Dicen que el nombre Ella es de origen inglés y que significa hermosa hada. La protagonista de esta historia lleva ese nombre.
Ella, joven alegre y entusiasta, se compró un vestido estampado con flores llamativas de todos los colores. Le pareció bonito al verlo en el escaparate y el precio le convino. En la intimidad del probador se contempló hermosa ante el espejo. Asintió al darse el visto bueno, se guiñó un ojo y se lanzó un beso al aire.
Toda glamorosa lo estrenó para ir a una reunión de amigas. Al verla le dijeron que estaba guapa y Ella se alegró.
Al poco rato su amiga nº 1 la observaba con atención. Pensó que los pendientes de Ella no le iban bien con el vestido nuevo. Sin más, se quitó los suyos y la invitó a cambiarse:
Estos te van mejor, yo me pongo los tuyos y tú los míos.
Ella, aunque no estaba muy de acuerdo, aceptó.
Su amiga nº 2 opinó que el fular tampoco le iba bien al color del vestido. Con toda confianza se lo dijo e hicieron otro canje.
La reunión continuaba y,
tras un sorbito de té, su amiga nº 3 dedujo que unos zapatos sin tacón le serían más cómodos. Al usar el mismo número, se los cambió por los suyos. Ella no puso objeción a pesar de no estar muy convencida.
Su amiga nº 4, canturreando aquella de "estamos tan agustito", inmediatamente se quitó la pulsera con la advertencia de que en el brazo de Ella luciría más. Hubo otro intercambio de adornos.
Su amiga nº 5 quiso aportar su opinión, sacó el pintalabios del bolso y ocultó el tono que Ella llevaba al poner encima el suyo.
Su amiga nº 6 rió y dijo:
Bien, ya que estamos en confianza te seré sincera, ese color de pelo no te va. Toma nota que te doy la marca del mío. Y ella lo anotó como conseguir aquel gris violeta.
Al terminar, todas admitieron lo guapa que estaba Ella con lo que cada una había puesto de sí misma. Ella agradeció con una sonrisa antes de entrar al baño.
Allí volvió a contemplarse de nuevo y no asintió, no hubo visto bueno, ni guiño, ni beso. Nada de aquello le pertenecía ni era de su agrado. No se sentía cómoda y pensó que posiblemente comprar ese vestido no había sido una buena elección.
Al salir, las amigas la esperaban en la puerta y parecieron adivinarle el pensamiento. De inmediato la invitaron a ir de compras, esta vez todas juntas. Hablaban de una blusa y un pantalón más sobrio que ofertaban en unos grandes almacenes. Esta vez,
Ella se negó. Devolvió con pausa lo prestado y exigió con dulzura sus pertenencias. Sacó del bolso su barra de labios y a tientas se los pintó con su color preferido.
¿Era aquél círculo el lugar apropiado? Dudó. Se sintió rara.
En aquel momento sus amigas no comprendieron que no aceptara sus consejos. La querían. La querían cambiar. La querían de otra manera. La querían transformar. La querían manipular con amabilidad y cortesía.
Entre todas intentaban crear otra Ella nueva más acorde con sus gustos y colores. Sin embargo, Ella era Ella y no otra. Ella era como quería ser, tenía gustos propios, tomaba decisiones, pensaba, elegía, y aunque alguna vez accedía a la voluntad de sus amigas, también había aprendido a decir basta.
A veces merece la alegría decir ¡no! (Virginia Imaz Guijera)
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