¿Por qué cuesta tanto trabajo reconocer que la criatura que está en proceso de nacer tiene derecho a vivir, si se trata del derecho más fundamental de todos.
Cuando se echa la vista atrás en la Historia y se busca el origen de la democracia, indudablemente la referencia que surge es Grecia en el periodo clásico, esto es, siglos V y IV a. C. Especialmente Atenas sería el paradigma de la ciudad-estado en la que la noción de ciudadanía, con sus derechos y deberes, facultaba al que la poseyera para participar en los asuntos civiles.
Aunque se trataba de una idea avanzada, si la juzgamos por nuestros parámetros actuales resulta a toda luces deficiente, porque aproximadamente sólo el diez por ciento de los habitantes de Atenas eran constituyentes de ese derecho de participación. Una gran masa de personas estaban excluidas por diversas razones. En primer lugar estaban descartados los esclavos, que por definición no tenían derechos, y a los que Aristóteles describió como "herramientas" en manos de sus amos. También estaban excluidos los extranjeros, aunque fueran residentes, pues la ciudadanía estaba reservada a los nacidos de padres atenienses. Igualmente quedaban fuera las mujeres, porque sólo los varones mayores de dieciocho años eran titulares directos de la noción de ciudadanía.
Si a alguien se le hubiera ocurrido afirmar que a los esclavos y a las mujeres se les estaba privando de un derecho básico, seguramente al promotor de tal idea le hubieran encerrado en un manicomio; o tal vez peor, porque la esclavitud y la masculinidad eran piedras angulares sobre las que estaba edificada la sociedad ateniense y todo lo que pudiera hacer tambalear su estabilidad podía ser considerado un grave delito.
La república romana siguió los pasos de la polis griega, aunque avanzó algunos para aumentar el número de los que disfrutaban de derechos, al conferírselos a los esclavos libertos y al otorgarle la ciudadanía en determinados casos a extranjeros, como en el caso de la colonia de Filipos, en la que sus habitantes gozaban de la ciudadanía romana, aunque esa ciudad estuviera situada a cientos de kilómetros de distancia de Roma. Dicho sea de paso, es interesante que el evangelista Lucas ha constatado ese detalle sobre el estatus de dicha ciudad[i]. Pero los esclavos seguían estando incapacitados jurídicamente para cualquier derecho y la posición de las mujeres era semejante a la de los varones que no habían llegado a la pubertad, por lo cual necesitaban un representante, que en el caso de las esposas era el marido y en el de los menores el padre.
De nuevo nos encontramos con que cualquier voz que se hubiera atrevido a denunciar este estado de cosas hubiera sido inmediatamente señalada y perseguida, al considerarse un atentado contra el sistema social, político y jurídico vigente. No es extraño que los cristianos fueran acusados de "trastornar" el mundo[ii], con su predicación de que en Cristo no "hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer"[iii].
Andando el tiempo, la democracia actual más antigua y asentada en el mundo, la británica, sólo otorgó el derecho de sufragio a las mujeres en 1918, hace menos de cien años, tras décadas de luchas y derrotas del movimiento sufragista. La Cámara de los Comunes era asunto de hombres y originalmente de caballeros, burgueses y propietarios, nada más. Es decir, durante siglos esa democracia fue un sistema excluyente, en el que se negaban derechos básicos a personas que eran titulares potenciales de los mismos.
El derecho de los esclavos a ser personas libres lo vemos ahora como algo lógico y natural, causándonos asombro que tal noción pudiera negarse en algún momento; el derecho de las mujeres a tener personalidad jurídica lo consideramos igualmente algo normal, provocándonos también estupor que les fuera negado durante tanto tiempo. Entonces ¿por qué cuesta tanto trabajo reconocer que la criatura que está en proceso de nacer tiene derecho a vivir, si se trata del derecho más fundamental de todos?
Tal vez porque la misma resistencia que hubo durante siglos para disolver la esclavitud y liberar a la mujer, sea la que ahora se ejerce contra el derecho de los no nacidos. Lo paradójico y contradictorio es que el mismo movimiento emancipador de antaño es el movimiento opresor actual. Es decir, la revolución para eliminar el privilegio masculino se ha convertido ella misma, con el paso del tiempo, en un baluarte del privilegio femenino.
Si alguien levanta la voz en contra de este estado de cosas queda ofensivamente etiquetado, aunque eso fue lo que pasó con los que antiguamente se atrevieron a denunciar las condiciones denigrantes de los perjudicados. Las democracias actuales tienen algunas asignaturas pendientes, pero seguramente, por ser de vida o muerte, ninguna es más urgente que la causa de los no nacidos.
Mientras tal causa no se reconozca, serán democracias mutiladas, o mejor dicho mutiladoras, que salen culpables ante los agraviados, igual que las del ayer.
[i] Hechos 16:12
[ii] Hechos 17:6
[iii] Gálatas 3:28
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