Damos la impresión de tener un contrato oculto en el que hemos firmado con nuestra propia sangre pronunciar frases positivas.
Me pregunto si decir algo negativo es necesariamente malo ¿Jesús lo vio todo bien cuando vivió entre nosotros? ¿Lo aceptó todo como bueno? ¿No criticaba nada de su entorno?
¿Qué pasa cuando la persona que predica, para reafirmar que la Palabra de Dios es más penetrante que una espada de doble filo, usa el micro como arma de defensa y dice cosas tan absurdas como que Jesús murió en una cruz porque era lo más parecido a una espada?
¿Qué pasa cuando en la predicación se está ofendiendo a quienes escuchan, por ejemplo a las mujeres, degradándolas, diciendo que cada vez se insinúan más y más quedándose el varón que habla al margen de los pecados, habiendo miles de violadores por cada mujer que se insinúa? ¿Cuántas hay explotadas y esclavizadas en la prostitución por causa de los hombres?
¿Qué pasa cuando se intenta innovar poniendo de moda dar besos en el cuello entre hombre y hombre porque este tipo de gesto demuestra más amor entre creyentes?
¿Qué pasa cuando, quien está enseñando, habla sin ton ni son, sin llegar a ningún fin concreto y salta de versículo en versículo como de oca en oca, ilustrando, las más de las veces, lo que quiere decir con especulaciones de su propia cosecha y no lo que tiene que enseñar de parte del Señor?
¿Y cuando nos quieren hacer creer que por seguir a Cristo, nada malo nos puede ocurrir? ¿No es una gran mentira? ¿No sería nuestro Señor tremendamente injusto con sus criaturas? ¿Por qué decimos amén?
Ante esto, ¿qué voz se levanta exclamando “Dios mío que pase de nosotros este cáliz cuanto antes porque sabemos que esta no es tu Palabra y ni es tu voluntad, ni la nuestra?”
¿Por qué se cierran nuestras bocas ante lo falso que nos están ofreciendo? ¿Porque hay quienes ordenan que lo que se habla desde el púlpito no es criticable? ¿Qué temen? Llegar hasta ese mueble auxiliar que oculta la mitad del cuerpo es como alcanzar el triunfo en una maratón que conduce hacia la infalibilidad, y está de más recordar que siempre andamos diciendo que desechamos el poder de los tabúes, de las imágenes.
¿Actuamos de la misma manera sumisa de puertas a fuera, en nuestra casa, en el trabajo, con los amigos, los vecinos...? ¿Somos tan considerados, tan amorosos? ¿No somos más naturales?
La respuesta, perdonad mi franqueza, no es siempre el amor, no es siempre el respeto, no es siempre la consideración, no es siempre el convencimiento de que nos están dando el mejor alimento, ni que siempre nos sintamos ese rato como en una nube. No. No es nada de eso. La respuesta es simplemente el miedo. El miedo a ser señalados o señaladas con el dedo. Y ese miedo nos lleva a la hipocresía.
No hay un contrato firmado entre oyentes y oradores que se acercan al estrado que afirme que sólo podemos exclamar amenes, bendiciones, glorieces y aleluyas. No lo hay. Pero hemos sellado mentalmente con nuestras rúbricas un protocolo que dicta: “Calladitos. Todo está bien”. ¿Todo está bien?
Comentar esta realidad no es sinónimo de sentirse mal espiritualmente, como algunos interpretan la sinceridad, sino una muestra de querer avanzar y amar al Señor nuestro Dios sobre todas las cosas, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro ser, con todo nuestro entendimiento...
Con esto, amigas y amigos, no pretendo que os acordéis de este escrito cuando estas cosas ocurran, pues continuarán mientras estemos en el mundo. Lo que procuro es que cada cual se acuerde de su persona y examine lo que le están ofreciendo como mensaje de Dios nuestro Padre. Yo la primera.
...recibieron de buena gana el mensaje, y día tras día estudiaban las Escrituras para comprobar la verdad de lo que oían.Hechos 17,11
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