Bien, parece que no es suficiente el machismo cazurro que hierve en las iglesias españolas, sino que también nos llegan predicadores extranjeros a avivar el fuego. Una especie de ángeles negros que como palomas mensajeras de Dios, vienen a soltar... la carga a nuestra tierra, para continuar después su camino hacia otros países, con el mismo mensaje y con la ofrenda especial en sus bolsillos. Porque variará la raza, variará el paisaje, variará la alimentación, variará el clima, pero el mensaje mental cuadriculado es el mismo.
Son gente que, ya que no hay más textos sobre los que enseñar, se tatúan en el brazo con un clavo ardiendo el tan conocido pasaje de Efesios 5,22
“Las casadas estén sometidas a sus propios maridos...”; saltándose el 21
“Sometidos unos a otros en el temor de Dios”; Gálagas 3:27-28
“Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Y muchos otros.
Estos hombres “de Dios” están convencidos de que el mensaje de Cristo es machista, no hay más. El texto parece que tiene imán del bueno que fortalece la autoridad. ¿Tienen miedo a perderla? Verá usted, si lo pregunto es porque como mujer, no tengo miedo alguno.
¡Cuánto maltrato existe excusado tras el texto! ¡Cuánto cobarde se esconde tras él!
Para que el bolo de hiel sea más dulce en la boca, lo embadurnan con chistes sutilmente machistas, con la insana intención de facilitar el trago, de que entre suavito y templado. En estos casos, si usted vio que se lo colaron a traición y el remate largo de cabeza no llegó a tiempo, lo mejor es procurar que el mensaje-pelota se le atasque en las amígdalas. Vomítelo cuanto antes para evitar el contagio. No les ría la gracia por muy disfrazada que venga de inocencia, de modo que el mal rollo no pase a sus bronquios.
Estos predicadores varones, que demuestran no estar en el pellejo de quien lo pasa mal, de la mujer maltratada dentro y fuera de la iglesia, dicen que quien no es feliz, es porque ha decidido no serlo, y es culpable por ello. Hablan muy a la ligera sobre el comportamiento que deben tener estas mujeres ante sus maridos, buenos ellos de sobra, e intentan, sin pringarse en el problema convencerlas, repitiendo las veces que sean menester, que su conflicto no es con el marido, que su conflicto es con Dios. O sea, que Dios es el culpable del maltrato, de las borracheras, de los embustes, de los chantajes, de las coacciones, de las palizas... y de las astas (para ser fina); que lo mejor, por la cuenta que les tiene, es que lo arreglen con el de arriba bien y pronto. El mochuelo sigue en el tejado de la mujer y ¡santas pascuas!
Hay maltratadores dentro de las iglesias. Borrachos dentro de las iglesias. Embusteros dentro de las iglesias. Chantajistas dentro de las iglesias...
¿Qué temen estos hombres tan cuerdos? Díganme, de verdad, ¿tan falta de luces estamos las mujeres? ¿A qué viene ese ahínco por el sometimiento? ¿Tanto placer les produce? Y si el marido es cabeza de la mujer, ¿pueden decirme, por favor, para qué queremos las casadas dos cabezas? ¿Y si lo que tiene el marido es una cabeza de cerilla? ¿Y qué pasa con las solteras, o las viudas? ¿Están descabezadas? ¿Puede alguno contestarme? ¿No será más bien que el hombre, cristiano o no, suele perder voluntariamente, y en cualquier sitio, su cabeza por una mujer, para preguntarse luego: ande andará?
Y yo, nada, como que no me entra en la cabeza, en la mía de toda la vida, en la que tengo desde que nací. Y mire usted que Dios echa en mí horas extras, pero creo que no voy a cambiar de pensamiento a no ser que me pillen descuidada, y entre unos pocos “hombres” me operen del cerebro, como a Frankenstein, y me conviertan en un monstruo de malas ideas. Pobrecitos mis niños, los tres.
¡Que no! ¡Que les digo que no! Que eso no es lo que me enseña el Señor. Que cuando escucho este tipo de predicaciones salgo, de la iglesia que sea, como un gato pisado. Y si me callo, reviento, y si hablo sé que me van a llover las tortas. Del cielo, según algunos, por supuesto.
Pague yo, a mucha honra, por las que están amordazadas bajo ese yugo; por las que todavía siguen creyendo que todo lo que se habla desde los púlpitos es Palabra de Dios.
Que usted la lleve bien puesta. Sobre los hombros.
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