mostraba preocupado por el retorno de ciertos tics autoritarios en las sociedades europeas. “En Europa cuestionan a quien cuestiona el pensamiento único”, decía. Argumentaba que en el viejo continente nos sentimos tremendamente orgullosos de nuestra pluralidad, excepto cuando “alguien es plural de una forma en la que no nos gusta”.
“Hay un tremendo riesgo de recortar la libertad de opinión a través de leyes que quieren acallar a cualquier que no esté de acuerdo con el colectivo LGBT”, añadía.
Tenemos ejemplos recientes de esto. Resulta difícil expresar una opinión que no coincida exactamente con la del movimiento LGBT cuando la red social en la que ibas a actualizar tu estado ha cambiado su logo corporativo a la bandera arco iris, como ha pasado estos días con Facebook, Vimeo, Youtube... O no deja de ser algo incómodo explicar tu apoyo al concepto tradicional de matrimonio en espacios públicos en los que ondea la bandera del movimiento gay.
En estos últimos años, los mensajes LGBT han sido agresivos en ocasiones: colectivos usando plataformas en internet para insultar y apuntar a la redacción de Protestante Digital por decantarse por una posición bíblica. O campañas de ‘ataque y derribo’ en Twitter contra políticos que defendían su visión del matrimonio.
Pero en cualquier facultad de Comunicación se aprende que los mensajes que realmente van a virar la forma de pensar de una mayoría social deben expresarse de formas más sutiles. Una narrativa emocional que explica historias personales, para vincular una ideología concreta al sentido común de todos los ciudadanos, empujando así hacia los márgenes de lo “retrógado” u “homófobo” a todos aquellos no se unan a la ola de opinión.
¿Llevará esta tendencia peligrosa a la marginalización social o incluso la ilegalización de ciertas cosmovisiones como la cristiana evangélica, en los próximos años? Algunos expertos opinan que, aunque parezca una paranoia, el riesgo sí está ahí.
“No queremos ser conocidos como cristianos que luchan con el gobierno cada vez que las leyes no están de acuerdo con la Biblia. Tenemos que aceptar las leyes porque aceptamos que estamos en una democracia”, comenzaba diciendo en una entrevista reciente Clément Diedrichs, líder evangélico francés. Pero a la vez “hay que luchar por la libertad de expresión y de conciencia, es una asunto prioritario”, concluía.
“Es preocupante si tener una opinión diferente sobre la sexualidad está siendo criminalizado (el discurso del odio, las acusaciones de homofobia, etc.)”, añadía el suizo Thomas Bucher, secretario general de la Alianza Evangélica Europea. Si un ciudadano cumple las leyes, respeta y tolera a las personas con una visión diferente a la suya e invita a cualquier persona (sea cual sea su religión, ideología o tendencia sexual a su comunidad…) y aún así es apuntado y marginado, entonces es que algo va mal.
En los últimos 12 meses, algunos cristianos han perdido casos en los tribunales por mantener su propia visión de la sexualidad en sus negocios privados (Irlanda del Norte), mientras que un parlamento con larga Historia como el de Cataluña aprobaba una ley que hace obligatoria la promoción de la ideología LGBT en colegios, centros sanitarios, competiciones deportivas, e impulsa comités de seguimiento con capacidad de sanción que vigilarán a empresas y medios de comunicación que no muestran “una visión positiva” del hecho gay.
¿Favorece esto a un clima inquisitorial que puede llevar a agresiones (no necesariamente puñetazos, como en Seattle)?
Esperemos que no. Pero si se repitieran este tipo de acciones, sería necesario pedirle al lobby gay que no se esconda, que sea el primero en defender la libertad de expresión y de conciencia de todos los ciudadanos. La de todos.
Especialmente al tener en cuenta que ellas mismas, las personas homosexuales, fueron perseguidas, marginadas y agredidas en el pasado, aquí en España. Tuvieron que luchar para ser respetadas y poder expresar sus ideas libremente en el espacio público. De la misma forma que tuvieron que luchar por sus derechos otra minoría, por cierto, la evangélica. ¿Qué sentido, pues, tendría ahora que esta misma comunidad gay sea la que jalee la marginalización de quienes, desde el respeto, no comparten sus ideas?
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