Soñar naturaleza en un país de cemento

¡Mis plantas queridas me vuelven loca! 

Con el paso de los años, con el fin de paliar todo el cemento que nos asedia, me he rodeado de helechos, geranios, rosales, dompedros, azucenas, jazmines blancos y amarillos, madreselvas, yucas, pies de elefante, costillas de Adán y también cactus. Tan enamorada me tienen que hago injertos de colores inventados. De tal forma las entremezclo que paren híbridos de rosales rojos que se vuelven blancos con lunares morados si hay luna llena. Del amarillo aparecen rosas de color naranja ralladas en verde si está nublado. Las hortensias multicolores, importadas de China, se vuelven moradas, azules, rosas, blancas o color cereza si las coloco a la sombra con mucha humedad. 

Otra planta llamada Susana de ojos negros, echa las flores mezcladas, unas con los ojos negros y otras con los ojos verdes. De forma que cuando dos de sus ojos coinciden y son de colores diferentes, parecen que guiñan; otras veces que están bizcas y otras que duermen.

La Esparraguera vasta se esfuerza en molestar a la fina y la ofende con el viejo refrán “hazte para allá que me ensucias, como la sartén le dijo a la alcuza”.

Una vez, en mi afán de prolongar la vida, sembré un trozo de raíz que encontré en la calle. En dos meses creció tanto que casi ocupaba todo el terreno viendome obligada a llamar a los Servicios Operativos de Parques y Jardines del Ayuntamiento, para que sacasen aquél árbol de mi casa. Según los jardineros, era un Azufaifo Jujube. Ahora puedo verlo crecer con total libertad en los jardines de la Casa de la Cultura. Sus frutos, entre septiembre y octubre, son la mar de originales.

Por las paredes de ladrillos vistos de mi balcón, arañan enredándose las madreselvas,  la flor de la cera y  las yedras. Las gitanillas sólo asoman sus sofocadas flores entre ellas.

Mi maceta de Dondiego de Día, enlaza sus flores abiertas las veinticuatro horas, lo que he conseguido dejándole al anochecer la luz encendida.

Tengo tal batalla campal por proteger la plantas que no hay grieta entre ladrillo y ladrillo que quede a la intemperie. Y es que me vuelven tan loca que no sé ya cuales son sus verdaderos nombres. No sé cuando es invierno o verano, ni que forma o color tendrá la próxima flor que nazca.

Por eso, cuando me crece la nostalgia por ti, Naturaleza perdida en este país de cemento, tomo asiento entre ellas en mi balcón abierto, y es cuando en tu vientre existo, en tu almenada tarde, en tu descanso, en el útero de tus nacimientos^*..., esperanzada a que me digas, como en el deshojar de las margaritas, si hoy me quieres o me dejas de querer.

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^*Cuando en tu vientre existo, en tu almenada tarde, en tu descanso, en el útero de tus nacimientos es un verso de Pablo Neruda, aparece en su libro Canto General, poema XVIII América. Club Bruguera.

5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente.