Lalaralarita, limpio mi casita

¡Qué extraña resulta esta enfermedad metida en el cuerpo de un varón!, ¿verdad?

Seguramente, el problema no habría llegado hasta ese extremo si la pareja se hubiese puesto de acuerdo en recibir ayuda de un especialista, o quién sabe si ha sido a pesar de eso. Por otro lado, ¡cuántas mujeres necesitan igualmente este auxilio y no lo buscan porque no saben que tienen cura! Este es un síndrome obsesivo-compulsivo que lucha constantemente contra la suciedad. Vamos, una batalla perdida.

Los expertos deberían inventar una especie de programador (quizá se esté estudiando ya), algo así como un chip con mando a distancia que sirviera para poner en marcha a aquellos que no sacan las manos del bolsillo mientras están en casa y aminorar la marcha de los pocos que no saben dónde dejarlas quietas.

Un programador de horas de trabajo y otro de descanso. Nosotras mismas, ya sea a través del chip o, mientras lo inventan, de la voluntad propia, deberíamos también saber hasta cuando trabajar en casa y hasta donde dejar para otro día. Las mujeres que eligiésemos esto, seríamos más dueñas de nuestro tiempo, de nuestras actividades y de nuestra felicidad. Y por supuesto, no admitiríamos obligaciones fuera del horario que nos fijásemos, lo diga quien lo diga, aunque sea el mismísimo chip encarnado en un cuerpo de varón.

O sea, ahora limpio, y limpio. Ahora no limpio, y no limpio. Hoy ordeno, y ordeno. Mañana que ordenen otros (¡uy!, esta última frase se presta a confusión). Es nuestra decisión, y a quien se queje, se le pone un trapito en una mano y un limpiador con fú-fú en la otra para acallar lamentos.

Dejando a un lado este caso excepcional de la reciente noticia en Alemania, tenemos que seguir alentando a los maridos e hijos a colaborar con las tareas de casa. En el contexto de lo que entendemos por amor de Dios, entra este concepto y no solo los besos.

Educarnos, además, en la ciencia de que no es más limpio quien limpia más, sino quien menos ensucia. Al Señor de la Creación le gusta el orden, el brillo interior y el exterior. La expresión “la unión hace la fuerza”, llevada a cabo como Dios manda un día de la semana al remangarse en casa, alivia tensiones y aumenta el cariño familiar.

Como todos sabemos y ya dije al principio, en el término medio está la virtud. De todas formas, la noticia ha encendido una lucecilla curiosa en mi mente y estoy tentada a preguntar, aunque no reciba respuestas, cuántos hombres existirán en el mundo con este síndrome. Si estarán registrados con nombres y apellidos en alguna lista, si aparecerán en las páginas amarillas o en las blancas... Más que nada por invitarlo a desayunar algunos días de la semana y luego pedirle que se sienta con total libertad de movimientos mientras salgo a resolver otros asuntos. O invitarlo solamente de manera esporádica, por ejemplo al comienzo de cada estación... Bueno, no sé..., invitarlo. Y punto.