El fruto

Un amigo, acordándose de él, le invitó a su casa una tarde. Había terminado de arreglar su jardín de cactus y se sintió satisfecho. Verlo tan bello fue la razón principal para querer invitarle (mantener un jardín tan peculiar precisa mucha dedicación, los expertos lo saben).

Antes de servirle la merienda, y enfrascarse en alguna conversación que solía terminar en desacuerdos, salieron a verlo. Durante aquel corto paseo, el anfitrión, señalando cada planta, indicaba su nombre, sus peculiaridades, sus propiedades... Contradicción escuchaba y observaba, pero no decía nada, así que el dueño decidió preguntarle si es que tanta hermosura no causaba en él ningún efecto. Adoptando un gesto desafiante respondió que no entendía como se le había ocurrido perder el tiempo sembrando cactus, en vez de árboles frutales, que puedan llenar el estómago. Agradeciendo la franqueza de Contradicción, le respondió que ya lo había hecho.

En otro tiempo, aquel jardín había estado plantado con distintas clases de árboles frutales, que lejos de llegar a producir, poco a poco habían ido marchitándose. Sin comprender la razón de aquel fracaso, llamó a un experto, y este, después de analizar el terreno, certificó que aquella tierra no era apta como huerto, pero podía conseguir que algunas plantas resistentes se adaptaran a él y crecieran. Por esa razón, aquel hombre sembraba lo que sembraba, cactus.

Esta última opción había dado resultado. Los cactus, además de dar hermosas flores, proveen pequeños frutos, y también poseen en su interior propiedades curativas. Necesitan su tiempo, pero los efectos son sorprendentes.

¿No pasa algo así con nosotros, los creyentes? Unos somos árboles frutales, y otros, por qué no, cactus, según sean las decisiones que tomó el Señor conociendo Él nuestro terreno.

Lo importante es que cada uno sea capaz de dar lo que Él quiere que demos. Aunque el fruto, en algunos de nosotros, no sea externo, no luzca bellos colores, ni su aroma sea atrayente; o aún siendo visible, no sea comestible, y sin embargo, tenga otras utilidades que sólo Él sea capaz de apreciar en el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la bondad...

Por eso, los apodados Contradicción, todos lo somos en alguna ocasión, antes de dar consejos, antes de hacer comparaciones, podríamos cuestionarnos primeramente: ¿Estoy esforzándome en mi jardín todo lo necesario?

La pregunta es buena, ya que nos atrevemos a aconsejar a los demás sobre cómo tienen que cuidar sus vergeles, cuando los nuestros, probablemente, digo probablemente, estén llenos de espinos y matojos.

Si fuera así, la recomendación es sencilla, simplemente arremangarse y cavar. Es el tiempo.