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Recuperar la memoria

Hablar de espiritualidad es hablar de un estilo de vida que se acomoda a las exigencias y enseñanzas del Evangelio de Jesucristo.

ACTUALIDAD AUTOR Máximo García Ruiz 12 DE MAYO DE 2015 17:59 h
máximo garcia ruiz Máximo García, durante su conferencia. / Héctor Rivas

En enero de 2007 fue publicado mi libro Recuperar la memoria. Espiritualidad protestante. Posteriormente, ese mismo año, en diciembre, el BOE publica la Ley 52/2007, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, conocida popularmente como Ley de Memoria Histórica. Una ley que ha producido frustración y desencanto, por lo estéril que ha resultado su aplicación. Con anterioridad a esa fecha, en junio de 2006, el Congreso de los Diputados declaró ese año como el año de la Memoria Histórica. Todo ello nos introduce en un tema que responde, al menos teóricamente, a un determinado nivel de expectativas demandadas por la sociedad.



Mi libro, que tuvo el privilegio de ser prologado por mi buen amigo Juan Antonio Monroy, se apoya especialmente en el subtítulo: espiritualidad protestante; una espiritualidad centrada en el mundo contemporáneo que pone el acento (no el barbarismo poner en valor) en temas como el diálogo, la acción pastoral, la contribución de las esencias protestantes de una Europa diferente a España y plantear el reto de impulsar una nueva forma de espiritualidad a través de un paradigma teológico diferenciado.



Por supuesto que cuando hablamos de espiritualidad no estamos refiriéndonos a una determinada forma de liturgia a-histórica; nos estamos refiriendo a una espiritualidad que suma el diálogo entre inmanencia y trascendencia, entre cuerpo y alma, entre materia y espíritu, entre individuo y sociedad; en definitiva, entre reflexión teológica y compromiso social. Dicho con otras palabras, se trata de una espiritualidad informada, incardinada y comprensible. Espiritualidad es, a fin de cuentas, un modo de ser, un estilo de vida.



Para poder estructurar una espiritualidad sólida, propugnamos en el libro, entre otras cosas, contar con una acción pastoral que se apoye en una teología autóctona que de sentido a lo que se cree y a lo que se predica, que conecte con la vida real, esa que se produce fuera de los muros del templo. Monroy, al prologar el libro, se preguntaba qué era eso de la teología autóctona, sin duda una pregunta retórica. Para el autor es beber directamente del venero, acudir a las fuentes, mirar hacia la eternidad, sin dejar de tener los pies en el suelo, con un soporte tanto bíblico como cultural. Ese tipo de teología, como medio de aproximación a Dios, tiene un recorrido obligado que pasa por la contextualización de la fe en el medio social que nos toca vivir, huyendo de cualquier tipo de teología pastoral enlatada. Nos centramos en una teología que coloca a Jesús de Nazaret, el Cristo, percibido ya como Hijo de Dios en el capítulo primero del evangelio de Juan, como el centro vital de la teología cristiana, despojada de ropajes denominacionales o eclesiales.



Desarrollamos un tipo de teología en la que el triángulo Dios-hombre-comunidad de creyentes, conviven sin fricción y, consecuentemente, se establece otro triángulo de cooperación entre teología, psicología y sociología, para dar respuestas coherentes a las necesidades del ser humano, que ocupa el vértice de esa relación. La realidad en la que vivimos es plural y, a la vez, complementaria entre sí. El ser humano forma una unidad inseparable entre la parte física, la psíquica, la espiritual y la social, por lo que el desarrollo de su personalidad y, como parte indisoluble de ella, su espiritualidad, forma también una unidad indivisible. Por ese motivo, la respuesta a sus necesidades debe producirse en un espacio físico, espiritual e intelectual coherente. Es decir, demanda una respuesta holística, global. El agente de pastoral no puede, no debe, caer en el error de la medicina alopática o convencional, que propicia que los galenos se especialicen en una sola parte del cuerpo, olvidando que el ser humano es indivisible y unos órganos influyen en otros



Para hacer teología, especialmente en el mundo protestante, se precisan dos elementos básicos: experiencia individual y reflexión. La comunidad de creyentes es el resultado de ambas y el lugar donde se realimenta y renueva esa teología. Ese tipo de espiritualidad reúne tres características fundamentales: 1) se trata de una espiritualidad informada que involucra al creyente en el conocimiento de la verdad (el oscurantismo convierte a los creyentes en fanáticos); 2) una espiritualidad que está incardinada en el entramado social, capaz de producir una ética distintiva, claramente identificable fuera de los recintos sagrados; y 3) una espiritualidad comprometida con la realidad en la que se mueven los actores. Dicho con otras palabras, hablar de espiritualidad es hablar de un estilo de vida que se acomoda a las exigencias y enseñanzas del Evangelio de Jesucristo. Todo lo contrario a un espiritualismo de evasión que se despreocupa de las cuestiones temporales para centrar todo su interés en un determinado ropaje religioso.



Las diferencias denominacionales dentro del protestantismo, no deberían ser un obstáculo para proyectar ante la sociedad una espiritualidad compacta con sello protestante. Tanto instituciones como los Consejos Autonómicos o la propia FEREDE, así como los medios de comunicación con identidad evangélica, están llamados a fomentar los valores que distinguen al movimiento protestante, si es que existen y somos conscientes de ello. Para lograrlo hay que revestirse de una gran dosis de generosidad y dejar en el interior de los recintos eclesiales propios los aspectos particulares que les separan para volcar hacia el exterior una imagen que refleje los signos distintivos más sobresalientes de la Reforma.



En el terreno religioso, dentro del mundo cristiano, especialmente europeo, dos son los fenómenos más destacados de nuestro tiempo: la increencia y los cristianos sin iglesia. Después de hechos tan significativos en el mundo como la Ilustración, la Reforma protestante y la Revolución francesa, sin olvidar la revolución industrial y las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, la sociedad ha dado un giro copernicano. Un giro que la cerrazón intelectual de algunos colectivos de corte cristiano ni han entendido ni quieren aceptar.



 



Máximo García y Pedro Tarquis, con un grabado de Miguel Elías. / Héctor Rivas



Mientras, las iglesias se han ocupado más de defenderse de las preguntas incómodas que le ha ido haciendo una sociedad cada vez más ilustrada, que de releer la Biblia a la luz de los nuevos descubrimientos científicos que se han incorporando al acerbo cultual de la humanidad. Un avance en el conocimiento que se ha producido en obediencia al mandato dado por Dios a los seres humanos en Génesis 1:26, donde se les insta a señorear toda la tierra. Ese mandato implica, obviamente, desentrañar sus misterios y avanzar en el conocimiento de los secretos que encierra la creación, transformado de esta forma el mito en revelación cognitiva. Volver la espalda a esa realidad o atacarla frontalmente, como suele ser habitual en determinados círculos, es uno de los motivos que producen altos niveles de increencia en la sociedad europea. No el único, pero un indicador de primer nivel.



El otro fenómeno religioso de nuestro tiempo, íntimamente conectado con el anterior, es la existencia de una gran nube de testigos, jóvenes en su mayoría, que de ser miembros practicantes de la espiritualidad de sus iglesias y activos dentro de ellas, han desaparecido del mundo eclesial y, aunque muchos de ellos siguen considerándose creyentes e, incluso, miembros de sus respectivas iglesias, han renunciado a la comunidad por falta de identificación con ella. Se convierten de esta forma en “cristianos sin iglesia”. Lo más frecuente en estos casos es la descalificación; “han perdido el primer amor”, “han abandonado la fe de sus mayores”, “se han dejado engañar por el mundo”, “Satanás no descansa”… Una pregunta sencilla es ¿por qué se producen esas deserciones? Mientras las congregaciones no hagan un examen de conciencia, no sean autocríticas y analicen su propio paradigma y valoren el contenido de su mensaje, de sus retos, de sus respuestas a las demandas sociales, las nuevas generaciones, en un gran porcentaje, o bien se vincularán con movimientos más o menos festivos u otras formas de evasión que sustituyen la Palabra o abandonarán la Iglesia definitivamente.



 



(*) Texto de la conferencia de clausura del VII Encuentro Anual de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos (Adece), expuesta el domingo 10 de mayo en el Hotel Petit Palace de Madrid. Se ofrece en primicia para los lectores de Protestante Digital.


 

 


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COMENTARIOS

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Protestantólogo
20/05/2015
14:52 h
3
 
Es la típica postura antigua sobre un tema antiguo... y ahí me detengo.
 
Respondiendo a Protestantólogo

observador
16/05/2015
07:52 h
2
 
Hemos orado, indagado, y reflexionado sobre por qué los jóvenes abandonan su fe cuando llegan a cierta edad. Por fin sabemos por qué. Nos falta un "paradigma teológico diferenciado", No hemos contextualizdo la fe "en el medio social que nos toca vivir, huyendo de cualquier tipo de teología pastoral enlatada". Así que era esa la clave.Falta una espiritualidad protestante,sin ropaje denominacional.¿Y por qué no sin ropaje confesional, solo cristianao a secas?.
 
Respondiendo a observador

EZEQUIEL JOB
12/05/2015
22:24 h
1
 
Las consecuencias de olvidarse de la palabra de Dios (La Biblia), trae la consecuencia de que Dios se olvida de nuestros hijos. Hay que retomar los valores cristianos que dieron lugar a la Reforma, y vivir nuestra vida Bíblicamente. "Ose 4:6 Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos."
 



 
 
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