Los juegos han encontrado una nueva forma de entrar en nuestra vida a través del móvil o la tablet y hacerse mucho más presentes de lo que podían estarlo antes.
Uno de los videojuegos más exitosos de los últimos tiempos es el Candy Crush, con más de 100 millones de descargas en la Play Store. Se trata de uno de los entretenimientos más habituales en los móviles y tablets de niños, adolescentes y adultos. Su sistema es bastante simple: hay que buscar combinaciones de tres o más elementos comunes – en este caso gominolas – para ir superando niveles. Nunca se gana: siempre es posible seguir avanzando. Otro de sus atractivos está en competir con amigos, para ver quién se ha pasado más niveles.
Estos días los medios de comunicación prestan atención al “efecto Tetris” o dicho de forma más técnica, “efecto Zeigarnik”. Una de las características que hizo a este juego creado en la Rusia soviética tuviese un éxito tan abrumador es que nunca dejas la tarea completada. Tetris, igual que Candy Crush, te propone un reto constante, porque en cuanto consigues pasar un nivel, inmediatamente se presenta uno nuevo y nunca llegas a terminarlo. En ambos juegos, nunca llegaremos a satisfacer esa necesidad de que las cosas queden resueltas o completas.
Aunque parezca simple, este procedimiento se vuelve adictivo, y ese es el principal motivo por el que siguen triunfando este tipo de juegos tan simples. Nuestro cerebro recuerda mejor las cosas que han quedado sin finalizar. Además se estimula la sensación de recompensa cada vez que nos superamos.
Parece que el debate del Estado de la Nación no será recordado por los discursos o las medidas presentadas. Celia Villalobos ha acaparado la atención alrededor de su iPad en el que, durante una de las intervenciones del presidente Mariano Rajoy, se le veía interactuar con algo que parece el “Candy Crush” u otro juego similar.
Lo cierto es que, sea procedente o no, los juegos han encontrado una nueva forma de entrar en nuestra vida y hacerse mucho más presentes de lo que podían estarlo cuando se limitaban a vivir dentro del ordenador o la consola.
Cada vez pasamos más tiempo pendientes del móvil o la tablet, sea por trabajo o por ocio. El móvil ya nos vale para todo. A través del mismo nos comunicarnos con la familia y vemos una serie, consultamos el mail de trabajo y seguimos la actualidad en Twitter, subimos una foto de lo que estamos a punto de comer y compramos desde viajes a muebles de salón.
Todas estas funcionalidades, sin embargo, se nos presentan repentinamente, casi sin pedir permiso. Las notificaciones se entremezclan, de forma que sea difícil separar la atención al trabajo, a asuntos personales o al hecho de que uno de tus amigos te haya superado en el Candy Crush. Así como Celia Villalobos cayó en la tentación de “atender” al videojuego durante el discurso del presidente, que levante la mano quien no haya revisado Facebook, Whatsapp o algún videojuego durante una clase o mientras “escuchamos” una predicación.
Sin disculpar a Villalobos en su acción, deberíamos empezar a considerar formas prácticas de desconectar, ya sea del móvil o, al menos de algunas funcionalidades. Nos cuesta concentrarnos en cualquier actividad ante el constante aviso de notificaciones. Esto nos lleva a confundir la capacidad de atender a varias cosas, ser “multitarea”, con perder el tiempo en plena procrastinación. ¿O somos capaces de aguantar la tentación y no hacer un “Celia Villalobos” durante la próxima predicación que nos resulte aburrida?
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