Oscura en su misteriosa grandeza, la figura de Prometeo ha sido admirada a través de los siglos y ha inspirado a músicos, dramaturgos y poetas tales como Dante, Milton, Byron, Goethe y otros muchos.
Unos seis siglos antes del divino acontecimiento en Belén, entre los años 525 al 456 anteriores a la era cristiana, vivió en Grecia un célebre dramaturgo conocido como Esquilo. Su obra más conocida es PROMETEO ENCADENADO. El dios Hefesto, con ayuda de la fuerza y la violencia, logra encadenar a Prometeo en una roca del Cáucaso. El Titán protesta contra la tropelía de los dioses y contra la injusticia de que es objeto. Así nace la imagen de un Prometeo sublevado contra Dios.
Razón es preguntarnos: ¿nos encadena Dios o nos encadenamos nosotros? A gente, a cosas, a ideas, a supersticiones, a manías, a caprichos, a obsesiones, a extravagancias, a locuras, a delirios. Los trabajadores viven encadenados, escribió Carlos Marx en EL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA. ¿Sólo los trabajadores? Todos arrastramos pesadas cadenas que aprisionan el alma. Y todas las cadenas son nefastas. Las únicas cadenas suaves, benévolas, son las cadenas del amor. Dos siglos antes de que Esquilo escribiera sobre las cadenas que encarcelaban el cuerpo de Prometeo, un profeta hebreo, Oseas, anunció que Dios le había manifestado su amor por los judíos con estas palabras: “con cuerdas humanas los atraje, con cadenas de amor” (11:4).
Cuerdas de amor. Cadenas de amor. Parodiando a Quevedo, el amor es tan poderoso que rompe las cadenas del mar y de la tierra. Esto otro dijo el novelista francés Claude Tillier: “las cadenas del amor nunca son tan fuertes como cuando los eslabones son de oro”.
Prometeo, el dios que trajo el fuego a los hombres es una de las más gloriosas figuras que brotaron de la profundidad de la mitología griega.
Según los portavoces del mito, Prometeo era hijo del Titán Jápeto y de la Oceánide Clímene. Ambos engendraron cuatro hijos: Prometeo, Epímeteo, Atlas, el que cargó con el peso del cielo, y Meneceo.
El titán Prometeo y el dios Zeus eran primos.
Prometeo, de acuerdo con Zeus, crea al hombre, formándolo de arcilla, pero mientras que Zeus pretendía que la raza humana permaneciera esclava, carente de toda inventiva y de todo poder, Prometeo se muestra más compasivo; en un descuido de Zeus le roba el fuego, germen de toda civilización y lo da a los hombres. Furioso, Zeus, ó Júpiter, padre de todos los dioses, castiga a Prometeo haciéndole encadenar a una roca del Cáucaso, como se lee en el drama de Esquilo. Un águila le roía incesantemente el hígado que volvía a crecerle. Compadecido de su situación, Heracles, personificación de la fuerza, identificado con el Hércules romano, mata al águila. Zeus, amenazado por Prometeo de perder el poder a manos de un hijo que aún no le había nacido, permite a Heracles que lo deje en libertad.
Oscura en su misteriosa grandeza, la figura de Prometeo ha sido admirada a través de los siglos y ha inspirado a músicos, dramaturgos y poetas tales como Dante, Milton, Byron, Goethe y otros muchos.
A Hesíodo, poeta épico y didáctico que vivió en Grecia en torno al siglo VIII antes de Cristo debemos el largo poema CATÁLOGO DE MUJERES. Hesíodo narra la historia de la primera mujer, Pandora, y el mito de las razas. Zeus, enfurecido contra Prometeo por haber entregado a los mortales el fuego sagrado, dispuso la creación de “un hermoso mal”, la primera mujer. Hefesto la formó de la tierra húmeda y Atenea la cubrió con vestimentas plateadas y un velo bordado. Hermes le concedió el don de la palabra y le enseñó todas las formas de astucia y engaño. La llamó Pandora. Luego le concedió la vida, la juventud y la belleza de las diosas. Zeus ordenó que fuera entregada como esposa a Epimeteo, el hermano tonto de Prometeo. Este le advirtió que no la aceptara, puesto que acarrearía sufrimientos a los hombres.
Epimeteo no pudo resistirse ante semejante belleza de mujer. La belleza es un hechizo del amor. Frente a la belleza pocos corazones se resisten y pocas voluntades de hierro se mantienen.
Ya entre los mortales, Pandora abrió una caja que contenía todos los males volcados sobre la tierra. En el fondo de la caja sólo quedó la esperanza.
Pandora es representada en la mitología griega como la primera de entre las mujeres que en sí mismas traen el mal, por lo que el hombre debe optar por huir del matrimonio.
El sábado 13 de diciembre de 2014 la segunda cadena de Televisión Española ofreció un documental grabado en Israel. El tema giraba en torno a helenismo y judaísmo. Prestigiosos intelectuales hebreos esgrimieron argumentos que probaban la influencia que la filosofía y la mitología griega tienen de la Torá judía, los cinco primeros libros de la Biblia. La teoría no es descabellada y ha sido apoyada en el pasado por eminentes especialistas en ambas disciplinas, la mitología y la filosofía que nos ha legado la antigua sabiduría griega y los escritos de Moisés, teniendo en cuenta que Moisés escribió unos 500 años antes que Homero.
El Mito de Prometeo puede ser un buen ejemplo de lo que el helenismo debe al judaísmo. El titán creando al primer hombre de arcilla apunta directamente al segundo capítulo del Génesis: “Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida” (2:7).
En LOS MITOS GRIEGOS, obra en dos volúmenes, el escritor británico Robert Graves, quien desde la segunda guerra mundial hizo de Mallorca su lugar de residencia, dice que Pandora bien puede ser asimilada a la Eva bíblica, pues las dos “traen la desgracia a la humanidad”.
Por otro lado, la antigua interpretación cristiana veía en Prometeo un precursor de Cristo. Aquel Prometeo que se rebela ante los dioses falsos y mentirosos y es clavado a una roca del Cáucaso prefiguraba en cierto modo la del Crucificado. A esta interpretación dieron crédito algunos de los llamados Padres de la Iglesia tales como Tertuliano y San Agustín. Incluso el célebre racionalista francés del siglo XVIII, François Voltaire, muestra simpatía por esa teoría cuando escribe su Pandora.
A nuestro juicio, la idea carece totalmente de fundamento y sólo se trata de una visión mitológica de la Biblia.
El tema más recurrido en toda esta historia de dioses y diosas es la caja de Pandora. Como queda escrito, después de ordenar su creación, belleza y sentidos, Zeus la envía a los mortales con una caja misteriosa. Cuando Pandora la abre, sin conocer su contenido, queda atónita. De su interior sale una gran cantidad de males y enfermedades que se extienden por primera vez entre todos los hombres.
En la doctrina cristiana, el causante del mal es Lucifer, el ángel rebelde, hermoso querubín que ambicionó ser igual a Dios. En la mitología griega, la introductora del mal en el mundo es Pandora. No culpemos a Lucifer ni a Pandora por lo que padecemos. El Maestro de Galilea dice que el causante del mal es el propio ser humano. Porque de su corazón sale la maldad (Marcos 7:21).
En su precipitación y asombro, Pandora cierra la tapa de la caja cuando entiende que nada quedaba en ella. Pero en el fondo estaba Elpis, Esperanza, la esperanza. La naturaleza del mal está en el mundo, pero está también la esperanza como flor que nunca se marchita.
La esperanza es hermana gemela del amor. El amor es el motor de la existencia. En su bello libro EL AMOR, LEY DE LA VIDA, el japonés Toyohico Kágawa, convertido del budismo al cristianismo, dice que la única esperanza para el mundo es el amor. No es el único que lo cree. Desgraciadamente estamos viviendo unos tiempos en que la falta de amor nos está convirtiendo en estatuas de mármol. Nos estamos tecnificando, atomizando, industrializando, pero nos estamos desenamorando, parapetado cada cual en sus mezquinos egoísmos.
Necesitamos salir en busca de la caja de Pandora, abrirla para que salgan todos los males, mejor, para que desaparezcan y quedarnos con la esperanza. No es suficiente con soñar el cielo, en el entretanto hemos de levantar los ojos a las estrellas, mensajeras de esperanza.
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