Pues bien, es así, las hormigas no hablan, no replican, unas simplemente huyen en silencio para salvarse de la amenaza, y otras se defienden mordiendo las piernas.
Las hormigas se dispersan con una rapidez asombrosa. Soportan todo menos que se las moje. Yo creo que son de secano porque cuando quieren beber, en vez de agua, se van a ordeñar pulgones, toman el sorbito exacto, y de vuelta a casa.
Hace algunos septiembres, tomando café una mañana en el Balneario de Tolox, conocimos un hombre de campo. Nos decía que las cabañuelas aseguran que cuando el invierno va a ser lluvioso, se ven más hormigas almacenando semillas durante el verano. El tema surgió porque aquella mañana había muchas. Luego, con palabras muy prudentes nos habló de otras señales por las que se guían los agricultores. La cosa es que al rato cayó un chaparrón, y reímos tanto que nos hicimos amigos por un día. ¡Cuánta sabiduría da estar en contacto con la Naturaleza, y amarla!
En fin, ustedes comprenderán que por mucho que me importe el comportamiento de las hormigas ante un mal chorro de agua, no es de eso de lo que quiero hablarles. Hoy, mientras regaba mis plantas observando y recordando todo esto, se me antojó encontrar cierto paralelismo entre la reacción, repito, reacción, no similitud en otros sentidos, que tienen las hormigas ante el agua inoportuna, y el de las personas ante el chaparrón de palabras fastidiosas que a veces nos disparamos a dar (metámonos todos, sí, todos en el mismo barco y sálvese el que pueda). Pensaba en las mil veces que, muriendo sin morir del todo, nos hemos ahogado en verbos; y en las mil y una que luchamos por resucitar de entre expresiones que nos anegan cuando el ánimo decide levantarse, ponerse al mundo por montera, y secar la humedad que nos está matando.
¡Qué difícil es acertar con la frase exacta!, ¿verdad? No hay cosa más traicionera que la lengua, que después de soltarse con disgusto, se relame a gusto. Debería haber Lengua-escuelas donde primero nos prepararan en teórica y luego en prácticas. A partir de ahí, pasáramos a revisión médica, luego a examen; a los aprobados nos dieran un carné por puntos que habría que cuidar como oro en paño, y como precaución, nos tatuaran en la lengua una L por tiempo indefinido.
¿Piensan ustedes que exagero? Señores y señoras ¡las lenguas matan más que los vehículos!, y deberíamos hacer estadísticas sobre cuantos mueren los fines de semana, los puentes, y los días sueltos, por malas lenguas. Imagínenselas: Por exceso de velocidad, x fallecidos, pues para los culpables, menos tantos puntos; por no pararse en el stop que el hermano o amigo trae en la mano, más menos cuantos...; por hablar embriagada...; por gritar...; por tocar las narices...; por salirse de la mediana...; por no respetar el paso de palabras ajenas...; en definitiva, que algunos, si mi propuesta llegara a donde corresponde, tendríamos que aprender con urgencia el lenguaje de los sordos para no reventar.
Volviendo al asunto. No me negarán ustedes que, como huesesitos solitarios, empapados en mezquinas palabras, pasamos periodos más que muertos en riadas malintencionadas. Palabras autoritarias. Voces que estallan como proyectiles afanadas en dirigir, sin ton ni son, la vida de los demás. Palabras que golpean, que echan sal en la mollera, que fastidian y enfrían. Frío que se mete en los tuétanos, y a ver quien es el guapo, o la guapa, que insufla el calor suficiente para desentumecerlos. Los tuétanos están entumecidos. ¿Quién los desentumecerá? El desentumecedor que los desentumezca, buen desentumecedor será, y buen cristiano, no lo niego. Porque haberlos, haylos, pero ya cansados y más negros que el hollín.
Algunos, cuando nos sentimos amenazados desaparecemos del mapa sin decir esta boca es mía, huimos de las palabras que nos persiguen, y otros, según con el pie que nos hayamos levantado esa mañana, sacamos pecho y nos subimos a las barbas de quien sea para defendernos, y si es necesario sacar las uñas, se sacan, dejando las caras como una alcancía. Después nos vamos, huimos, nos alejamos, nos perdemos buscando una vez más ser tesoros de otras amistades.
Apuntar con premeditación y alevosía al centro de la herida, y querer ganar a toda costa suele ser la raíz del problema. ¡Sálvese quien pueda!
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