Gente sin voz

Gente sin voz. Gente sin voto.

Gente muda por el miedo, por la indecisión, por los complejos.

Gente menuda que se siente apartada. Gente realmente atrapada, amilanada.

Gente que no se siente querida. Gente que no se nota admitida.

Gente que no se quiere. Gente que no se estima. Gente débil. Gente boba.

Gente. Gente sin voz. Gente que se percibe impotente.

Gente que es mayoría. Mayoría que no vive en plenitud porque no tiene quien la anime a hacerse visiblemente presente.

Gente que recibe el placebo seudodivino de que, oyendo a otras personas sin manifestar su propia opinión, aman sin condiciones.

Gente que se convence de que el silencio es una virtud, un reto a conseguir y promulgar. Gente que se esfuerza en vivir en la mudez.

Gente que ha aprendido a hacerse transparente, que aún no se da cuenta de que disponen de un tiempo limitado para dejar su huella aquí.

Gente engañada por repetitivas frases hechas, clavadas con martillo en el cerebro.

Gente convencida de que el anonimato es santo.

Gente que no distingue entre humildad y cumplir con la gracia de dones que le ha sido concedida para compartirla.

Gente, gente, gente. En su mayoría mujeres, mujeres, mujeres. Mujeres con dones escondidos, con sabiduría ocultada, con capacidades nobles que se retraen y no actúan porque están convencidas de que su misión única es la de rellenar huecos para aumentar el aforo.

Gente cuyas palabras no cuentan, cuyas enseñanzas están prohibidas y cuyo número aumenta porque a otros le conviene.