El Evangelio de Marcos 1: 14. Si hoy sacáramos un micrófono a la calle es dudoso que hubiera mucha gente que dijera correctamente lo que Jesús enseñaba.
Como ya señalamos, Marcos parece especialmente apresurado en el relato –más que Lucas o Marcos– y se comporta así porque desea llegar cuanto antes a la predicación de Jesús.
¿Cuál fue el mensaje de Jesús? A pesar de lo relevante de la cuestión si hoy sacáramos un micrófono a la calle es dudoso que hubiera mucha gente que dijera correctamente lo que Jesús enseñaba.
Algunos dirían que fuéramos buenos; otros señalarían que hay que obedecer al papa; otros que siguiéramos a sus supuestos representantes; otros insistirían en que frecuentáramos los sacramentos e incluso no faltaría alguno que hablara sobre la revolución. Pero Jesús no predicó nada de eso.
A decir verdad el núcleo esencial de su predicación dista bastante de todas y cada una de estas respuestas. Como el tema es de enorme relevante -¿qué puede serlo más que la enseñanza del mesías-siervo?– dedicaremos a ello varios artículos.
Adelantemos que Jesús predicaba tres cosas: 1. Que el tiempo se había cumplido; 2. Que el Reino de Dios se ha acercado; y 3. Que había que convertirse creyendo en la Buena noticia.
La primera afirmación resulta muy relevante porque Jesús estaba afirmando que no había que esperar más al mesías. Ya había llegado. No le faltaban razones para realizar esa afirmación. El patriarca Jacob había anunciado que cuando llegara el Shilo o mesías el cetro no estaría en manos de Judá, la tribu de la que salían los reyes de Israel (Génesis 48: 10).
Semejante idea cuenta con paralelos en el judaísmo del Segundo templo. Por ejemplo, la gente de Qumrán abandonó su monasterio a orillas del mar Muerto y regresó a Jerusalén cuando accedió al trono Herodes el Grande. La razón muy posiblemente fue que pensaron que puesto que el cetro regio ya no lo tenía un miembro de la tribu de Judá sino un idumeo el mesías debía andar cerca.
Al cabo de unos años regresaron a Qumrán, pero la idea flotaba en el ambiente. Y era lógico que así fuera porque no sólo Jacob sino también Daniel había dejado claro en su profecía de las setentas semanas que el mesías debía aparecer en una fecha situada a inicios del siglo I d. de C.
Jesús salió anunciando eso mismo. El tiempo se ha cumplido. No tiene sentido que el pueblo de Israel espere más porque, tal y como fue profetizado por el patriarca y por el profeta, éste es el tiempo.
La afirmación era tremenda y encerraba en si verdades de no escasa relevancia. La primera es que Dios actúa de acuerdo con Sus tiempos. Es cierto que los seres humanos desearíamos que interviniera cuando lo deseamos –y lo hace no pocas veces– pero El es el Señor del tiempo y El interviene cuando así lo estima conveniente.
La segunda es que, históricamente, incluso los que han afirmado seguir a Jesús han perdido la noción del tiempo de acuerdo con Dios. Han olvidado lo que significa la llegada del mesías y lo que implica que haya de regresar como señala no sólo la Biblia sino también algunos testimonios rabínicos recogidos en el Talmud. A decir verdad, es común que la gente haya perdido la verdadera noción del tiempo, el tiempo según Dios podríamos decir, y que por ello pierda también la perspectiva adecuada de las cosas.
Proyectan su visión hacia las próximas elecciones, el final de curso o las siguientes vacaciones, pero esa visión del tiempo por lógica que pueda ser resulta pobre e inadecuada. Precisamente por ello, Jesús comenzó su predicación con ese anuncio. Cuando se es consciente de que el tiempo ha llegado se comienza a ver todo de manera diferente.
Pero hay algo en ese tiempo mucho más importante todavía. De ello hablaremos Dios mediante en el siguiente artículo.
Continuará
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