Siempre quedan resquicios de un amor que pudo ser y no fue. Un querer darse en vano, una amistad ofrecida que quedó en intento y no maduró más allá del tiempo pues fue rechazada.
Siempre quedarán cariños enganchados al pasado, amistades paralíticas que se detuvieron por falta de fuerzas, que se olvidaron y, de cuando en cuando, salen a la luz como un vago recuerdo de lo que pudo ser y resultó truncado.
O aquella compañera del colegio a quien querías porque era tu amiga íntima, porque era buena, porque te aceptaba como eras, cuyo nombre rememoras junto con sus dos apellidos.
Aquél muchacho tímido del grupo con el que nunca cruzaste la más mínima palabra y te caía tan bien y hace unos meses te enteraste que murió de forma inesperada.
La profesora de inglés que apenas te llevaba unos años y te habría gustado que fuera tu hermana mayor, u otra de tus mejores confidentes, o tu mejor consejera.
Siempre quedan cariños guardados, quereres que estaban por ofrecer dentro de tus arcas y se quedaron encerrados porque jamás tuvieron la oportunidad de salir de la oscuridad donde se fueron forjados.
Siempre hubieron motivos que desconoces, que malograron unos pasos que pudiste dar y te dejaron inmóvil. Caminos que pensabas transitar y por donde nunca anduviste
y a veces te asaltan el pensamiento, en mitad del día o en medio de la noche y te preguntas: ¿Qué habrá sido de...?
La vida nos dirige muchas veces por donde no decidimos ir y el paso de los días nos borra la imagen de aquellos seres que apreciábamos y con los que hubiésemos marchado largos trechos sin detenernos. Y si la melancolía aprieta, para no caer en la tristeza de no saber sobre sus vidas, dónde están, con qué otras personas andarán, cuales serán sus sueños... buscamos algún recurso que nos distraiga la memoria y nos saque de ese estado de incertidumbre.
Porque no está siempre el cuerpo para la añoranza, para imaginarse de nuevo hace tres o cuatro décadas con la inocencia en flor, porque nos afecta y nos duele, porque no sabemos buscar la manera de encontrar soluciones.
Pero si por la gracia de Dios, alguna vez se produce este tipo de encuentros con alguien de otra época, descubres, una vez más, que existe magia en la amistad y es posible que esa persona, digamos esa amiga, haya estado sintiendo la misma añoranza por ti, los mismos deseos de verte, de contarte y es probable que después de saludaros sin necesitar más melindres que los precisos del momento, con dos besos y un abrazo apretando el pecho donde ha desaparecido la angustia porque se ha llenado de gozo, os miréis a los ojos, y antes de que las palabras fluyan con la fuerza de las grandes cataratas, antes de que los labios desborden sin parar multitud de palabras, historias, anécdotas, penas, antes de que de los ojos broten lágrimas contenidas, la primera pregunta que salga de la boca de ella, tal como si la última conversación que tuvo contigo fuese de ayer mismo, al ver que ahora te permites llevar la melena con el pelo rizado que siempre tuviste y que en aquel entonces intentabas alisar para disimularlo a toda costa, te pregunte:
Oye, ¿Tú gastas espuma?
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