Le vendo un muerto

Para que no perdieran consistencia, metían tubos antes de coserlo.
-A ver, deme un brazo de gitano recién muerto de no más de tres kilos, por favor; y se lo vendían.
-A mí me ponen el hígado de un hispano; y se lo vendían.
-A mí me lo ponen del país, que si no lo quiero; y lo mismo.
-Pues a mí un par de riñones ibéricos.
-Búsqueme un difunto santo y me guarda unos cuantos huesos para primeros de noviembre. Y se lo guardaban. En los cuartos traseros.

Claro que si usted quería comprar carne humana tenía que pagar la millonaria cantidad correspondiente. ¿A cuánto está hoy el kilo de pata negra? ¿Y el de lomo embuchado? La cosa es que si se hacía esto es porque los compradores existen. Se han descubierto al menos 1077 cadáveres desguazados. Así, como lo oye, desguazados como se desguazan los vehículos en los cementerio de coches para venderle las piezas. ¿Cuántos más habrán vendido sin que sus familiares ni las autoridades lleguen a enterarse nunca?

¿Y ahora con qué lupa se buscan los miembros u órganos robados? Dígame usted como se le pondría el cuerpo si un día entra a tomar café al sitio de moda y se da cuenta que la mano izquierda de su padre, fallecido hace tres años, todavía tiene fuerzas para sostener el donut de la persona que se sienta a su lado. Usted se quedaría muerto del susto, pero el actual dueño de la mano de su padre le soltaría el refrán: el muerto al hoyo y el vivo... Y usted tendría que callarse por respeto, porque esa persona es ahora un poco padre suyo.

Se sabe de unos siete bandoleros con cargo de directores de funerarias de Nueva York. Han admitido formar parte de una red que se encargaba de robar trozos de cuerpos de difuntos con el fin de venderlos a compañías médicas, para su consumo en trasplantes. Contrabando puro y duro. ¡Y los familiares, a dos velas llorando a sus muertos! ¡Y miembros de sus muertos se hayan vivitos y coleando en otros cuerpos! Esto es el disloque.

Los culpables al verse descubiertos gritaron a una: ¡Tierra tráganos! Sin embargo, la tierra los vomita y se enfrentan a una pena de 25 años de cárcel. Todavía algunos se esconden tras ataúdes de nogalabogados, Si yo fuera la cocinera, les pondría todos los días carne, hasta que les saliera por los ojos. Pero pensándolo bien, no lo haría, no quizás esos ojos fueran de otros que ni ven, ni tienen culpa alguna.

¡Dios mío! A dónde vamos a llegar si hasta da susto morirse pensando que antes del último suspiro ya le están valorando a una en dólares las zonas que más se cotizan en las casquerías.

Si no hay respeto por los vivos ¿Cómo va haberlo por los muertos?

Que Dios nos ampare.