Este mundo es un gran mercado en el que todo es factible de comprarse y venderse, incluso los seguidores en Twitter o los fans en Facebook.
El correo electrónico es una rica e inagotable fuente de mensajes de todo tipo, cuya versatilidad habla elocuentemente de la capacidad imaginativa, no siempre para bien, del ser humano. Algunos son engaños tan burdos que cuesta creer que alguien les preste atención, aunque se supone que si se mandan es porque algún resultado tendrán.
En esta categoría se encontrarían los que proceden de personajes importantes, como el ex-presidente Hosni Mubarak, el cual recientemente me ofrecía ser copartícipe de su fortuna si le suministraba mi cuenta bancaria para hacerme la transferencia correspondiente. También me ha escrito la viuda de Arafat, proponiéndome desbloquear el dinero que su marido tenía en Suiza y repartirlo entre nosotros dos. Y no falta quien me presenta un proyecto muy arriesgado, pero suculento, como es el de sacar una millonaria cantidad de divisas escondida en algún lugar secreto en Irak. Luego estarían los premios de la lotería, cuyas cifras cuesta leer por la cantidad de ceros que hay a la derecha de un uno. Lo sorprendente en este caso es que sea agraciado de un premio para el que no he jugado. En fin, es como dijo el torero: Hay gente pa' tó.
Pero recientemente una empresa dedicada a los menesteres de la publicidad me ha ofrecido la posibilidad de comprar fans en Facebook o de comprar seguidores en Twitter. Dependiendo de la cantidad de fans o seguidores que quiera así es el precio a pagar. Por ejemplo, tener 250 seguidores españoles se consigue en un tiempo de dos a cuatro días y solo cuesta 29 €. Pero si quiero tener 1.000 seguidores latinos el precio asciende a 79 €, aunque el tiempo necesario se eleva de ocho a diez días. No obstante, están abiertos a que les proponga qué número de seguidores o fans quiero tener al día, por supuesto en función del dinero que estoy dispuesto a pagar.
Es sabido que el número de personas que te siguen en esas redes sociales es indicador de la importancia que tienes. Y como la importancia es paralela a la categoría e influencia, es vital no quedarse en cifras de uno o dos dígitos, lo cual sería patético. Como la vanidad es un factor primordial en esta esfera de la popularidad, la empresa en cuestión viene a echarme una mano para que mi popularidad suba como la espuma. Y como los números llaman a los números, ese efecto llamada hace el resto. No importa si eres un leño o un negado; el dinero con el que compras simpatías lo puede todo.
Qué razón tenía Don Francisco de Quevedo cuando escribió aquella letrilla satírica que dice:
¿Quién hace al tuerto galán
y prudente al sin consejo?
¿Quién al avariento viejo
le sirve de río Jordán?
¿Quién hace de piedras pan
sin ser el Dios verdadero?
El dinero.
Ya sabíamos que este mundo es un gran mercado en el que todo es factible de comprarse y venderse, incluso los seguidores en Twitter o los fans en Facebook. Y también sabíamos que todo hombre es comprable, porque tiene un precio. De ahí que el valor real de las cosas y las personas en este mundo se mida por el dinero.
Por eso me alegro de ser seguidor de Aquel que cuando le ofrecieron la oportunidad de tener toda la popularidad, categoría e influencia posibles, pero al precio de vender su alma, la rechazó sin vacilación, al comprender que hay algo más importante que eso, como es la aprobación de Dios y el mantenimiento de la propia integridad.
También me alegro de ser seguidor suyo, porque cuando tenía miles de seguidores, que pensaban que era la solución a sus problemas materiales, no tuvo temor de poner las cosas en su sitio y demandar a cualquiera que quisiera seguirle que estuviera dispuesto a tomar la cruz de la vergüenza y la impopularidad e ir en pos de él.
Igualmente me alegro de seguir a quien compró a sus seguidores no con unos cuantos euros, sino al precio de su sangre y no para alimentar su propia vanidad sino para que dejáramos de estar atrapados en el seguimiento del pecado y de la muerte.
A éste verdaderamente es al único que merece la pena seguirle, porque como dijo uno de sus más estrechos seguidores: 'Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.' (Juan 6:68)
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