Recientemente ha salido a la luz la noticia sobre la debilidad del banco portugués Espírito Santo, la principal entidad financiera de esa nación. Cuando ya parecía que las convulsiones vividas en los últimos años estaban más o menos aplacadas, ahora las alarmas volvían a sonar y los temores a desatarse ante la posibilidad del hundimiento de la economía lusa, toda vez que ya fue rescatada en su debido momento. De nuevo se temía que un efecto contagio comenzara a derribar como fichas de dominó las ya maltrechas economías de otros países europeos, volviendo los fantasmas de la recesión y la crisis a asomarse en el horizonte.
Menos mal que el banco Espírito Santo nada tiene que ver con el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, cuya personalidad y divinidad están suficientemente fundamentadas, no teniendo que tener los cristianos temor a que se pueda producir un colapso de su actividad. Porque ¿qué sería si ese Espíritu, uno de cuyos nombres es Espíritu de verdadi, se viniera abajo? ¿Qué ocurriría con la verdad entonces? ¿A quién o a dónde iríamos para conocerla? ¿Quién sería capaz de sostenerla y comunicarla? ¿O qué pasaría si ese Espíritu, otro de cuyos nombres es Espíritu de vidaii, se hundiera? ¿Podría la vida, de toda clase, física y espiritual, continuar manando si su fuente se acaba?¿O qué acontecería si ese Espíritu, que tiene por nombre Espíritu de graciaiii, se termina? ¿Qué ocurriría con la abrumadora culpabilidad que nos condena, si la gracia se acaba?
Esas cualidades, verdad, vida y gracia, son esencialmente divinas y no pueden ser fabricadas por ninguna criatura, de ahí que el Espíritu Santo sea insustituible e irreemplazable. El Espíritu Santo no es como el banco Espírito Santo, cuyos activos son limitados y cuyos agujeros son mayúsculos, razón por la cual su deriva y naufragio no son una mera hipótesis. Con el Espíritu Santo estamos ante la fuente inagotable de la cual surgen todos los recursos, bendiciones y dones que el cristiano necesita.
Por ejemplo, la regeneración, una obra que no es la regeneración democrática de la que ahora tanto se habla, sino la regeneración de nuestra naturaleza humana, lo cual es una necesidad esencial y que sólo puede proceder de lo alto, es una obra del Espíritu Santo. No es una reforma moral, ni una serie de arreglos en el comportamiento o de ordenamiento de la conducta. Nuestro problema está en nuestro interior, en el corazón, y mientras ese corazón siga siendo el mismo, en vano serán todos los esfuerzos que podamos hacer para cambiar lo que surge de él. Los sistemas éticos y religiosos, incluidos los mejores, nada pueden hacer al respecto. El nuevo nacimiento, que no es de carne y sangre, es obra de Dios, o sea, del Espíritu Santo.
Si el Espíritu Santo se colapsa, como puede ocurrir con el banco Espírito Santo, ¿quién podría ser santificado, esto es, hecho acorde con la naturaleza moral de Dios? La limpieza y purificación de lo sucio, la dedicación y apartamiento para Dios y la elevación a la esfera de lo santo, son todas ellas obras que el Espíritu Santo realiza en quien ha creído en Cristo. Los esfuerzos humanos para alcanzar la purificación, ya sea bañándose en el Ganges, lavándose antes de entrar a la mezquita o recibiendo la aspersión con agua bendita, están condenados al fracaso. Por eso, qué bueno es saber que no hay peligro de que el Espíritu Santo llegue a la bancarrota, como su homónimo el banco Espírito Santo.
El antiguo propósito de Dios de habitar en medio de su pueblo se hace realidad por la morada del Espíritu Santo en su Iglesia. El derrumbe del Espíritu Santo significaría que nos quedaríamos sin la presencia de Dios en medio nuestro. Y quedarse sin su presencia es perderlo todo, por más cosas que se puedan tener. Pero como no hay posibilidad de que tal cosa pueda acontecer, por lo menos en lo que depende del Espíritu Santo, no hay que desesperar si el banco Espírito Santo se hunde.
Aunque pensándolo bien, a algunos les gustaría que el Espíritu Santo, no el banco, quebrara. Son los que resisten su influencia, los que niegan su realidad y los que blasfeman de su persona. Pero ese deseo maligno está condenado al fracaso, porque aquí no estamos ante una entidad temporal, como es el banco Espírito Santo, sino ante alguien imperecedero, pues no en vano uno de sus nombres es el de Espíritu eternoiv.
Sí, la existencia y actividad del Espírito Santo pueden tener los días contados; todo lo contrario de la existencia y actividad del Espíritu Santo.
i Juan 15:26
ii Romanos 8:2
iii Hebreos 10:29
iv Hebreos 9:14
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