Los religiosos judíos de la antigüedad solían lavarse las manos antes de tocar un libro del Antiguo Testamento. Durante mucho tiempo se discutió si para tocar y leer el CANTAR DE LOS CANTARES también había que lavarse las manos. La duda la resolvió el erudito judío Aquiba Ben Yosef en el primer siglo de nuestra era al escribir la frase que se hizo famosa entre los lectores de este libro: “todo el mundo no vale lo que vale el CANTAR de los CANTARES”. Fue a partir de entonces cuando tiene lugar una revolución en la interpretación y exposición del Cantar.
EL CANTAR DE LOS CANTARES es un libro enigmático. A la vez, el más literario de toda la literatura hebrea y bíblica.
Al sentido natural del Cantar se han dado varias interpretaciones. La más aceptada cuenta que en uno de sus viajes por el reino judío –algunos lo sitúan en Líbano- Salomón conoce a una muchacha de belleza insólita. La lleva a su palacio en Jerusalén y se da a la tarea de ganar su corazón, sin forzar nunca su cuerpo; pero no lo consigue. La muchacha estaba enamorada de un pastor amigo, compañero de la niñez. Ni la belleza física de Salomón, ni sus muchos tesoros, ni la sabiduría que le era propia, ni la fama que gozaba en todo aquél mundo oriental, lograron quebrantar el corazón de la muchacha. Su amor hacia el hombre que había quedado en los campos cuidando ganado era tan firme como los montes.
Con esta historia Salomón compone un delicioso poema de amor. En el mismo figuran tres personajes principales: ella, él y el coro de doncellas que acompañan a la bella joven en palacio.
De este poema han bebido fray Luis de León, san Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Chateaubriand, Bécquer, Espronceda y centenares de místicos, románticos, poetas y escritores de todos los tiempos. EL CANTAR DE LOS CANTARES ha inspirado la poesía amorosa de todas las generaciones y seguirá haciéndolo en tanto que el amor sea la columna vertebral del universo.
Este pequeño libro, de sólo ocho capítulos, donde ni una sola vez se menciona el nombre de Dios, escrito en Oriente hace más de tres mil años, está considerado como el más bello poema de amor producido por la mente del ser humano.
El Cantar comienza abriendo el corazón al beso:
“¡Oh si el me besara con besos de su boca!
Porque mejores son tus amores que el vino (1:2).
“Por tus besos vendería el porvenir”, escribió el poeta francés Chateaubriand. La muchacha desea expansionar su amor en los labios del amado.
Excitada de amor declara sus ansias a las doncellas que la acompañaron en palacio. Como en un quejido del corazón, implora:
“Reconfortadme con pasas, reanimarme con manzanas,
Que estoy enferma de amor” (2:7).
A través de símbolos materiales la muchacha se declara enferma de amor, herida, a punto de desfallecer.
¿Se puede enfermar de amor? Dice Gabriel y Galán:
Me enseñaron a amar,
y como amar es sufrir,
también aprendí a llorar.
Se enferma de amor cuando él o ella confiesan con sinceridad sin mácula: sin ti la vida carece de sentido. Si no estás junto a mí muero aunque viva. Así lo expresa Manuel Machado, hermano de Antonio:
Me he enamorado de ti,
y es enfermedad tan mala,
que ni la muerte la cura,
según dicen los que aman.
Cambia el escenario. El autor hace entrar en escena al amado. Después de una descripción poética de la primavera auténticamente palestina, el hombre quiere saber dónde se esconde la mujer, dónde ir para ver su bello cuerpo y oír su dulce voz:
“Paloma mía, escondida en las grietas de las rocas,
en los huecos más recónditos,
déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz,
¡es tan dulce tu voz y tan bella tu figura! (2:14).
No agota el amado los requiebros. Con bellísimas metáforas describe el aspecto físico de la mujer que ama. Siente nostalgia de ella. Desde los lejanos montes del Líbano se la representa en plena hermosura corporal y moral:
¡Qué hermosa eres, amor mío! ¡Qué hermosa eres!
Tus ojos son palomas entre el velo, y
tu pelo, un rebaño de cabras
que bajan las laderas de Galaad.
Tus dientes, un rebaño esquilado
recién salido del baño.
Una cinta carmesí son tus labios,
deliciosos cuando hablas;
dos mitades de granadas tus mejillas tras tu velo” (4:1-3).
Todos estos símiles pueden parecer extraños a nuestra imaginación occidental siglo XXI. Pero tienen especial encanto por su ingenuidad y primitivismo provenientes del mundo pastoril. Cada lugar, cada época y cada lengua se distinguen por su estilo y modo de expresarse. Estamos ante un libro escrito hace tres mil años. A ninguna novia de nuestros días se le ocurriría decir al novio “mis pechos son como torres” (8:10). Pero se trata de una literatura oriental. Por otro lado, el autor pensaba en aquellas torres, pequeñas, con la cúpula artísticamente ovaladas.
A base de un recurso literario que da más vida a la escena, las muchachas que acompañan en palacio a la amada le piden una descripción del hombre por quien enferma de amor. Ella da a las doncellas las señales por donde puedan llegar a su conocimiento. Al mismo tiempo que desahoga su corazón describiendo sus características, las va enardeciendo y entusiasmando. Dejando de lado su timidez y cual caudaloso río que extiende sus aguas al mar, amontona expresiones y comparaciones a cual más bella recordando a su amado:
“Mi amor es moreno claro, descollante entre diez mil.
Su cabeza es oro puro
con los cabellos rizados y más negros que los cuervos.
Sus ojos son dos palomas sobre pilones de agua
que se bañan en leche y se posan en la alberca.
Sus mejillas, balsameras y macizos de perfumes;
y sus labios como lirios que destilan mirra líquida.
Sus manos, argollas de oro, enjoyadas de topacio;
su vientre, marfil labrado, recubierto de zafiros.
Dos columnas de mármol son sus piernas,
firmes sobre basas de oro.
Su apariencia es como el Líbano, distinguido como el cedro.
Su paladar es dulcísimo. ¡Todo él es un encanto!
Así es mi amor y mi amigo, muchachas de Jerusalén (5:10-16).
EL CANTAR DE LOS CANTARES concluye con una declaración profunda de amor por parte de la muchacha y una comparación entre el amor y la muerte.
Los hombres de aquellos tiempos llevaban un sello personal en el pecho o en el antebrazo que autenticaba su personalidad jurídica. Partiendo de estas figuras, la enamorada exclama:
“Ponme como un sello sobre tu corazón,
como una marca sobre tu brazo” (8:6).
Es un modo de decir que la tenga presente en su pensamiento y en sus sentimientos más íntimos. La razón de su súplica está en el amor insaciable y exigente que siente hacia el pastor de las montañas.
Nicolás de la Carrera, licenciado en Teología por la Universidad de Comillas, psicólogo y poeta, en su libro de 1997 AMOR Y EROTISMO EN EL CANTAR DE LOS CANTARES, recuerda al poeta de Orihuela Miguel Hernández. Dice que Miguel “va más allá que la esposa del Cantar en la metáfora del sello. No sólo lleva grabada la imagen de Josefina (su esposa) en la piel como animal marcado a fuego, sino en lo más hondo de su ser, por los últimos huesos”. “Si quemaran mis huesos con la llama del hierro, verían que grabada llevo allí tu figura”, escribió el poeta.
“Fuerte como la muerte es el amor” (8:6), confiesa la enamorada del Cantar.
Otra vez Miguel Hernández:
Tres heridas llevo:
La de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
El Cantar de los Cantares es un romance de amor por excelencia. Aporta una extrahumana alegría de amar. Habla de un amor que va más allá del tiempo. Se acabarán las profecías, dormirá la ciencia, la fe dejará de ser necesaria, la esperanza cumplirá sus anhelos, cuando el mar se seque, los campos se consuman, se derrumben las montañas, dejen de brillar las estrellas, cuando el firmamento se apague para siempre, el amor continuará dominando los corazones en las alturas eternas.
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