Al final el péndulo se ha ido al otro extremo, pues mientras antes, quisieras o no, solamente contaba la religión establecida, ahora es la religión secular lo único que cuenta.
Hace unos pocas décadas salieron al mercado unos libros para niños en los que el protagonista se llamaba Teo; en cada una de las entregas Teo se movía en un escenario diferente, ya fuera la escuela, el mercado, el campo, el circo, la casa, etc., llevando por título Teo en, seguido del lugar en cuestión. De esa manera se presentaban los diversos aspectos de la vida en los que cualquier niño se mueve, pudiendo así identificarse con el personaje que representaba Teo. Era llamativo en esa colección de libros que no había ninguno que se titulara, por ejemplo, Teo en la iglesia. Simplemente todo lo que tuviera que ver con creencias religiosas no aparecía por ninguna parte. No sabemos si el nombre completo del niño era Teodoro, Teófilo o Teodosio, lo que sí es seguro es que la partícula teo formaba parte del mismo. Ahora bien, esa partícula hace referencia a la palabra Dios en griego, idioma del cual ha pasado a otros muchos. Por tanto, a este niño se le tendría que haber cambiado el nombre, para que así hiciera honor al mismo, pasándose a llamar a-Teo.
Naturalmente no era el niño el responsable de esa condición sino la persona que creó sus rasgos y características, porque de lo que se trataba era de presentar un arquetipo de niño secularista, que cuando fuera mayor lo siguiera siendo. E igual que Teo, se suponía que debían ser los niños que leyeran sus libros. La sociedad secularista, que ha arrinconado a Dios y lo ignora sistemáticamente estaba representada en ese niño. Hubiera sido una ofensa imperdonable que se reflejara algún vestigio de religión, fe o cosa por el estilo en la actividad de Teo. Peor aún; además de una ofensa imperdonable hubiera sido un fracaso editorial, porque muchos padres le habrían dado la espalda a la colección. Ya entonces, aunque todavía no se había inventado el término, la hegemonía de lo políticamente correcto tenía un peso abrumador.
Pero el caso de Teo vuelve a repetirse cada vez que ocurre una catástrofe humanitaria, como el accidente del avión que se ha estrellado en los Alpes y donde ha muerto sus 150 ocupantes. Inmediatamente se ha puesto en marcha el mecanismo de ayuda a los familiares de las víctimas, consistente en el envío de equipos de psicólogos para atenderlos. Y aquí es donde surge la pregunta de por qué solamente van psicólogos a este tipo de emergencias. Es cierto que hay personas, que están pasando por un duro trance, que no admitirán otra clase de especialistas versados en tratar situaciones de intenso dolor. Pero también es cierto que hay otras personas, pasando por el mismo trance, a las que les gustaría que les atendiera alguien afín a sus creencias. Porque aunque el dogma secularista se empeñe en afirmar que Dios ha quedado relegado a la irrelevancia más absoluta, eso no concuerda con la realidad, ya que hay mucha gente, incluso en la secularizada Europa, que sigue manteniendo su fe en Dios y la considera lo más importante en la vida.
Si yo fuera uno de los familiares de las víctimas, quisiera tener a mi lado una persona que pudiera hablarme en mis mismos términos, leyéndome palabras de la Sagrada Escritura y orando por mí. Alguien que no solamente me trajera psicología, por muy recomendable que pueda ser en esos momentos, sino que me comunicara algo consolador y espiritual, lo que un psicólogo secularista no puede hacer.
Hay una función que a lo largo de los siglos ha estado en vigencia y es la de capellán. Un capellán está precisamente para suplir casos de necesidad en situaciones especiales. ¿Por qué no se considera llamar también a capellanes, de diversas confesiones, cuando ocurren catástrofes? Porque es seguro que el cien por cien de las víctimas de cualquier tragedia no son secularistas y también que el cien por cien de sus familiares tampoco lo son. Entonces ¿por qué imponer criterios secularistas a todos y a toda costa? ¿No es eso una falta de consideración y respeto a los que mantienen otros criterios? ¿O tenemos que pasar todos por el mismo aro, queramos o no? Incluso pudiera darse el caso de que, en esos delicados momentos, alguien que hasta entonces no lo hubiera considerado, reflexionase sobre el sentido de la vida y de la muerte y se planteara cuestiones que tienen que ver con lo trascendente, haciendo preguntas cuya respuesta está más allá del dominio del secularismo.
Al final el péndulo se ha ido al otro extremo, pues mientras antes, quisieras o no, solamente contaba la religión establecida, ahora es la religión secular lo único que cuenta. Y aunque el secularismo hace gala de tolerancia, dicha tolerancia lo es en tanto en cuanto su dogma de ignorar a Dios no se ponga en entredicho. Es decir, es una tolerancia de palabra, que cuando llega el momento de la verdad se queda en nada.
Sí, gobiernos europeos, enteraos que no todos los ciudadanos de vuestras naciones creen en el secularismo. Hay muchos que son cristianos y que no quieren que su fe sea soslayada. Por tanto, cuando un avión se estrelle, cuando un tren descarrile o cuando haya un atentado terrorista, llamad a los capellanes y no solo a los psicólogos. Es una cuestión de justicia.
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