Ironía con prosa y verso

No quiero sentir el daño que sufren los demás y no tengo que darme por aludida.

No veo las noticias. No leo la prensa. No entro en internet. Así no se esfuma el clímax perfecto que he creado para mí.

No soporto las imágenes de esas moscas insaciables que devoran niños barrigones y desnutridos. Ni me gusta el brillo de hojalata de las mantas térmicas que envuelven a esos locos clandestinos que se arriesgan a cruzar océanos.

No puedo imaginar el hedor de esos pueblos pobres que están repletos de basura por doquier. Cuando un pordiosero se cruza en mi camino, procuro mirar hacia otro lado para evitar cruzarme con sus ojos. Y de los negros no me gusta el color.

Cuido mi existencia como oro en paño. Me la endulzo como puedo. Sólo se vive una vez.

Procuro hacer lo que quiero, lo que me apetece. Creo que Dios, si existe, creó los párpados para cerrarlos ante lo que no queremos ver. Por si acaso no es suficiente, cierro, además, puertas y persianas.

El día que truena, me pongo un DC con pajaritos cantando en plena selva. Cuando hace calor, me envuelvo del ir y venir del susurro de las olas del Pacífico. Procuro tener flores frescas sobre mi mesa. Una delicia...

Pero lo que son las cosas, en una ocasión, noté tal filtración en mi techo de prosa que me dio un ataque de pánico. Pregunté a mi banquero si conocía a alguien que pudiera ayudarme y si costaría mucho el arreglo. Me explicó que bastaba la firma en un talón cuyo importe fuera entre diez o doce euros y él lo enviará a una ONG cualquiera. Y efectivamente, la gotera desapareció. Siempre es bueno tener gente que nos dé buenos consejos, como también es bueno dejarse aconsejar por buena gente.

Mi madre se equivocaba. Decía que esta vida es un valle de dolor y lágrimas donde tenemos que levantarnos unos a otros para seguir caminando. Pobre mujer. Trabajó hasta el final de sus días creyendo que con el esfuerzo de sus pobres manos iba a cambiar algo. No sé cómo pudo arrastrar tantas personas tras ella. Tenía el don de convencer con sus palabras. Tal era su suerte, que, de haber querido, habría creado su propia religión, pero siempre confió en un único Dios y estaba convencida de que, mirarle a él como meta, era más que suficiente.

Doy gracias por parecerme más a mi padre, que decía, y aún dice, que cada uno debe estar en su casa, que sin ver, ni oír, ni hablar es como mejor se está. Así de fácil.

Lo peor son las filtraciones que últimamente se están repitiendo en el techo, los ataques de pánico que me dejan como muerta, los cheques que cada vez el banquero va aumentando de cifra..., y los sueños nocturnos que, de un tiempo acá, se me vienen repitiendo. No sé...

Aunque éste escrito va contra mis convicciones, ¿no es verdad que declaraciones como la que he inventado la escuchamos todos los días? No formemos parte de ellas.