Cuando lo importante no importa

¡Oiga usted! Deje de mirar hacia otro lado y míreme.

Estoy aquí, cercanamente alejado. Soy parte del mundo que le circunda, de ese espacio que compartimos.

Soy real, habitante de un mundo convulso y de parecer ilógico.

Soy un ser que deambula por una tierra que perteneciéndome parece ser más suya que mía.

Yo recojo las migajas de su pan.

Yo aspiro el aire que sus pulmones exhala.

Yo estoy llamado a lamer las heridas que su prepotencia me causa.

Mientras usted pasea su descarado antojo de superioridad, yo me detengo a la sombra de su figura para no sentir el ardiente calor del sol que devasta mi ánimo y me lleva al desvanecimiento.

Yo no le importo. Usted piensa que no soy importante.

Usted cree que no soy más que un número en una estadística.

Que sólo soy ese ser que se asoma tímidamente a una ventana que no tiene vistas. Un ser carente de voz, sin autoridad, sin capacidad para discernir, sin sentimientos, sin…

¡Pues óigame bien!

Lo que usted deshecha esta plagado de vida. De una vida que usted jamás podrá entender porque simplemente sobrevive.

Una vida tan sencilla que su enrevesado corazón no puede concebir.

Sus riquezas lo empobrecen, lo envilecen hasta tal punto que es incapaz de atender a otra voz que no sea la suya.

Yo estoy aquí, aunque finja no verme. Me muevo con la libertad que usted no tiene. Vuelo entre corrientes de aire que imagino y usted no sabe lo que es soñar porque nunca ha tenido tiempo para ello.

Yo soy esos muchos otros que sin temor se levantan cada día y agradecen a Dios la oportunidad que les da de vivir.

Sin temor camino, sueño, extiendo mis manos prestando favores, recibiendo a cambio una entrañable muestra de amor que me hace estrechar lazos con mi prójimo.

Usted en cambio lastima, hiere, controla y manda.

Aquí por desgracia las cosas funcionan según su criterio.

Pero, la vida es efímera y usted está plagado de fragilidad.

Mientras mis ojos atisban belleza en lo prosaico, usted lucha por adecentar los escombros de una inútil batalla de hombres poderosos.

No lo miro no con desprecio, más bien con tristeza.

Aquello que para usted carece de valor posee unos matices hermosos invisibles a sus ojos.

Y mientras los niños corretean semidesnudos por entre las chozas veo la sencillez de la belleza, el contacto armonioso de lo humano y lo divino.

Y usted, pobre dictador de normas, se corrompe mirando hacia otro lado.

Para no sentir la punzada de dolor de un pueblo que aún estando rasurado de pobreza canta cada día al dador de la vida un himno de alabanza.