Disfraz de hada

En vez de bolso, llevo bolsa. Una grande, de esas que tienen marcada en colores llamativos la palabra “Rebajas”. Va llena de soluciones que previamente embasto, listas para encajar como si fueran piezas de puzzles.

Cuando me disfrazo así, yo tengo el poder. Lo siento en mis venas. Soy generosa. Ofrezco. Los demás, pobres condenados, reciben de mis manos las bendiciones divinas.

A tiempo o a destiempo, quiera o no quiera, a cualquiera que me cruzo por la acera, ¡zas!, le doy en la frente el varetazo mágico y al momento le soluciono los problemas con la sección apropiada que encuentro en mi gran bolsa de gangas.

¿Que qué pasa con la herida abierta?, ¡y yo qué sé, si no soy médica!, pero tengo un ojo clínico y un donaire para reconocer a quien necesita un Dios amenazante que-pa-qué, o un Dios hacedor de milagros a destajo, o un Dios de tú me das y yo te multiplico yelquenoesricoes porquenoquiere...

La gente me necesita y yo le abastezco a su medida: Al que pan, pan, al que vino, vino. Dar de Dios hace que me sienta hada-diosa, aunque haya quien así me encuentre o-diosa. Es que no es fácil ser hada madrina y arreglar el mundo. Eso nada más lo sabemos quienes ejercemos la profesión como Dios manda. Y si lo digo es porque siempre hay personas no nos comprenden y se quejan de nuestro buen hacer cafeinizado al alba ciertos días de la semana. Son personas que no se fían, no se dejan encauzar por nosotras y protestan con la cantinela del respeto, la intimidad, la libertad y cosas así. Digo más, a partir del primer encuentro las hay que cambian de acera cuando nos ven. No entienden que lo que hacemos, lo hacemos por su bienestar. De desagradecidos está el mundo lleno, decía mi abuela y cuánta razón tenía. Si levantara la cabeza la nombraría profetisa honorífica de la realidad que impera.

Reconozco que también hay mañanas, entendámoslo, que, al quedarme descafeinada, me siento vaga, ensombrecida, sin ganas de hacer nada, es más, me importa un pito lo que ocurra a mi alrededor. Me pesa la bolsa de rebajas y no tengo ganas de salir a la calle con ella. Esos días, por muy grave que sea el asunto, no quiero que nadie me moleste. Protesto con razón porque no me dejan en paz. La gente no entiende que cuando me doy vacaciones, me las doy.

¿Es que no hay respeto? ¿Es que una no puede tener intimidad? ¿Dónde está el derecho a la libertad? ¿No comprenden que una es humana?