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Literatura de viaje: Francia (6)
 

Angers, tapiz del mayor Apocalipsis del mundo

Ha quedado escrito que el tapiz está formado por seis grandes piezas de 23 metros de largo y seis metros de alto.
ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 28 DE OCTUBRE DE 2013 23:00 h

Angers, a 294 kilómetros de París, junto al río Maine, fue antigua capital de Anjou en el departamento del Loira. Cuenta la Historia que en el siglo XII los condes de Anjou ya poseían casi todo el sureste de Francia (¡gloria a la revolución francesa!). Durante la segunda guerra mundial, como casi todo el país, sufrió varios bombardeos. A pesar de los riesgos a los que estaba sometida, a la ciudad le cupo el honor de cobijar al gobierno polaco en el exilio.

En Angers está ubicado uno de los grandes castillos del Loira, a los que me referiré en otra ocasión. Dicen quienes saben de esto que los muros originales datan del siglo tercero. El muro galo-romano, de 5 metros de espesor en la base y 3 en la cima, existía ya en el siglo IX. Los citados condes de Anjou edificaron sobre las viejas construcciones en los siglos X y XI un torreón, un recinto y una capilla. En el siglo XII Geoffroy añade 5.000 metros a las construcciones existentes. En 1232 el rey Luis IX llega a Angers. Enamorado del lugar, ordena la terminación del castillo. La obra parece concluida hacia el año 1240. Con el paso del tiempo el castillo de Angers fue ciudadela, guarnición y cárcel.

Aún cuando el castillo de Angers es una maravilla arquitectónica en sí mismo, su principal atractivo, motivo que lleva al año muchos miles de turistas, es el famoso tapiz del Apocalipsis. Está considerado como el más grande tapiz existente en el mundo, con una longitud de 140 metros y una superficie de 850 metros cuadrados. Está formado por 6 piezas individuales, cada una de 23 metros de largo y 6 metros de alto. Cada pieza se compone de catorce escenas inspiradas en el último libro de la Biblia.

La composición de este tapiz se le ocurrió a Luis primero de Anjou en el siglo XIV. El año 1373 encargó a Nicolás Botaille la realización de un tapiz con escenas del Apocalipsis que fuera obra única. Este encomendó la tarea a uno de los grandes pintores de la corte, Jean Bondol, conocido como “Hennequin de Bruges”. Los trabajos comenzaron en 1380 y finalizaron dos años después. Luis II de Anjou mandó transportar el tapiz a la ciudad de Arles, a la orilla izquierda del Ródano. Quiso sorprender a sus invitados con motivo de su boda con Yolanda de Aragón el año 1400.

En marcha la Historia, en 1782, víspera de la Revolución Francesa, los canónigos pusieron en venta el tapiz. Para su humillación no hallaron un comprador y la obra de arte quedó arrumbada en un depósito de objetos religiosos que nadie quería. La Ley de separación entre Iglesia y Estado impuesta en Francia en 1905 obligó al clero a entregar al Estado todos sus bienes. Como hizo Álvarez Mendizábal en la España del siglo XIX, como hizo Benito Juárez en el Méjico del mismo siglo, como deberían hacer hoy, ahora, todos los gobernantes del mundo con todas las religiones; con todas.

Ya en posesión del Estado, el tapiz del Apocalipsis fue trasladado al castillo de Angers. En 1952 se construyó una sala lo suficientemente grande para albergar la famosa pintura. Dos años después el tapiz queda definitivamente instalado. Entre 1993 y 1996 el arquitecto jefe de los monumentos históricos de Francia, Gabor Mester de Parajd, da nuevos toques a la galería a fin de conservar la pintura de cualquier tipo de erosión.

Ha quedado escrito que el tapiz está formado por seis grandes piezas de 23 metros de largo y seis metros de alto.

En el lenguaje corriente Apocalipsis da idea de catástrofes, ruinas, fin de los tiempos. Pero el original griego define apocalipsis como revelación, substantivo inspirado en el primer versículo del libro. Aludiendo al apóstol San Juan, el texto dice así: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan (Apocalipsis 1:1).

El primer lienzo representa a Cristo en medio de los siete candeleros de oro y a Dios en su majestad acompañado de veinticuatro ancianos. Fielmente reproducidos están los “cuatro seres vivientes” del capítulo cuatro, representando a los cuatro autores de los Evangelios, según la interpretación clásica: El hombre a Mateo; el león a Marcos; el becerro a Lucas y el águila a Juan. Otra escena muestra a Juan llorando y al León de Judá en forma de cordero, vencedor absoluto y eterno.

El segundo lienzo traslada las imágenes a las alturas celestiales. De hecho, todo el Apocalipsis desarrolla su contenido en el cielo. El pintor evoca aquí las siete trompetas del capítulo 8, anunciadoras de tribulaciones. La multitud de los elegidos coronados de palmas que anticipa los acontecimientos anteriores dan una imagen impresionante a la tela.

El tercer lienzo dedica amplio espacio a la bestia que tiene referencias en el Apocalipsis desde el capítulo 11 al 20. El pintor mantiene en su obra la tesis de que la bestia es el imperio romano, no el Vaticano, como han interpretado algunos expositores del libro. Impresionante el cuadro de la mujer vestida del sol (12:1), que el capricho del artista identifica con la Virgen María. A su lado, la gran batalla del arcángel Miguel y sus ángeles luchando contra el dragón, serpiente antigua también llamada diablo (12:7-9).

El cuarto lienzo es, según los contemplé todos, el más poblado de imágenes. Los hombres adorando al dragón (13:3-4). El número de la bestia, 666, tan manido desde entonces a nuestros días. El Cordero en pie sobre el monte de Sión y con Él 144.000 (14:1). La gran Babilonia, ciudad prostituida, imagen de Roma (capítulos 14, 16, 17 y 18). Por oposición, el pintor destaca en lugar preferente la viña de la tierra que echa uvas en el lagar de Dios (14:19) y el río limpio de agua viva, figura del bautismo de la Gracia (22:1).

El quinto lienzo reprende y precisa las terribles plagas anunciadas por las trompetas. El castigo final comienza. El artista vertió su mejor talento al plasmar en el lienzo la literatura de los ángeles que San Juan describe en los capítulos 14,15 y 16 del enigmático libro. El primer ángel derrama su copa sobre la tierra y provoca una úlcera maligna. El segundo derrama la copa sobre el mar y las aguas se convierten en sangre. También se convierten en sangre las aguas de los ríos cuando el tercer ángel derrama su copa. El cuarto ángel derrama la copa sobre el sol y quema a los hombres con fuego. La copa que derrama el quinto ángel cubre de tinieblas el reino de la bestia. El sexto ángel se acerca a tierra de Irak, donde algunos sitúan el paraíso, y derrama su copa sobre el río Éufrates. Copio literalmente: “El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está” (16:17).

Todas estas bellas y a la vez terroríficas imágenes agigantan la figura del pintor. Reproduce las cosas que tiene delante escritas en libros, aún sin comprenderlas. Divina pintura - decía Menéndez Valdés – ilusión grata de los ojos y el alma.

En el sexto y último lienzo de este enorme tapiz, el artista pinta la victoria final. Babilonia en ruinas. Jinete montado sobre un caballo blanco seguido por ejércitos celestiales “vestidos de lino finísimo, blanco y limpio”(19:14). La muerte y el Hades son lanzados al fuego. Resurrección. El tabernáculo de Dios con los hombres. El triunfo de Dios y del Cordero. La nueva Jerusalén que desciende del cielo “dispuesta como una esposa ataviada para su marido”. La raíz y el linaje de David, Cristo, estrella resplandeciente de la mañana, deliciosamente reproducida en la tela, ajustando en el mejor orden los pensamientos, las formas y los colores.

Lo repito para quien le interese. Sólo para contemplar este lienzo sobre el Apocalipsis, del que he ofrecido aquí pocas y pálidas imágenes, único en el mundo, merece la pena una visita al castillo de Angers, desde cualquier lugar de la tierra.

A la salida, no muy lejos, están los restaurantes siempre dispuestos a servir pequeños mejillones al vapor, con salsa de aceite, vinagre y cebolla, acompañando el plato con abundantes patatas fritas, cortadas finamente. Y vaso de vino blanco de la tierra, muy frío.
 

 


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