“El reino de los cielos podrá entonces compararse a diez muchachas que, en una boda, tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio.Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no tomaron aceite de repuesto; en cambio, las previsoras llevaron frascos de aceite además de las lámparas.Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. Cerca de medianoche se oyó gritar: ‘¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!’ Entonces todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dadnos un poco de vuestro aceite, porque nuestras lámparas van a apagarse.’ Pero las muchachas previsoras contestaron: ‘No, porque entonces no alcanzará para nosotras ni para vosotras. Más vale que vayáis a donde lo venden y compréis para vosotras mismas.’ Pero mientras las cinco muchachas iban a comprar el aceite, llegó el novio; y las que habían sido previsoras entraron con él a la fiesta de la boda,y se cerró la puerta. Llegaron después las otras muchachas, diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero él les contestó: ‘Os aseguro que no sé quiénes sois.’
“Permaneced despiertos –añadió Jesús–, porque no sabéis el día ni la hora (Mateo 25: 1-13)
¡Hoy es el gran día, salid muchachas todas, preparaos! ¡Sois parte del cortejo de la boda! El fiel esposo ha prometido asistir del cuidado necesario, proveer de alimento y ropa. ¡Celebrad! ¡Vestid ajuar de gala! ¡Vestid sonrisas nuevas en las bocas!
Toman las vírgenes sus diez lámparas gozosas. Cinco de ellas, descuidadas, no llevan provisión para la espera. Las otras cinco, sin embargo, son cautelosas.
Mas él no llega y, en el descuido de la madrugada, viene la desgana... Es la desidia que encadena el pensamiento vaciando las conciencias y se adueña.
Los cuerpos. Los cuerpos se abandonan confiados al remanso del descanso. Se entregan a la luz oscura que se acerca sigilosa, que se agiganta al dilatar sus tentáculos con suavidad, que penetra dulce y transparente por puertas, por ventanas...
El sueño. Siempre el sueño domina los párpados. Toma consistencia en nuestros ojos cansados, se instala inmenso, nos roba las fuerzas, nos engaña. Crece, se apodera de la voluntad, nos deja fuera de cualquier promesa.
¡Atended muchachas! Se aproxima ahora. El corazón del novio rebosa felicidad paso a paso. Es tan grande su amor... Sus labios derraman promesas de bendiciones eternas.
¡Despertad chiquillas ingenuas con la mirada cerrada a la luz!, ha concluido el tiempo de reposo. ¿No le oís acercarse? Hace tanto que esperábais...
¡Criaturas, salid! Sois las elegidas. Cantad. Dirigid a él la voz de vuestros salmos. Alumbrad la senda por donde ha de venir. Iluminad la morada donde ha de habitar.
Al unísono, las diez vírgenes rechazan la pesada somnolencia.
—Dadnos un poco de aceite, nuestras lámparas de luz se apagan, olvidamos comprarlo. Rogaron inquietas las vírgenes descuidadas.
—El aceite que tenemos no será suficiente para todas; faltará para nosotras. Id, quizás estéis a tiempo.
Por sombrías callejuelas, entre sinuosas y estrechas murallas, por desiertas plazas marchan presurosas corriendo el tiempo en su contra.
Al venir el esposo, alegres y gozosas las jóvenes previsoras entran con él al banquete de la boda. En torno a él los invitados recitan alabanzas. Himnos rituales seguidos de danzas comienzan a entonarse. Aromas de mirra, casia y áloe perfuman el aire.
Con cansada dejadez regresan las que fueron a comprar a última hora. Encuentran la casa llena, pero las puertas cerradas.
—Señor, ábrenos, somos parte del cortejo.
Mas él declara con poder y sabia firmeza:
—No os conozco.
¡Qué duro es querer estar y no lograr formar parte!
Demorarse es ponerse de parte de la muerte. Es entrar en la sombría ausencia.
Al filo de la madrugada se extiende un dolor sin nombre, con ecos, y quejas, y voces...
Así es como estas vírgenes conocieron la necesidad de ser prudentes. Cuántas veces ocurre igual en nuestras vidas. La mitad de nuestro ser siempre está presto. Más la otra mitad lucha en su contra. Velemos. El que parece que viene y nos da la impresión que nunca llega encuentre nuestras vidas encendidas esperando su regreso. No sabemos el día, ni la hora. Pues todo termina, o comienza en un momento.
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