Siempre que necesito algo, me entran ganas de verte (falsa amistad)

Cuántas veces nos han ignorado durante años y cuando les ha convenido nos buscan por pura necesidad, pues sus amigos de siempre no les han atendido. 

Esto pasa y se soporta. Lo que no nos gusta es que mareen la perdiz a base de mentiras. Se acuerdan de ti, de mí, como de Santa Rita o Santa Bárbara, sólo cuando truena. Primero vienen los saludos, luego una infinidad de desconcertantes piropos, buenos recuerdos que no recordamos y cuando le han untado bastante vaselina a tu ego, el mío, viene la petición del favor que unas veces podrá ser de índole económico o simplemente necesitan que les alabes. Habrá veces que nos necesiten para contarnos un sin fin de catástrofes que les perturban. Se presentan en nuestra casa y cuando nos vuelcan todas sus preocupaciones y nos dejan hechos polvo, se van al cine, a restaurantes, a cualquier otra diversión con sus legítimos colegas y misión cumplida. Nosotros, en cambio, nos quedamos sin ganas de ir a ningún sitio e incluso perdemos el apetito porque se nos ha hecho un nudo en el estómago. En otra ocasión nos llamarán por teléfono a la hora más inoportuna con el deseo de que le demos la razón en todo. Si lo hacemos seguiremos siendo el gran amigo comodín y si no, nos convertiremos en un pésimo compañero de fatigas criticado en todas partes.

Sería mucho más digno reconocer la verdad. Hablar con claridad. Decir que a pesar del distanciamiento que existe necesitan nuestra ayuda y que posiblemente cuando la obtengan, dejarán de acordarse de nosotros y durante otra temporada no tendrán ganas de vernos. Así, las cosas claras. Podremos elegir con libertad si ayudarles o... ayudarles, por supuesto, pero sin hipocresía ni mentiras.

Dejemos la política para los políticos. La amistad es grandiosa, los que tenemos el privilegio de disfrutarla lo sabemos.