Percepciones

Sumergida entre la niebla se vislumbra a lo lejos la ciudad. En la distancia, en su ir y venir, no se advierten las personas. No obstante, es sabido que la vida fluye y alborota las calles llenas de comercio. En cada ser que por allí transita hay un hervidero que borbotea dentro, algo que no se observa en la distancia. Quizás por eso se juzga a la ligera todo aquello que ignoramos. Nos encumbramos e intentamos con poder inusitado dirigir vidas ajenas, rectificar sus caminos porque no nos parecen rectos.

La ciudad se ve más cerca ahora. Pocos kilómetros nos separan. Aparece claro lo que antes estaba oculto. Pronto la alcanzaremos. A poca distancia se advierten más detalles. Cuánto más nos acercamos, más se aclara la visión. El entendimiento se hace lúcido. Nuestra percepción primera cambia de modelo.

Llegamos. Al mismo tiempo que nosotros aparece el sol haciendo acto de presencia. Borra con sus rayos la capa espesa y blanca de la niebla. Ilumina. Calienta. Une. Congrega. Alegra.

Nos movemos en pleno corazón. Aquí estamos. Existe una espesura de vivencias atrapadas en las ramas de estos árboles que de ninguna manera logran descolgarse. Las elucubraciones pasadas se esfuman. Desaparecen porque, como algo más formamos parte del paisaje, de su común latido. Nos cuidaremos más al juzgar. Al estar aquí cualquier cosa nos afectaría en lo más íntimo. Volvemos la mirada hacia el camino que hasta aquí nos trajo. Sonreímos pensativos. Reflexionamos. La vida de uno mismo ha de ser en el cambio la primera.