Durante estos días celebramos la Semana Santa y con ella la salida a las calles de las procesiones cargadas de imágenes, incienso, oro y plata. En mi ciudad, hasta en las marquesinas de las paradas de autobuses aparecen los itinerarios, para que mientras esperas, puedas informarte. Han sacado programas de ordenador para que si estás viendo una, sepas por dónde va la otra.
Unos dirán que creen en ellas, en esas imágenes. Otros, que no están tan mal, que con su idolatría no hacen daño a nadie, que se trata de una semana al año, nada más, sin pararse a pensar en el daño que se causan a sí mismos.
Algunos, los más listos, los que lideran de una u otra forma, a sabiendas del error que cometen, prefieren mantener engañada a la gran masa que a su paso les besa la mano y les colocan bajo sus pies alfombras rojas para que no se ensucien la suelas de sus zapatos, pues lo mismo que existe la idolatría a las imágenes muertas, existe también la que se le profesa a los vivos.
Entre ellos, entre los ilustrados, están los estudiosos que conocen la verdad del evangelio y se la quedan. Piensan que la mayoría del pueblo no la entendería, o simplemente temen que la plebe se les eche encima al quitarles el placebo de la adoración a las figuras.
Mienten por misericordia, eso dicen, mantienen la mentira por piedad. ¿Con qué autoridad? ¿Cómo pueden vivir así? Y ¿cómo pueden dormir?, me pregunto.
Pienso que es una manera más de controlar con poder las almas de los fieles, que no son fieles en su mayoría sino supersticiosos. Lo sé porque durante años permanecí entre sus redes sin conseguir que contestaran mis preguntas, mis dudas de fe. No me cuadraba lo que decía en la Biblia con lo que enseñaban. No conseguí que me guiaran hacia la verdad que trajo Jesús para nosotros, y cuando un rayo de Luz llegó a mi vida, me expulsaron de entre ellos. Quieren gente dócil que se conforme sin emprender la búsqueda.
En vez de enseñar a los suyos, los conservan en la ignorancia.
En vez de abrir caminos, los cierran porque conviene que así sea.
Resulta doloroso ver la sumisión de los que tienen fe, o seudofe, o ateismo camuflado, dejándose guiar hacia la nada, hacia el precipicio desde donde sólo se observa la oscuridad, disfrazada con luces artificiales. Es penosa esa entrega férrea al liderazgo para dejarse guiar, para no tener que tomar decisiones y evitar, según creen, su propia responsabilidad.
Los guías escriben libros para los supuestamente ilustrados, sabiendo que los seguidores de a pie no los leerán, así no perderán súbditos.
Profundizan en sus conocimientos, saben que no están obligados a compartir lo que aprenden. Comen sabiduría y no la distribuyen a pesar del raquitismo espiritual que tienen ante sus pies.
Son grandes mentirosos. Líderes de la fe, las supersticiones, las fiestas de imágenes, alcohol y espectáculos.
Apaciguan con palabras conformistas. Su lenguaje, el tono de sus voces es estudiado, agradable al oído. Se otorgan el poder de perdonar pecados y de salvar. Salvar aunque el condenado lleve años fallecido como ocurre en las celebraciones de las misas de difuntos. Hasta encomiendan países a la madre de Jesús, quizás presuponen que el Salvador del mundo esté demasiado ocupado para encargarse él mismo del asunto.
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