Una cosa es ser hospitalario y otra cosa es dejar que se te autoinviten en casa sin control.
La hospitalidad es un sentimiento que nace del amor hacia la otra persona, hacia quienes quieres ver, con quienes quieres charlar y a quienes deseas compartir lo que eres como persona y, por supuesto, que te comparta lo que desee. Estar agradecidos al amor que recibimos nos hace ser generosos, abrir las puertas, dar lo que tenemos con alegría, amar.
Autoinvitarse no nace del fruto de la confianza. Es, más bien, a mi humilde entender, un sentimiento que nace del egoísmo, de mirarse a sí mismo, de la falta de amor y empatía. Quienes se comportan así se sienten importantes. Miran a los demás como siervos que se encuentran a su disposición, como gente que, por cariño, tiene que hacer las cosas que a ellos les agradan. Esta actitud, no buena, suele incluso justificarse con sublimes ejemplos que los egoístas usan para arrimar el ascua de su sardina en vez de apropiárselos y ponerlos en marcha. O sea, el que se autoinvita se regala, se ofrece.
Suele usar frases manipuladoras en tono quejoso: “a ver cuando nos vemos”, esperando que el hospitalario ponga fecha y hora en su casa; o dice “nunca quedamos”; “¿cuándo vas a invitarme?”, “mira que siempre decimos que vamos a vernos y luego nunca nos vemos...”, justo ahí, en esos puntos suspensivos es donde le hace poner la fecha y la hora del encuentro. En su casa, claro pues el que tiene la costumbre de autoinvitarse raras veces da su dirección exacta y asegura no saberse su número de móvil.
Otra manera es la desesperadamente autoritaria: “quiero verte, ¿cuándo vas a estar en tu casa?”, y ahí, entre la espada y la pared, el receptor se acobarda, se rinde y decide inmediatamente el día y la hora.
La persona hospitalaria es buena. La persona que, por costumbre, se autoinvita es un/una caradura.
Puede ocurrir que quien se ve forzado a recibir visitas no siempre tenga el corazón dispuesto. Seamos comprensivos. Cada cual tiene sus circunstancias.
Por situaciones como las que comento, a más de una persona y más de dos, seguramente les habrá entrado ganas de publicar en los periódicos notas como estas firmadas con nombres y apellidos:
A nuestros queridos y queridas amistades de la infancia, conocidos y conocidas recientes, en fin, a todos y todas los que venís pasando por nuestra casa, día tras día, fin de semana tras fin de semana, sin saltaros fiestas de guardar. Por la presente os comunicamos que, a partir de ahora, por nuestra parte, la de mi familia y la mía, estamos enteramente abiertos a vuestras invitaciones. Sabed que no nos importa salir e ir a visitaros. Tenemos GPS nuevo. Comprendemos lo penoso que debe ser desplazarse siempre a nuestra casa, comer sin rechistar lo que os ofrecemos sin daros opción de poder elegir el menú; beber lo que no es de vuestro antojo en esos momentos... Lo entendemos. Este es el principal motivo, y no otro, por el que hemos decidido cambiar las tornas. Nos encantaría ir a veros y, ¡cómo no!, hacer un descanso ante vuestros frigoríficos abiertos. Aborrecemos las dietas y en nada somos delicados ni pedimos alimentos de primeras marcas.
P.D.: Al ser nuestros hijos ya mayores y gustar de conversaciones adultas, prometemos acudir todos juntos a deleitaros con nuestra presencia, si fuera preciso, hasta altas horas de la madrugada.
De nada.
Seamos honrados. En caso de que queramos locamente quedar con alguien, no nos aguantemos las ganas, en lugar de ir a sus casas, invitémoslo a la nuestra. Es seguro que nuestros amigos, cuando hacen visitas, no muerden.
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