Escriben los poetas: el nicaragüense Rubén Darío: “bendigamos la risa, porque ella libra al mundo de la noche”. Nuestro Miguel Hernández: “sonriamos, doremos la luz de cada día en esta alegre y triste vanidad de estar vivo”
Fue otra mujer, la escritora y penalista gallega Concepción Arenal, quien definió así a las de su propio sexo. “La razón de una mujer no se reconoce ni se atiende sino acompañada de suavidad y dulzura. La fuerza de la mujer está en la dulzura, en la suavidad, en la prudencia, en ser resignada y paciente”.
En esas líneas cabe el retrato de la diosa Hestia, divinidad del Olimpo griego. Era la encarnación de una naturaleza pacífica, conocida por su tranquilidad, armonía y bienestar. Dulce, serena y digna vigilaba el hogar, convirtiéndole en un lugar de paz, confort y seguridad. Era reverenciada por ser amable, correcta; protegía a todas las que acudían a ella en busca de consejos o ayuda. Estaba considerada como la diosa más amable de todo el Olimpo. A diferencia de otras deidades, nunca tomaba parte en guerras o disputas.
En el capítulo dedicado a Zeus escribimos unos párrafos sobre Crono, casado con Rea. Ambos pertenecían a la generación de los titanes. Crono reinaba como señor absoluto, cruel y temerario. Advertido por la diosa Gea de que uno de sus hijos lo destronaría, a medida que iban naciendo se los tragaba sin el más mínimo resquemor. La primera que se comió fue Hestia. En la mitología romana Crono es equipado a Saturno, a quien Rubens y Goya pintaron en admirables cuadros devorando a sus hijos.
Con tal hombre como esposo puede comprenderse el sufrimiento de Rea. En su último embarazo temía que la criatura, al nacer, fuera también devorada por Crono. Aconsejada por otras diosas se retiró a los montes de Creta. Allí vino al mundo Zeus. Fue criado por Amatea, hija de Meliso, rey de Creta. Siendo joven y dueño ya del rayo, el relámpago y el trueno, Zeus regresó al hogar paterno. Convenció a Rea, su madre, para que administrara al caníbal un brebaje que le habían facilitado las diosas. Creyendo que se trataba de una pócima robustecedora, el comeniños lo ingirió. Pronto su estómago comenzó a revolverse con violentas contracciones y entre arcadas bestiales fue vomitando uno por uno todos los hijos que había devorado. Hestia fue la primera en ser tragada por el padre y fue la primera en salir de su vientre.
Este es el mito que explica la presencia de Hestia en el mundo de los vivos. Sería Platón, ya en el siglo V antes de Cristo, quien con más profundidad teorizara sobre los orígenes y significados del mito.
Dice la leyenda que Hestia apenas salía. Otros dioses viajaban por el mundo, pero ella permanecía en el Olimpo, que consideraba su hogar doméstico y centro religioso de su morada. Como diosa del hogar era frecuentemente visitada por muchachas solteras que aprendían de la diosa. Siendo joven juró sobre la cabeza de Zeus que permanecería siempre virgen.
Tuvo dos pretendientes que la pidieron con insistencia en matrimonio. Uno fue Apolo, de extraordinaria belleza, a quien se coloca en el Parnaso en medio de las musas con su lira en la mano y coronado de laurel. Otro fue su propio hermano Poseidón, dios del mar, que al igual que ella fue tragado y devuelto por el padre. Hestia se negó con firmeza a los dos, insistiendo en su vida de castidad. Zeus se mostró satisfecho con la decisión de Hestia de permanecer virgen, agradecido porque su naturaleza pacífica ayudaba a evitar conflictos entre los dioses del Olimpo.
Una leyenda de la que se hace eco el poeta Ovidio cuenta que los dioses celebraron una fiesta. Bebieron en abundancia y se quedaron dormidos. En la fiesta estaba Hestia. También dormía. Príapo, dios de los jardines y de las viñas, personificador de la virilidad y el amor físico, se alzó borracho y acudió donde dormía Hestia con intención de violarla. Con tan mala fortuna que un asno rebuznó justo cuando se disponía a abalanzarse sobre ella. La diosa huyó despavorida. La escena dio lugar a la burla de otros dioses que también fueron despertados por el burro. Otra versión afirma que quien escapó fue Príapo, ya que al despertar la diosa empezó a gritar y él huyó. En el primer tomo de LOS MITOS GRIEGOS, Robert Graves comenta: “El intento de violación de Príapo es una advertencia anecdótica contra los malos tratos sacrílegos a los huéspedes mujeres que se hallan bajo la protección del hogar doméstico o público:
En el primer himno a Afrodita Homero canta a la virginidad de Hestia. Dice:
Tampoco deleitan las obras de Afrodita a la venerable virgen, a Hestia, la primera que engendró Cronos, el de retorcido espíritu, y es, no obstante, la más joven, por voluntad de Zeus, portador de la égida; la soberana a la que pretendían Poseidón y Apolo. Pero ella de ningún modo accedió a sus deseos, sino que, con toda firmeza, los rechazó y pronunció el gran juramento –que no puede deshacerse- tocando la cabeza del padre Zeus, portador de la égida: permanecería siempre virgen, la divina entre las diosas; el padre Zeus le concedió un hermoso privilegio en lugar del matrimonio: ella se sienta en el centro de la casa, recibiendo la grasa de las ofrendas; es venerada en todos los templos de los dioses, y, entre todos los mortales, es la divinidad más respetada”.
Exacto. A Hestia, identificada por los romanos con su propia diosa del hogar, Vesta, se le erigieron templos en ciudades que materializan su adoración: Atenas, Orópos, Olimpia, Esparta, Ténedos, Hermíone y Larisa.
Platón observa que Hestia era venerada en los banquetes, siempre en primer lugar; su risa sana y juvenil premiaba a todos cuantos estaban cerca de ella. Según el sabio filósofo, se decía: “cuando el fuego crepita Hestia ríe”.
Reír.
Imitemos en esto a la diosa del Olimpo. Luis de Castresana dijo que el más auténtico impacto de LA GIOCONDA no es un impacto de arte. Lo que ha despertado legiones de admiradores es esa manera suave y tranquila de sonreír. El escritor francés del siglo XVIII Sébastien Chamfort dice en su obra MÁXIMAS Y PENSAMIENTOS que el día más perdido de todos es aquél en que no hemos reído.
Escriben los poetas: el nicaragüense Rubén Darío: “bendigamos la risa, porque ella libra al mundo de la noche”. Nuestro Miguel Hernández: “sonriamos, doremos la luz de cada día en esta alegre y triste vanidad de estar vivo”.
Eso.
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