Déjame decirte, que aquel muchacho creció y decidió levar las anclas que le impedían surcar mares de inmensos ensueños. Deseaba enfrentarse a desconocidos monstruos para demostrar su fortaleza.
Quiso ser ejemplo de libertad. Mas no pudo y sus ojos se volvieron ciegos. No sabía hacia donde dirigirse.
Déjame detallarte, que más tarde en el tiempo, ya siendo un hombre, decidió subir a un globo. Deseó ardientemente probar suerte. Era bohemio, y los bohemios, ya se sabe... cantan como niños, viven como niños, y se dejan conducir por otros, llevados de su mano frágil, como niños. Aquel hombre poeta, quiso abandonar las miserias de la vida, quiso elevarse, mecerse en la belleza. Quiso ser ejemplo de pureza. Mas no pudo. Pasado el primer período de su viaje, no tuvo donde asirse.
Déjame aclararte, que algunos años después, descubrió que su vida comenzaba un camino inesperado de dolencias que conduciría sus pies hasta el borde del abismo.
Su existencia se volvió oscura. Este padecimiento permanente quiso despojarlo de toda ilusión. Mas no pudo porque el Señor lo impidió.
Déjame, para terminar, explicarte, que
aquel hombre se ha asomado hoy, paso a paso, a su memoria. Rememora su infancia. Su adolescencia. Y aunque ya no se reconoce en su pasado, ha querido retroceder. Ha hecho cuentas, y confiesa que siente la mano del Creador cubriendo su cabeza, besando sus párpados.
Perdido el miedo que a veces inundó su alma, resurge de su desnudez, siendo para todos nosotros ejemplo en su lucha constante. Vio que su brújula indicaba el Norte y paso a paso, día a día, emprendió su búsqueda aún con el viento de sus padecimientos en su contra.
Este combate no le impide hoy seguir siendo bohemio, aunque de vez en cuando, se siente perdido y desvalido en algún verso dentro de un poema, de una estrofa, en algunas de sus canciones, mas se recobra en el canto. Dedica su nueva vida a componer para Dios. Elabora melodías dulces y alegres. Canciones de íntimas esperanzas que le empujan caminar hacia adelante. Sus labios, y su corazón abierto son cómplices en la adoración. Derrama su alma, la rompe en quejidos y lamentos ante la grandeza de su Señor, pidiendo ver la realidad de Sus promesas de esperanza.
Convencido de Su poder, reconoce lo que Jesús hace en su vida. Su perdón. Le adora en toda su majestad por tenderle sus brazos mostrándole el Camino. Fue Él quien le dio la fragancia de flor que siempre había buscado. Fue Él su nuevo timón surcando mares hacia la libertad eterna. Fue Él quien le hizo volar hacia Su presencia. Volar, volar, por encima de sí mismo; volar y volar con la fuerza de un halcón.
Este hombre cantor, es consciente de las debilidades que el ser humano es capaz de soportar si se halla abrazado al Altísimo, de su necesidad de Él. Le siente como el río donde puede sumergirse para empaparse. Río eterno de calor, de aguas limpias y vivas. Río punto de partida que no dejará que se detenga hasta alcanzar la Gracia.
A través de sus cálidas canciones de alabanza, endulza la aspereza del hombre y brota de sus labios Su nombre en mil maneras, siendo ejemplo de guía tanto para el que busca, y para el que ya ha encontrado la Verdad.
“...Sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo,
ordenado en todas las cosas, y será guardado,
aunque todavía no haga él florecer
toda mi salvación y mi deseo”.
(2 Samuel 23:5)
Pueden escuchar la canción “Río Cantor” de Jose María Corral pulsando AQUÍ (audio, 1’2 MB, álbum “Paso a paso”). Más sobre el autor en www.aposentoalto.com
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