Lo que somos nadie nos lo puede quitar, porque está en las manos de Dios.
Antonio Orejuela fue un extraordinario futbolista español en los años 80 que jugó (entre otros) en el Rayo Vallecano, el Mallorca, el Atlético de Madrid y en la selección nacional. Durante uno de los momentos más importantes de su carrera, una lesión en la rodilla estuvo a punto de retirarle definitivamente: después de ser opera- do, la herida no cicatrizaba ni respondía a ningún tratamiento, has- ta que un médico descubrió que una bacteria era lo que le impedía recuperarse normalmente. Dios le ayudó en ese momento para que los médicos encontrasen la solución a su mal. Hoy es creyente en el Señor Jesús, con toda su familia.
Como todos los jugadores, Antonio tuvo su momento. Cuando pasan los años y dejas de jugar, muy pocos te recuerdan, solo aquellos que realmente te quieren. Si no me crees, intenta escribir los nombres de los campeones del mundo de cualquier deporte de hace quince años o más... Puedes hacer lo mismo con cualquier otra estrella en cualquier campo de la humanidad: escritores, artistas, pintores, mujeres y hombres de ciencia, etc. ¡Solo los más famosos quedan en el recuerdo!
Sin embargo, todos vivimos en el corazón de Dios. Para él todos somos importantes, nunca nos olvida; para Dios siempre tenemos valor. Él nos da seguridad porque nos enseña que nuestra vida tiene valor, y nos muestra cuál es el final de nuestro camino, por decirlo de alguna manera... porque lo que nosotros creemos que es el final no es más que el principio.
Pero, además, nos acompaña siempre. Jamás nos deja solos. Pablo lo sabía por experiencia, por eso escribe al final de su vida: «Por lo cual también sufro estas cosas, pero no me avergüenzo; porque yo sé en quién he creído, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día» (2 Timoteo 1:12). Nuestra vida tiene un propósito porque Dios nos hizo. No importan las circunstancias que estemos viviendo, Dios guardará ese depósito para siempre. Lo que somos nadie nos lo puede quitar, porque está en las manos de Dios. No importan los cambios físicos, familiares, sociales o circunstanciales. Si confiamos en Dios, él nos guardará hasta aquel día, el día en el que nuestra vida se manifieste y la eternidad comience.
Mientras tanto, vivimos disfrutando y ayudando a todos. Esa es la manera en la que vivió el Señor y así debe ser nuestro carácter. Vivir haciendo el bien. Jesús curó a todos, les dio de comer, los ayudó, los escuchó, les dio lo que necesitaban y jamás se preocupó si ellos iban a seguirle o no. Vino para proclamar el mensaje del evangelio del Reino durante tres años y se entregó por nosotros. Ayudó absolutamente a todos los que pasaron por su lado.
Así debemos vivir nosotros. Seguir haciendo el bien aunque solo nos quede un día de vida. Ayudarlos a todos, ¡aunque supiéramos que el Señor viene a buscarnos esta misma noche! Nada nos avergüenza ni nos preocupa. Sabemos en quien hemos creído. Sabemos que él es poderoso para guardarnos y cuidarnos. Sabemos que nuestra vida tiene sentido porque está en sus manos.
No nos importa si algunos de nuestros conocidos se olvidan de quiénes somos. Vivimos dentro del corazón de Dios.
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