8 de marzo: a título póstumo

Lloraban su pérdida, como también lloraban, las falsas lágrimas de cera que goteaban las velas que avivaban la escena, sin pararse a pensar, en todo lo que ella había perdido por falta de ayuda, por desidia. Mujer-vulgar estaba muerta, y triste.

El brillo de sus ojos hacía siglos que se había vuelto nube, por eso, para no implicarse, nadie la miraba a la cara. A Mujer-vulgar se le había parado la vida y la ilusión que traen las sorpresas. Se le habían parado las cosas a su alrededor y no querían más formar parte de sus soles y sus lunas; de sus vientos y sus lluvias. Todo se había desvanecido sin consultarle, sin pedirle su permiso.

Hombre-vulgar, sin querer-queriendo, fue haciéndose el protagonista del entierro, y decía: “Por fin encontró el descanso que anhelaba, ahora me queda a mí vivir con esta pena”.

Los congregados llevaban Comentarios-vanos en sus bocas, y en sus manos, Flores-vivas. A Mujer-vulgar le gustaban tanto... Las iban depositando al pie de su féretro. Allí dejaban su amistad, su afecto, su cariño. Es verdad que Flores-vivas simbolizan todo eso, como también es verdad, que duran lo que todo eso humanamente dura, ya que nadie se ocupó en vida, de darle las oportunidades que necesitaba para sobrevivir espiritual y materialmente.

Presencié la aceptación pasmosa de Muerte-carnal, en la forma más sumisa y cobarde. Negándome a formar parte en ello, me marché.

Por eso, a través de estas palabras pido que cuando yo, Mujer-vulgar, muera, si alguien me quiere, lleve a mi velatorio piedras. Piedras blancas. Piedras blancas con formas redondeadas. Piedras blancas con formas redondeadas, sin aristas. No para depositarlas en mi tumba, no, sino para tirarlas con rabia contra ella, por haberme ido.