Para muchos críticos, la mejor película del año es un sorprendente film iraní –que se exhibe todavía en España, aunque está ya publicado en DVD–, que se titula Nader y Simin, una separación. Después de recibir el Oso de Oro en el Festival de Berlín, los críticos de Nueva York la han elegido como la mejor película extranjera, siendo nominada al Oscar, hasta por el mejor guión original –algo insólito, puesto que está en persa– después de ser aclamada por críticos tan populares como Roger Ebert, como el mejor film del año pasado. Para él, esta es una película sobre la Verdad. Algo que a toda persona le debiera interesar.
No se puede entender cómo un retrato sobre los problemas actuales de un matrimonio en Teherán
–dentro de la cultura islámica y su particular legislación
–, puede provocar tal entusiasmo, si no es por el conocido principio de que cuánto más específica es una historia, más universal es. Es por eso que cuando se hacen películas para todos los públicos, no son para nadie en realidad. Lo que hace tan cercanos a estos personajes es la autenticidad de la experiencia humana que reflejan.
Cuando hablamos del Islam, hay tantas caricaturas e ideas preconcebidas, que es fácil demonizar a unas personas cuya sociedad, religión y cultura no compartimos.Olvidamos que son individuos como nosotros, que intentan vivir su vida dentro de un régimen totalitario de la mejor manera posible. De esa gente normal trata esta película, que no denuncia el gobierno de Irán como una amenaza para la seguridad internacional, ni condena la discriminación de la mujer en el Islam, sino que nos da un retrato de la vida de ciertos individuos, entre los que surge la desarmonía
–a pesar de compartir una misma religión
–, hasta el punto de convertirse en un caso judicial, en el que vemos la lógica posición de cada uno de ellos, pero nuestros sentimientos no concuerdan con ellos
–como observa Ebert
–.
UN THRILLER MORAL
La obra de Asghar Farhadi nos muestra cómo las leyes no pueden responder al laberinto emocional de la naturaleza humana. Este es un conflicto sobre la justicia, pero no en términos legales, sino éticos. Estamos, de hecho, ante un thriller moral, como ha dicho Beatriz Maldivia.
Este matrimonio solicita el divorcio, no porque ya no se quieran, ni se entiendan, o haya habido maltrato –que es, sorprendentemente, base legal para la separación, según el derecho islámico– sino por un conflicto de intereses familiares: la mujer quiere abandonar el país con el visado que han recibido, para que su hija tenga mayores oportunidades, mientras el marido piensa que tiene que cuidar primero de su padre, que está enfermo de Alzheimer.
Aquí no hay héroes, ni villanos. En la primera escena, ella dice en el juicio: “¡Tu padre ya no te conoce!”. Y él contesta: “¡pero yo le conozco!”. Podemos identificarnos así con los dos. Cuando ella se muda a casa de sus padres, y él contrata a una mujer para que cuide del anciano, la cuidadora no se lo dice a su marido
–ya que son musulmanes estrictos
–, que no permitiría que trabajara para un hombre solo. Todos tienen sus razones para hacer lo que hacen.
Por eso, aunque Nader vuelve un día antes a casa, y se encuentra a su padre tirado en el suelo y atado a la cama, la mujer tiene una explicación para ello. El problema es que él no lo sabe. Así que la despide, echándola por las escaleras, sufriendo ella un aborto. El juicio pasa así de ser un caso de divorcio a un proceso criminal. Utiliza para contarlo una técnica propia del
thriller, como es la dosificación de la información por el empleo de la elipsis y la suma de distintos puntos de vista, para lograr tensión. Construye así una intriga, que no consiste tanto en resolver un crimen –como en un
thriller policiaco o judicial–, ni una sorpresa inesperada –que la hay–, sino la angustia que produce la empatía moral –como dice Maldivia–.
¿QUIÉN ES EL CULPABLE?
El problema aquí no es simplemente un sistema legal desfasado, que justifica la opresión religiosa y la disparidad de clases. Lo que el director quiere tratar son los conflictos personales de unos individuos que están en la realidad compleja de un país donde los abogados pueden ir a la cárcel por defender a un cliente (Nasrin Sotoudeh), los fotógrafos son arrestados por tomar ciertas imágenes (Maryam Majd), los cineastas son sentenciados a largas penas por hacer películas (Jafar Panahi), o los pastores son condenados a muerte sólo por predicar a Jesús (Yousef Nadarkhani).
La película ha tenido conflictos con la censura
–se le retiró la licencia temporalmente
–, pero su autor acepta la sociedad en la que vive. Le interesa “más hablar de temas morales, que sociales”, ha dicho al diario
The Guardian. Esta no es por lo tanto sólo la historia de la separación de un matrimonio –dice el director en otra entrevista–, sino la separación entre hombres y mujeres, mayores y niños, observadores o no, la clase media y trabajadora, lo público y lo privado, familiares o no, público y privado, espectadores y personajes. De hecho, dice Farhadi, trata de “la confrontación con uno mismo”.
Ese drama moral es puesto en evidencia en el hecho –como observa Maldivia– de que la información de este caso judicial no se va extrayendo gracias a pruebas o indicios hallados, sino a la apelación a la conciencia de quienes mienten en su versión de los hechos. Es, como en el caso de la cuidadora, el miedo a la condenación eterna lo que le empuja a pronunciar la verdad. El juez humano escucha todo los testimonios imparcialmente, pero carece de toda la información para poder juzgar justamente.
NUESTRO PROBLEMA
La desolación con la que nos deja esta película viene de su confrontación con la realidad de lo que la Biblia llama pecado. Mientras que la sociedad actual nos dice que nuestros problemas no tienen que ver con nuestro carácter moral, sino con nuestras circunstancias, historias como ésta nos advierten del peligro de la auto-justificación. Todos tenemos razones para explicar cualquier cosa. La cuestión es quién determina la verdad y justicia de nuestro comportamiento.
Con frecuencia
se nos dice que todas las religiones enseñan básicamente lo mismo, que debemos amar al otro, ayudar al pobre, perdonar, ser amables y compasivos. Aunque esto fuera cierto –qué no lo es, realmente–, olvida que lo que diferencia al cristianismo de cualquier otra religión, es que no consiste en seguir unas leyes morales, como las del Islam, sino que nos revela un Dios que salva a aquellos que no cumplen la ley.
La película de Farhadi nos muestra la incapacidad de la ley para resolver el dilema moral del hombre. La ley no nos hace mejores, sino que evidencia el mal que hacemos. Jesús no vino a abolir la ley (
Mateo 5:17)
. Nos enseña el cumplimiento de la ley, que consiste en amar a Dios, y al otro como a nosotros mismos (
Mt. 22). El problema es que no podemos hacerlo. Nuestra tendencia natural es a todo lo contrario.
MÁS ALLÁ DE LA DESOLACIÓN
Nadie es justo (
Romanos 3:10). Todos hemos fallado. No damos la medida del Juez supremo (
v. 23). Es cierto que todos tenemos razones, como vemos en esta historia. Pensamos que tenemos un corazón de oro, pero nos engañamos a nosotros mismos (
Jeremías 17:9). Por naturaleza, estamos llenos de malicia y envidia. Así que nos odiamos los unos a los otros (
Tito 3:3). El Espíritu de Dios es el único que hace que podamos ser diferentes.
Muchas personas bien intencionadas en la Iglesia, resumen el cristianismo en el mandamiento a amar a Dios y al otro, el Sermón del Monte o las Bienaventuranzas. Pero si todo lo que tengo es el propósito ético de Dios para mi vida, tengo un problema mayor que cuando Igor en Winnie Pooh dice que ha perdido la cola. Mis propios esfuerzos por ser una mejor persona me dejan en un estado miserable, cuando son comparados con lo que Dios pide de mí.
Como los personajes de esta película
, acabaremos desolados, porque no podemos vivir la vida que debemos vivir. Cuando Jesús dice que Él es “el camino, la verdad y la vida” (
Juan 14:6), no nos da ejemplo, para vivir como Él. Porque nadie es como Él. No lo ha sido, ni será en esta vida. Seguir a Jesús por lo tanto es vivir gracias a lo que Él ha hecho por mí. Eso es lo único que nos puede librar del egoísmo y el orgullo. Fuera de Él, todo es desolación.
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