Hay muchos
vendedores ambulantes que se ganan la vida a nuestra costa. Nos ofrecen sus productos: Dos paraísos al precio de uno; felicidad por kilos; remedios para los traumas; una ración de cielo envasado al vacío; tapones para las injusticias; ganzúas que sacan a la luz las malas lenguas... Nos ofrecen felicidad a cambio de dinero y nos regalan un pack de odio concentrado. Todo se vende. Todo se compra.
Sin embargo, esta marcha también cuenta con una
promesa para quien quiera apropiársela antes de llegar a la última parada. Es necesario creerla y ponerse a la entera disposición de la Persona a la que va referida: “
... Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.
Nos acompañan seres especiales que nos hablan de Su obra. Nos animan a creer, nos refuerzan, nos aclaran dudas y nos alientan. Son los que se han acogido a la promesa, conocen que es la mejor manera de llegar al final y desean que los demás disfruten de sus beneficios.
Otros individuos dan
culto a la vida. No quieren convencerse de que el viaje no durará eternamente. Viajan pensando:
Mañana me ofrecerán algo mejor. No quieren comprometerse. Además se agregan
los indecisos, los que tienen miedo a perder algo sin tener absolutamente nada. Son los viajeros de destino oscilante. Todavía no saben de dónde vienen y hacia adonde van. Son los sordos de corazón. No quieren creer porque van cómodamente aferrados a sus asientos sin ver más allá de los otros asientos que le rodean.
Cuando observan su entorno se sienten privilegiados por su suerte. Esperan algo incierto. Mientras, disfrutan del bienestar del vagón. Desean que la diosa fortuna los favorezca. Lo que aguardan no lo compartirán con nadie. Miran con lástima a los que permanecen todo el tiempo de pie, o sin asiento de lujo, o con aspecto raro... No comprenden que la estación final es la misma para todos, y quien nos espera es el mismo que sabe elegir a los invitados a su casa. Conoce a los falsos. Los verdaderos traerán su promesa en la mano, como si de una invitación al banquete se tratase.
Quienes van en el primer vagón tienen la suerte de llegar antes. Pero no lo perciben. Nadie es consciente.
Las puertas para pasar de un departamento a otro, sólo se abren hacia delante. Es imposible regresar al origen, al vientre materno. Solo sabemos que hemos nacido y viajamos. Y llegar, llegaremos. Todos tendremos oportunidades suficientes para sentir la necesidad de Dios y buscarle.
En el tren viaja otro ser especial. Un personaje muy particular: “
El Engañador”. Tiene el camino libre. Se mueve como quiere. Miente como nadie y a cada uno sabe cómo dorarle la píldora. Siempre da la razón a quien le presta atención. Hace bien su trabajo y allana el camino hacia su morada, que también se encuentra al final, pero los timados lo ignoran. Por eso los que entablan conversación con él se distraen con objetivos equivocados. Están convencidos de que en la última parada nadie les espera. No saben que mañana, en pleno mediodía, sus almas pueden llegar a la estación. ¡Ay de ellos! Cuando esto ocurra lanzarán un grito desesperado.
Recuerde la promesa, usted está a tiempo, ¿ya la olvidó?, aquí va de nuevo:
... Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo (Romanos 10:9).
Le deseo buen viaje y mejor destino.
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