Dios sueña y sus hijos trabajamos para financiar sus sueños. Al menos, así nos presentan la visión algunos misioneros. O sucedáneos de misioneros. ¡Quién sabe!
Pienso si Dios llevará bien sus cuentas. A lo peor no sabe a cuánto desciende nuestra nómina. Es rara la semana que no nos envía ya sea uno o varios necesitados de dinero para continuar su obra.
Dios se está poniendo caprichoso, ¿será la edad? Y yo me estoy poniendo impertinente. Pero Él me entiende. Además, es todo amor.
Ver a tanta gente pululando de buena fe con presupuesto ajeno me hace pensar si algún día estaré yo en los sueños de Dios. La verdad sea dicha: no salgo de mi ciudad y me estoy sintiendo acomplejada. Parece como si Él no quisiera nada conmigo, como si mi comunicación con el resto del mundo fuera a través de internet. Y ya está. Y no, no me quejo. Simplemente estoy describiendo mis pensamientos. Mundanos, sí. No lo niego.
Él sabrá por qué tiene sueños aventureros con gente joven en la fe y con adultos de “culillo de mal asiento”, permítame la confianza. Sin embargo, Dios no sueña que yo viaje de punta a punta del mundo, y eso que llevo años sin querer apartarme de sus rutas. Pienso que quizás lo mío es el caminito de San Fernando. Un ratito a pie, y otro andando. Está claro. Andando no se llega tan lejos como algunos piensan. Andar cansa. Y si es con equipaje, agota. Donde estén los vuelos que se quite cualquier otro medio de transporte. Usted lo sabe.
De todos modos, para ser fiel a la verdad, reconozco que volar no me gusta. Por eso veo a Dios tan comprensivo y misericordioso conmigo. Da viajes a quienes les gusta viajar, y les da quietud a los de sangre gorda, como a mí. ¡Cuánta sabiduría! No quiere fastidiar a nadie.
A veces yo confundo el servicio de evangelizar al mundo con una llamada de Dios sin presupuesto. Fíjese. Tal como suena de absurdo. Se lo digo de otra manera: Dios sueña con que unos viajen y con que otros paguen.
Además, hace las cosas como su nombre indica: “como Dios manda”. Algunos de estos sueños de viajes de poco tiempo, los tiene con países bellos, con buen clima, buena gente
... y buena comida. Dios no es tonto. La tonta soy yo.
En fin, soñar, lo que se dice soñar, sueña. Así
dicen aquellos sin dinero y con proyectos. Y yo los creo; ¿quién soy para ponerlo en duda? A propósito de dudas, ¿está Dios dormido la mayor parte del tiempo? Es que cada vez llegan más grupos enviados por Él, por supuesto. Así
dicen. Sin que nadie los llame. ¿Acaso no basta con que vengan de parte de quien vienen?
También pienso que cuando estas personas salen a otros países a repartir la semilla de Dios es que en los suyos están todos convertidos. Si no es así, no me cuadraría el asunto. Lo dicho:
deben estar todos convertidos, y sirviendo al Señor fielmente. Indicaría que la obra allí está terminada. Tal convicción me da alegría y compensa mi incertidumbre respecto a los sueños de Dios conmigo. Si sueña.
Hasta ahora, los pocos proyectos que he hecho los he llevado a cabo pagándolos yo. Digo pocos no porque no quiera hacer más cosas, o porque mis ideas no valgan la pena, sino porque no puedo embarcarme (¡ay, mire, como en los aviones!) en gastos superiores y me da vergüenza pedirle a la congregación. ¿Será que no me pongo del todo en sus manos? Digamos que con Isabel
no sueña, más bien tiene pesadillas. Esa debe de ser la razón de que me pasen las cosas que me pasan. Tonta de mí, como dije antes. Dios tiene hijos tontos. Perdone la expresión. Usted, por favor, no se dé por aludido.
Pero para ser sincera del todo, estas quimeras de Dios, de cruzar el mundo en varios meses evangelizando, me producen tentaciones. Sería tan fácil para mí convencer a mis hijos de que Dios sueña con ellos... tan fácil.
¡Ay, Señor!, ya ves el estado en que me encuentro. Échate una siesta en mi honor, a ver si aparezco en tus planes. La mies es mucha, la necesidad grande, y además... estamos en verano.
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