Vista la imposibilidad de darles uso, primero intentó regalárselas a uno de mis primos, pero éste, echándose a reír le dijo que no las quería. Luego quiso dárselas a otro familiar, pero al verlas tan grandes dijo que lo enmascaraba, y tampoco. Cuando me llegó el turno le dije que no me entraban por el ojo y además tengo las mías graduadas.
Total, que a mi tía le han creado un grave problema con un regalo que no necesitaba, al comprarse el pantalón que le hacía falta, porque, aunque feas y anticuadas, son nuevas a estrenar, con funda a juego y todo. Pero ella, que pasó tanta necesidad en la posguerra, considera un despilfarro tirar algo así a la basura, vamos que no le entra en la cabeza tal desprecio. Además, detalles como ese no lo tienen con ella todos los días. Él otro, el vendedor, el que tenía el modelo obsoleto en la trastienda, seguramente se quedó en la gloria al dárselas, o sea, como un niño escocido cuando le lavan el culito y le ponen el pañal limpio.
Pues bien, ahí sigue la pobre sin saber a quien le puede hacer un avío esas gafas de sol con funda incluida que a ella no le van. Resumiendo: las gafas parece que provocan mal de ojos.
Reflexionando sobre esta anécdota, caí en la cuenta de que (no es el caso de mi tía, ni mucho menos, porque ella lleva su cruz muy dignamente) hay personas que hacen lo mismo con los problemas. Les cae uno encima, y enseguida tratan de donarlo haciéndole propaganda.
Los hay también que imaginándose salvadores del universo, recolectan todos los conflictos ajenos que encuentran a su paso. Si serán eficaces que incluso cuando se enteran que alguien está pasando apuros, allá van y les prometen el oro y (con perdón) el moro. De vuelta, al primer buenazo que, en la hora más tonta, se cruza en su camino le leen el prospecto de hoy por ti, y mañana por mí, y le sacuden el montón como si fuesen pulgas. Sin lugar a dudas, esperan que, sin comerlo ni beberlo, el receptor novato se haga una transfusión espesa con ellas, con las pulgas. Si la jugada sale bien se lavan las manos, y se apuntan el tanto camino del cine. Porque no sé si usted sabrá que estos donantes sin carné suelen ir a divertirse con otros, no con usted, que con las ampollas que le han soltado le consideran bien despachado. Tienen el detalle de no cargarle. Usted, mejor se queda en casa, con la película mental en blanco y negro, con un nudo en la garganta, la lengua pegada al paladar, y hecho polvo.
Para más inri, algunos problemas son ficticios, tanto los propietarios como los repartidores sólo tratan de llamar su atención. Más tranquilo y relajado en su sofá, usted se da cuenta que la cuestión se le escurre de las manos, que no tiene consistencia, pero el dardo ha cumplido su misión, que no es otra que dejarle lacio.
He descubierto que el ser humano es, por naturaleza, donante de problemas. Es una droga a la que estamos enganchados. Sin embargo, los que hacen de esta costumbre su medio de vida espiritual, se habitúan a que los demás les saquen las castañas del fuego. Lo intentan con unos, y si estos fallan, con otros, ¡habrá seres humanos en el mundo a quien recurrir! Prueban la buena voluntad del compañero y apuntan a inyectar el problema en cualquier cachete o vena que se les ponga a tiro.
A todos los donantes habría que empezar a cobrarles horas extras por adelantado. La cosa cambiaría. Yo por ejemplo, en momentos de agobio, y después de recibir el frasco lleno de problemas ajenos (digo ajenos para no nombrar a nadie), he entregado el mío añadiéndole algunas exageraciones andaluzas. Es medicina de santo para que la dejen a una de tonterías.
Resumiendo. Decimos ser cristianos y queremos que nuestro primo cargue con su cruz, con la nuestra y con la de los otros.
¡Ah, tita!, perdona que te las rechazara, pero ya ves que me han sido muy útiles para ilustrar lo que quería decir en este artículo.
De ustedes espero que no me retiren el saludo.
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