¿Comidillas?

Odiosas. Las comidillas son odiosas. Sin embargo, a veces, la supuesta murmuración es el único medio de comunicación que tiene la congregación cuando no se le da otra oportunidad para expresarse.

Los que forman parte de estas sospechosas habladurías son criticados por las altas esferas, pues temen que les solivianten la grey, pero no ponen remedio a la falta de comunicación que esta tiene abriendo espacios para la conversación y el entendimiento.

¿Se le puede llamar comidillas a la necesidad de expresarse si no hay otra manera posible?

Algunos están convencidos de que hacer comentarios negativos no es bueno, pero yo me pregunto ¿cómo se arreglan las cosas que están mal si no se comentan? Están los que piensan que decir la verdad hace daño, y me vuelvo a preguntar, ¿y mantener la mentira o el malestar común hace bien?

Cuando hay miedo, la verdad escuece, por eso se la intenta silenciar en vez de buscar soluciones conjuntas que vayan acordes con la voluntad de Dios y no de quien lidera, porque puede ser que este líder no tenga la formación necesaria o porque busque un beneficio ajeno al común y siente como agresión cualquier otra opinión.

Para acallar las bocas se intenta hacer desaparecer la verdad llamándola desde el púlpito, con toda elocuencia, comidillas o calumnias. De este modo hacen separación entre los buenos que acatan todo y los que usan el pensamiento y lo exponen. Una vez más se anulan esos dones que el Señor da a la congregación. Esto es motivo de separación, aislamiento y frustración.

No faltan los que desde el poder se creen situados en la razón y exponen como de Dios cualquier decisión personal y hacen uso de la desfachatez de decir que este mismo Dios ha cambiado de opinión si no les salen bien sus planes.

Los hay que hacen como que escuchan con agrado y ganas de solucionar lo que otros tienen que decirles para parecer tolerantes, que están conformes no estándolo y los que directamente callan la boca.

No se puede traicionar lo que se siente, por eso es necesario tener valor y decirlo de corazón, comunicarse sin enfados, aunque sea en contra de la opinión de los demás y llegar, sin miedo alguno, al consenso. No por tener autoridad se tiene la verdad.