Durante estos días las multitudes abren sus bocas para proclamar que, a su manera, son creyentes, y nadie se les ríe en la cara. No tienen miedo, ni se avergüenzan de pronunciar el nombre de los diferentes Cristos y Vírgenes que veneran.
El ambientillo religioso vuelve a los colegios donde están prohibidos los símbolos. En los parvularios se disfrazan los peques, ellos de nazarenos y ellas, con tres kilos de maquillaje en la cara, de mantilla.
Incluso se hacen Karaokes de saetas que los padres, tan ilusionados como ateos, graban para el recuerdo y ¡ojo!, que las clases sigan sin crucifijos o acudirán rápidamente con sus quejas al Consejo Escolar, o al AMPA. Falsedad de falsedades, ¡cuánta falsedad!
Es más, en estas fechas, comentar que no se pertenece a ninguna cofradía quita puntos. Decir que las imágenes no tienen poder para hacer milagros hace que los más forofos se lleven las manos a la cabeza. Pero luego todo queda en las puras emociones del momento. Corrupto sentimiento.
En realidad, la necesidad de creer en algo queda patente esta semana. La evasión de compromisos, también.
En la prensa escrita, la radio y la televisión, se informa de las fiestas, los días de vacaciones, el puente y las ofertas hoteleras. Se habla de la mal venida lluvia que, muy a su pesar, anuncian los meteorólogos y que puede fastidiar los negocios, la ilusión de las hermandades... En ningún momento, en ninguno, se pronuncia el sacrificio de Cristo en la Cruz y lo que eso significa para el ser humano.
En la Babilonia contemporánea se celebra la muerte de Jesús sin ni siquiera nombrar su muerte. El protagonista de Semana Santa no está presente. Si estuviera, todo lo que se monta alrededor acabaría de inmediato.
Pero ahí está el arte encantador de las esculturas, el oro y la plata que cubren los tronos, las flores, las velas, los bordados, el incienso, las bandas de música tocando al son de la muerte del que está ausente, el desfile de mujeres vestidas de mantilla cumpliendo promesas (primero se han hecho la foto de estudio que expondrán en casa a la luz de las visitas), pagando favores, temiendo a las supersticiones...
¡Ay de ti, que a un ídolo de madera le dices que despierte, y a una piedra muda, que se ponga en pie! ¿Podrán ellos comunicar mensaje alguno? ¡No, porque no tienen vida propia, aunque estén recubiertos de oro y plata! Habacuc 2:19.
Los espectadores salen a las calles con horas de antelación para lograr un sitio decente, si es preciso pagan por un asiento en primera fila. Son personas que, sin ser creyentes, lloran ante los pasos como si el sentimiento fuera sincero, de corazón, se emocionan, aunque luego, cuando termina el espectáculo, pasen por los bares a mojarse las penas en alcohol, comer pescaito frito... Y a otra cosa, mariposa.
El silencio de los sacerdotes católicos ante tanta idolatría, también queda patente, pues permiten, sabiéndolo de sobra, una fe tan revuelta como el tiempo. Y tan vana.
¡Bienvenidos sean todos a Babilonia! ¡Sus puertas están abiertas de par en par! ¡Sus calles preparadas para el jolgorio! ¡El ánimo, dispuesto! Sin embargo, no todos estaremos entre la muchedumbre adoradora de ídolos, no todos.
Cuando veáis, delante y detrás de ellos la turba que los adora, decid allá en vuestro corazón: A ti se te debe adorar, Señor.
Baruc, 6:5
*Baruc fue discípulo y secretario de Jeremías. Muchos detalles sabemos de su vida por la obra de su gran maestro, en la que también él tuvo buena parte...
El libro de Baruc no figura en el canon hebreo. Pero está ya en la versión griega de los LXX, de donde lo ha tomado la Vulgata Latina. La Iglesia Católica siempre lo ha considerado como inspirado y canónico. (Tomado de la Santa Biblia, Editorial Herder S.A., 1972).
El capítulo 6 del libro de Baruc es una copia de la carta que envió Jeremías a los que salían para Babilonia.
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