Uno es más que cuatro

Los estudios de su hija. Las notas universitarias de su hija. Las virtudes de su hija. El novio de su hija. El coche de su hija. El piso de su hija... Para finalizar añadía siempre la misma coletilla:
—Es que tú, cómo tienes cuatro, no sabes, ni puedes imaginar lo que es querer a una hija única, vamos, que por mucho que lo intentes no te lo puedes imaginar.

Y ahí le clavaba el puñal a la oyente. Por supuesto entendía que la pobre mujer estaba obsesionada, por eso no le rebatía. Sin embargo, cada vez temía más encontrarse con ella porque, cuando se marchaba después de soltar su repetido discurso maternal, se sentía mal por no defender el cariño que también ella les tenía a sus hijos.

Un día, debió ser culpa de las hormonas, se le hincharon las narices y le dijo más o menos así:
—Escucha, Rosario, hasta ahora nunca te he dicho nada y espero, primero, que no te molestes, y segundo, no tener que repetírtelo: Estás equivocada. Yo quiero mucho a mis cuatro hijos.

La del parto único, tozuda a más no poder quiso enseñarle a hacer las cuentas del querer con ánimo de convencerla:
—Verás, es que si el cariño que, como madres, se nos ha concedido para repartir entre los hijos es de, supongamos, 10 puntos, mi hijo recibe los 10 completos, mientras que tú solamente le puedes dar a cada uno de los tuyos..., haz las cuentas y divide.

La sufriente, cansada, volvió al ataque:
—No bonita, no. Yo sé lo que es querer a un solo hijo porque tuve a mi Carlitos sin hermanos hasta que cumplió los cinco años y he comprobado que cuando me fueron naciendo los otros, volví a tener esos 10 puntos que tú dices para cada uno de ellos. Lo que pasa es que tú, como sólo tienes uno, no lo sabes ni lo has experimentado, ni tienes idea de lo que es querer a varios hijos a la vez y, además, por tu edad, yo diría que has perdido el tren. Para una madre, tener uno, tres o doce es lo mismo en cuanto al cariño se refiere, porque para cada uno recibe los puntos que necesita. Lo que a ti te pasa es que no tienes idea de lo que estoy hablando.

¡Qué a gusto se quedó, por Dios bendito!

Ahora, cada vez que se encuentran, la de la hija única hace la vista gorda, pero la amiga la saluda para que recuerde siempre la última conversación que tuvieron.

Ustedes se preguntarán a qué viene toda esta historia, pues bien, viene a que cuando me la contaron lo primero que se me vino al pensamiento fue ¡ay, si el mensaje de amor de Dios para con nosotros sus hijos estuviera hecho con estas mismas cuentas! Gracias, Señor, por ser como eres y por amarnos como nos amas. (El amén, si quieren, lo colocan ustedes, que yo no trato de convencer a nadie).