En la manera de describirlo, la mitología griega hace del Hades un lugar mucho más tenebroso que los textos bíblicos.
Hades fue hijo de Cronos, dios del cielo, y de Rea, diosa de la tierra. Entre sus hermanos se contaban Zeus y Poseidón.
No obstante ser una de las grandes divinidades helénicas, es el más sombrío de todos los dioses. En la mitología griega Hades alude tanto al antiguo inframundo, el infierno, como a su dios.
Según Hesíodo, la pareja primaria en el origen de la mitología fueron Cronos, el Urano latino, y Rea. De ellos derivaron doce poderosos Titanes, seis masculinos y seis femeninas, conocidas como Titánides. Dice la leyenda que Zeus luchó contra los Titanes, los derrotó y de sus restos calcinados surgió la raza humana.
Vencidos los Titanes, los tres hermanos se unieron para el reparto y gobierno del mundo. Zeus tomó para sí el cielo, Poseidón el mar y Hades el inframundo. La tierra firme quedaba disponible para los tres de manera conjunta.
Hades está representado como un varón horriblemente feo, taciturno, rostro feroz, ceñidas las sienes con una corona de hierro con rayos agudos. Cuando no está sentado en el trono anda en su carro de tres ruedas tirado por tres caballos negros. A sus pies el perro Cerbero, de tres cabezas, cuya garganta, en vez de pelo, estaba erizada de serpientes. Horacio le da cien cabezas, Hesíodo cincuenta, pero lo más común es representarle con tres. Sus dientes negros y cortantes penetraban hasta el tuétano de los huesos, causando un dolor tan vivo que ocasionaba una muerte repentina.
El gran poeta griego que fue Hesíodo, siglo VIII antes de Cristo, muchas veces citado en esta aproximación a la mitología griega, describe así en la TEOGONIA al monstruoso perro:
“Allí están las sonoras moradas del dios subterráneo (del robusto Hades y de la terrible Perséfone), y delante vigila un terrible perro despiadado, y que tiene artes horribles: a los que entran los saluda a la vez con la cola y con ambas orejas, pero no les deja salir de nuevo, sino que, espiando, se come al que sorprende saliendo de las puertas”.
Digno acompañante de quien era el dueño del infierno.
Hades, como los demás dioses, quería casarse. Pero no encontraba mujer, ni diosa ni mortal, que quisiera vivir en tan lúgubre morada. Desesperado, opta por raptar a Perséfone, hija del propio Zeus y de Deméter y por lo tanto sobrina suya.
Cuando tratamos sobre Deméter describimos las circunstancias del rapto. Perséfone, que entre los romanos recibió el nombre de Proserpina, era una joven y bella divinidad que nunca había pensado en el matrimonio. Su única pasión eran las flores. Una mañana primaveral andaba embelesada contemplando los narcisos floridos. Una hermosa flor atrajo su atención. Cuando quiso arrancarla se abrió la tierra. Entonces apareció Hades, la abrazó fuertemente, la montó en su carro y se la llevó al palacio que ocupaba en el inframundo, convirtiéndola en su esposa y nombrándola reina de las sombras.
En la teología bíblica “Seol” es la traducción hebrea del griego Hades, que también se le denomina por este nombre: “del estruendo de su caída hice temblar a las naciones, cuando las hice descender al Seol con todos los que descienden a la sepultura” (Ezequiel 31:16).
“Todos los que descienden a la sepultura”, a saber buenos y malos. El Seol bíblico, como el Hades griego, es la mansión de los difuntos. Aquí, tal como enseña el Nuevo Testamento, existen dos lugares definidos por el Señor: el “castigo eterno” para los malos y “la vida eterna” para los justos (Mateo 25:46). El texto de Lucas 16:19-31 expresa con más precisión la diferencia existente en el más allá entre justos e injustos. En el último libro de la Biblia se describe poéticamente la Muerte y el Hades. Dice Jesús que Él tiene “las llaves de la Muerte y el Hades”. En los últimos tiempos, Muerte y Hades serán lanzados “al lago de fuego” (Apocalipsis 1:18; 6:8; 20:13-14).
En la manera de describirlo, la mitología griega hace del Hades un lugar mucho más tenebroso que los textos bíblicos. En el Hades griego los muertos eran desposeídos de sus cuerpos, su sangre y sus emociones, sin conciencia humana. Una vez que habían bebido el agua del pozo Letos perdían la memoria de su existencia terrena. Los condenados sufrían la sed y el hambre viendo cómo caían a su alrededor manjares exquisitos. No había escape posible del Hades. Cualquiera que intentase huir era devorado por Cerbero, el terrible perro de varias cabezas.
Sin embargo, aquellos considerados justos y piadosos por el tribunal que en aquél averno imperaba, eran enviados al Elíseo o Campos Elíseos, donde reinaba una eterna primavera. Mil plantas y árboles olorosos embellecían la morada de las sombras justas.
En el canto XI de LA ODISEA Homero pone en boca del narrador una hipotética visita al inframundo. Su referencia al Érebo tiene que ver con una parte del Hades y a veces al mismo Hades.
“Después de aplacar con plegarias y votos las turbas
de los muertos, tomando las reses cortéles el cuello
sobre el hoyo. Corría negra sangre. Del Érebo entonces
se reunieron surgiendo las almas privadas de vida,
desposadas, mancebos, ancianos con mil pesadumbres,
tiernas jóvenes idas allá con la pena primera;
muchos hombres heridos por lanza de bronce, guerreros
que dejaron su vida en la lid con sus armas sangrantes.
Se acercaban en gran multitud, cada cual por un lado
con clamor horroroso. Yo, presa de lívido miedo,
ordené a mis amigos que al punto cogiendo las reses
que por bronce cruel degolladas yacían en el suelo,
las quemaran quitada la piel invocando a los dioses,
al intrépido Hades, la horrible Perséfone. A un tiempo,
del costado sacando otra vez el agudo cuchillo,
me quedé conteniendo a los muertos, cabezas sin brío,
sin dejarles llegar a la sangre hasta hablar con Tiresias”.
En la ILÍADA, canto XVII, el Hades adquiere otro nombre: Orco. Al tratar de la muerte de Patrocho, amigo desde la infancia de Aquiles, a quien acompañó a Troya, Homero dice de su héroe: “Apenas acabó de hablar, la muerte le cubrió con su manto. El alma voló de su cuerpo y descendió al Orco, llorando su suerte porque todavía era vigoroso y joven”.
En la mitología griega era importante que el muerto, especialmente si estaba considerado como uno de sus héroes, recibiera sepultura inmediata. De no hacerlo así, su alma vagaría por el mundo de los vivos sin poder acceder al Hades. Esto justifica las duras palabras que el alma de Patrocho, todavía sin haber recibido las exequias funerarias, dirige a su amigo en el canto XXIII de la ILÍADA: “¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Orco (el Hades); pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Plutón” (nombre latino de Hades).
La mitología griega es la luz de un antiguo pueblo que ha dejado a la humanidad una rica herencia de hechos, símbolos, creencias religiosas y episodios patrióticos. Estas leyendas han inspirado a ensayistas, historiadores y poetas hasta el día de hoy. Aún cuando sus historias se muevan en el terreno de lo irracional, “los mitos son las almas de nuestras acciones y de nuestros amores”, en palabras del poeta francés Paul Valery. “No podemos actuar más que moviéndonos hacia un fantasma”, concluye.
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