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¿El juicio de Un dios salvaje?

Polanski rueda el teatro mismo de la vida. La estupidez humana es puesta aquí en evidencia con una fuerza devastadora.
MARTES AUTOR José de Segovia Barrón 12 DE DICIEMBRE DE 2011 23:00 h

Las apariencias engañan. Detrás de los buenos modales y la educación de unos padres dispuestos a resolver un conflicto entre sus hijos, están sin embargo los impulsos primitivos de esedios salvaje, que todos llevamos dentro. Polanski ha sabido siempre mostrar la realidad de esa fuerza invisible y oscura, que se desvela cuando nos quitamos las caretas de la hipocresía de nuestros gestos amables y falsas sonrisas, para llamar a las cosas por su nombre. La obra de Yasmina Reza nos lleva más allá de lo políticamente correcto, al ponernos delante de un espejo, que nos descubre lo que somos.

Esta comedia negra nos encierra en un espacio sin salida. Sus personajes se encuentran misteriosamente atrapados, como en A puerta cerrada de Sartreo El ángel exterminador de Buñuel, incapaces de abandonar la casa donde están, aunque lleguen hasta la puerta del ascensor. Polanski rueda a tiempo real, con una cámara y puesta en escena invisible, el teatro mismo de la vida. La estupidez humana es puesta aquí en evidencia con una fuerza devastadora. Nadie puede escapar del juicio final de este dios salvaje, cuya carnicería, como se titula el film en inglés –la obra de teatro se llama igual que en castellano– es de una brutalidad desoladora.

El nombre de Polanski ha estado este año en los titulares de prensa, no precisamente por razones cinematográficas, sino por su disputa con la justicia norteamericana, que le persigue desde que huyó de allí en 1978. Su atormentada vida –perdió a su madre en Auschwitz, siendo luego brutalmente asesinada su esposa por la secta de Manson–, no está exenta de culpa –está acusado de violación de una menor–. “Acepto las cosas tal como son”, dice en una entrevista de promoción de la película. “Sigo sin saber si el destino está escrito o si lo estamos escribiendo sobre la marcha”.

MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS
Cuando se adapta una obra de teatro al cine, se suele “airear” con algunas inútiles escenas de exteriores, que den variedad al decorado. No así Polanski. Los únicos planos fuera del apartamento son los de los créditos iniciales y finales. En el primero vemos el parque que hay debajo del puente de Brooklyn en Nueva York –donde está el famoso banco que identificamos con el Manhattan de Woody Allen–. Vemos a dos chicos de una pandilla, que de repente se enzarzan en una discusión. No oímos lo que dicen –sólo la trepidante música de Alexandre Desplat, que nos captura de inmediato–, pero vemos cómo uno empuña una rama de árbol –el hijo de Polanski, Elvis–, y le golpea a otro en la boca…

Los que tenemos hijos, nos encontramos a continuación con frases y actitudes que nos resultan muy familiares. ¿Quién no ha estado en una reunión de padres, y ha sentido vergüenza por la forma cómo algunos hablan de sus hijos? La pareja, cuyo niño arreó el golpe, son profesionales elegantes y correctos, pero como suele ocurrir, también distantes y un poco displicentes. Los interpretan el austríaco Christoph Waltz y la británica Kate Winslet. El padre del chico agredido, John C. Reilly, es algo más campechano, y la madre es la protagonista absoluta de la película, una Jodie Foster que hace aquí de escritora especializada en temas solidarios.

Lo que iba a ser un encuentro breve y desagradable, va cambiando de tono, según se prolonga inesperadamente la reunión. El ambiente es cada vez más tenso y la cordialidad se convierte en un enfrentamiento, donde la cortesía da lugar a la hostilidad. Las buenas intenciones encubren una ira contenida, que aflora en sonrisas de desprecio e indirectas crueles, hasta que la situación explota en una irritación, en la que se pierden los estribos. Los personajes nos muestran así su verdadero carácter.

ANIMALES ENJAULADOS
Para Reilly, “cada uno de ellos es un hipócrita convencido de que si todo el mundo pensara como ellos, sería perfecto“. Son gente agradable y educada, pero cuando se quitan la máscara, ofrecen un retrato devastador del ser humano. Sale entonces a la luz su verdadero yo, y se vuelven cada vez más monstruosos. “Despojados de los convencionalismos sociales, los personajes devienen verdaderas fieras, dispuestas a devorarse entre ellas”, observa Eulàlia Iglesias. “Todos llevamos un monstruo dentro”, dice Foster.

En la entrevista de Gabriel Lerman con el director en París –donde se rodó el filme y se desarrolla la obra original, ya que la escena de Nueva York, que se ve desde la ventana, es un efecto digital–, no se resiste a preguntarle al final por otra película, la primera que hizo para Hollywood: La semilla del diablo, o Rosemary´s Baby. Es la famosa cuestión de si es una historia fantástica, o el problema de culpa de la muchacha católica. Polanski tiene una respuesta contundente: “Claro que hablaba de la culpa”.

A la cuestión de fondo sobre cómo es la naturaleza humana – ¿nacemos malos o buenos? –, el director polaco contesta que “las dos cosas, como el Yin y el Yang”.Según él, “todos tenemos una parte altruista y una egocéntrica, llevamos el bien y el mal dentro, todo depende de las circunstancias”. La ilustración viene de su propia experiencia en el Holocausto: “¿Cómo explicas si no que hombres absolutamente horribles, que pertenecían a las SS, se pasaran todo el día dedicados a la muerte, y luego se fueran a sus casas para cenar alegremente con sus esposas y sus hijos?”.

TODOS SOMOS MALOS
Jesús no divide el mundo entre buenos y malos, morales e inmorales. El nos dice que todos fallamos. Es cierto que hay personas religiosas, pero la mayor parte de las veces lo que hacen es crearse un dios, que les dé el poder y control que necesitan. El Evangelio de Jesús no tiene que ver por lo tanto con la religión y el moralismo, que muchos confunden con el cristianismo. Para Él, todos somos malos, y sin embargo amados en Cristo por un Dios de gracia, que no nos trata como merecemos.

Jesús cuenta la historia de dos hombres que fueron al templo a hablar con Dios (Lucas 18:9-14). Ambos creyeron que habían estado con Dios, mientras que Cristo dice que sólo uno había tratado con Él. El otro, a pesar de sus buenas intenciones, no había hablado más que consigo mismo. ¿Por qué? Aquellos que reconocen que no son particularmente buenos, están más cerca de Dios, porque para poder recibir la gracia de Dios, tenemos que saber que la necesitamos.

Cuando un periódico preguntó a sus lectores “¿cuál es el problema del mundo?”, recibieron todo tipo de respuestas. Entre ellas había una breve carta que decía: “Estimados señores, el problema soy yo; sinceramente suyo, G. K. Chesterton”.

La culpa no es solo un sentimiento, es un hecho. Si ha dejado de ser parte de la experiencia normal del ser humano, desde el siglo pasado, no es porque sea un problema emocional, o una anormalidad mental de tipo patológico, sino porque huimos de todo sentido de responsabilidad moral.

“TODOS TENEMOS RAZONES”
“Todos tenemos razones”, dice Renoir en La regla del juego. La auto-justificación nunca falla, porque siempre hay alguien peor que nosotros, para sentirnos menos culpables. Jesús acabó su relato diciendo que el hombre que “ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Dios, ten compasión de mí, y perdóname por todo lo malo que he hecho!” (v. 13), es el que volvió a su casa “justificado ante Dios” (v. 14). ¿Qué quiere decir esto?

“Justificado” no es un término psicológico, sino legal. No describe cómo aquella persona se sentía, sino cómo estaba jurídicamente, ante el tribunal de Dios. Quiere decir, literalmente, que Dios le declara inocente. Como un juez que absuelve a alguien que ha sido acusado de algo, así Dios dicta el veredicto de inocente a este hombre que se sentía acusado por su conciencia.

Aquel hombre no pide sólo compasión, dice literalmente: “sé propicio a mí” (v. 13) La propiciación es un término ritual, que tiene que ver con los sacrificios por los pecados que se hacían en el templo. Ya que el perdón es un problema para Dios. No es “su oficio, perdonar” –como decía el cínico francés–. Como gobernador moral del universo, no puede pasar por alto el mal. Alguien tiene que pagar por ello. Tenemos seguridad del perdón, cuando sabemos que Alguien ha pagado nuestra deuda: Jesús.

¡FUERA LAS MÁSCARAS!
El Evangelio no nos libra de nuestros sentimientos de culpa, sino de la culpa que tenemos objetivamente para con Dios. Esto lejos de mostrarnos un dios salvaje, nos revela la grandeza de la misericordia de Dios, que ha sufrido en su Hijo nuestra pena. No necesitamos nosotros pagar ahora por ella.

Para recibir la gracia de Dios, tenemos que humillarnos delante de Él. Porque “Dios cuida de la gente humilde, pero a los orgullosos, los mantiene alejados” (Salmo 138:6). ¿Qué justicia buscamos?, ¿la nuestra, o la de Dios? Podemos intentar sentirnos bien, por nuestros esfuerzos morales, pero la única justicia que nos salva, es la que viene de Dios, por medio de la fe.

Es hora, por lo tanto, de quitarnos las máscaras. Y mostrarnos tal y cómo somos delante de Él. ¡Dejemos de pretender ser otra cosa que lo que realmente somos!¡Reconozcamos que “nadie es bueno, sino sólo Dios” (Lucas 18:19)! “Entonces ¿quién podrá salvarse? (v. 26). “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”, dice Jesús (v. 27). Esa es la confianza que nos da paz con Dios, y con nosotros mismos. ¡No necesitamos aparentar ya más!
 

 


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