Madres, en prosa

Ahora somos conscientes de que, a veces, nos paramos indecisas en un paso llamado “intento”, y lo que deseábamos entones no tiene nada que ver con la realidad que, poco a poco, bebemos...

En algunos momentos, incluso, hemos pensado que íbamos hacia atrás en la carrera. Dirigíamos la mirada hacia el pasado, deseosas de encontrar soluciones, buscando consejo en nuestras propias madres. ¡Qué poco se nos enseña y cuanto nos duelen los errores!

A ratos, lloramos a escondidas recordando la niñez. No éramos así. Tampoco era el mismo mundo el que nos absorbía.

Aprendemos a sobrevivir a la ausencia de nuestros sueños que, con el paso del tiempo, han ido desconchándose. Hay épocas en las que se nos olvida la formula para alargar la ilusión.

Sabemos que nacimos para algo distinto y, al casarnos, pusimos nuestros vientres como rosa prematura a disposición del destino. Parimos hijos, los que Dios nos da y hacemos lo que sea necesario para sacarlos adelante.

Elegimos sus nombres con sumo cuidado, para que coincidan con relevados personajes bíblicos o históricos. Pensamos que “un buen nombre”, hará paliar, de algún modo, las carencias que tendrán en este mundo, o las que tuvimos nosotras.

Tememos el momento del caminar adulto. Comienzan las modas, las marcas, la música ruidosa. Las notas, los amigos, palabras nuevas en sus bocas... Entonces una angustia grande nos roba el alma con dudas nacientes desde las entrañas. Perdemos el sueño, el hambre, la risa espontánea...

¡Cuantas veces nos gustaría verlo todo tan claro como que un jazmín viste siempre de blanco; que en el amor, sólo amor; que la verdad nunca es tan dañina como una mentira...! Y continuamos sin rendirnos a asumir nuestra impotencia.

Las madres vivimos con miedo... En infinidad de ocasiones nos sentimos culpables de las desdichas de nuestros hijos e hijas, porque creemos que, en ocasiones, los malos acontecimientos pudieron haberse evitado.

Cada día, a nuestro alrededor, otras ventanas, de par en par abiertas, nos muestran descaradas otros espacios de libertad, formas diferentes de vivir..., pero aceptamos, como hijas de Dios, la nuestra.

La Palabra del Señor, nuestro consuelo, es la Luz que se inclina hacia nuestra maternal sombra, nos da calor, seguridad, amor y despoja nuestro espíritu de todos sus miedos.