Iba a ser un día feliz en familia. Acabó siendo inolvidablemente trágico.
Hace unos años, unos cuantos parientes de mi mujer Ana decidieron ir a pasar juntos el día en un río al sur de Brasil. Jugaban, disfrutaban de platos típicos, se relajaban, conversaban y reían. Una de las primas de Ana estaba jugando con su hija recién nacida en las tranquilas aguas del río.
De forma totalmente inesperada, para la sorpresa y shock de todos, una fuerte corriente las arrastró. La prima de Ana aguantaba a su hija en sus brazos y luchaba contra la fuerza del río. Estuvo un rato sin poder resistir y sin poder darle la niña a uno de los muchos familiares que corrían desesperadamente a la orilla para alcanzarlas. Al final, agotando las pocas fuerzas que le quedaban, la prima de Ana consiguió mantenerse en pie y pudo darle el bebé a alguien. Desafortunadamente, justo después de este acto heroico, falleció. Su corazón no pudo soportar tal esfuerzo sobrehumano. Dio su vida para salvar a su pequeña.
Esta desgarradora historia me recuerda de forma inevitable al episodio central de la vida de Jesús. Una lectura atenta de su fiable biografía muestra que Jesús era consciente de su venidera muerte en la cruz[1]. Jesús afirmó de forma explícita que iba a dar su vida por otros. En una ocasión dijo que “no vino para servir, sino para ser servido, y para dar su vida en rescate por muchos.”[2]
Jesús fue más que un mártir que murió defendiendo su causa. Su vida fue arrebatada, pero al mismo tiempo él había decidido entregarla. Se acortó su vida, pero al mismo tiempo terminó cuando él tenía planeado. Le torturaron en la cruz, pero al mismo tiempo decidió sufrir. Se burlaron de él, pero al mismo tiempo hizo sonreír a millones de personas. Estaba solo cuando le mataron, pero al mismo tiempo estaba salvando a incontables personas. La gente pensaba que su historia había terminado, pero al mismo tiempo estaba escribiéndola. Creyeron que era el fin, pero resucitó unos días después.
Nunca entenderemos la vida de la persona más influyente de la historia a menos que entendamos su misión. Y nunca entenderemos su misión a menos que entendamos la intencionalidad y explícito propósito de su muerte. Jesús, tal como anunció él mismo, murió para salvarnos.
En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, tres prisioneros escaparon de Auschwitz, uno de los campos de concentración más terroríficos de Polonia. Como consecuencia, los Nazis hicieron una lista con los diez hombres que morirían de hambre como castigo. Cuando se leyó el nombre de Franciszek Gajowniczek, gritó desesperadamente: “¡Mi mujer! ¡Mis hijos!”. Sabía que sus súplicas eran en vano y que los Nazis no tendrían piedad. Sin embargo, ocurrió algo inesperado. Otro hombre, un cura llamado Maximilian Kolbe, se puso en pie y dijo tal cual: “No tengo mujer ni hijos; Estoy dispuesto a morir en su lugar.” Los Nazis lo permitieron, encantados de ver que diez hombres morían sin importar por quién fuera. Tiempo después terminó la guerra. Gajowniczek sobrevivió y pudo reencontrarse con su mujer, aunque desgraciadamente sus hijos habían sido asesinados. Gajowniczek murió en 1995 a los 94 años de edad, 53 años después de que su vida fuera perdonada gracias a Kolbe.
Una joven alegre y llena de talento vive hoy porque un día su madre decidió salvarla. Gajowniczek sobrevivió porque un día Kolbe murió para salvarlo. Estoy convencido de que viviré eternamente porque un día Jesús murió y resucitó para salvarme. Y a ti también, si crees en él.
[1] Los libros de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los cuales se encuentran en la Biblia.
[2] Marcos 10:45 (RVR1960)
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