El Secularismo de la sociedad española la ha llevado a la búsqueda de experiencias religiosas alejadas de las creencias del Cristianismo tradicional. Esto nada tiene de extraño. “El incrédulo es quien más cree”, escribía Pascal. Cuando se dejan las fuentes de agua viva se intenta apagar la sed de lo sobrenatural en cisternas rotas que no retienen agua.
En los últimos años, coincidiendo con la apertura religiosa inaugurada por la Constitución, se han instalado y desarrollado en España nuevas formas de expresión religiosa a las que tanto católicos como protestantes dan en llamar sectas.
El llamado fenómeno de las sectas se ha exagerado sensiblemente.Emisoras de radio y de televisión, periódicos y revistas, libros y panfletos, haciendo el juego a organizaciones e instituciones interesadas en el monopolio de las creencias, traen alarmada a la sociedad española.
Sin querer minimizar el problema, digo que las sectas no representan peligro alguno. O, en todo caso, rizando el rizo, un peligro menor en comparación con el que supone el ocultismo en sus diversas manifestaciones.
Las estadísticas más interesadas en promover la alarma no otorgan más de 150.000 miembros a todos los nuevos movimientos religiosos considerados como sectas.
¿Qué representa esa cifra frente a los cuatro millones de españoles que practican alguna forma de ocultismo?
Para atender la creciente demanda hay en España 75.000 videntes, astrólogos, cartománticos, quirománticos, parapsicólogos y demás explotadores de las llamadas ciencias ocultas. Estos vividores del engaño suelen cobrar tarifas que van desde los 500 a los 3.000 euros.
Y aquí no se trata de supuestos jóvenes inquietos enganchados a las sectas. Los clientes principales de la videncia son mujeres y hombres de la alta sociedad: políticos, empresarios, profesionales de todas las ramas del saber, gente de la música, del cine, del teatro y del espectáculo en general.
Más que las llamadas sectas, es el ocultismo el que debe preocuparnos. Porque en tanto que a las sectas se las persigue, el ocultismo se anuncia libremente en televisión, en radio y en prensa.
HEDONISMO
Otra característica de la sociedad española de este siglo es el Hedonismo.
Los filósofos griegos de los siglos IV y V antes de Jesucristo, quienes decían que “el hombre es la medida de todas las cosas” y exaltaban el placer carnal como suma expresión del bien, tienen millones se seguidores en España.
Para el ya citado catedrático de psicología, Enrique Rojas, el hedonismo que se vive en España tiene tres dimensiones.
Una, el materialismo en su doble manifestación. Por un lado, el materialismo popular que todo lo reduce a las ofertas de la tierra: “más vale pájaro en mano que cien volando”. “Después de mí, el diluvio”.
Por otro lado, el materialismo llamado científico, heredado de los griegos y reescrito por Carlos Marx. No hay en nosotros signo alguno de espiritualidad. Estamos compuestos de átomos materiales y los átomos se descomponen y desaparecen definitivamente en la muerte. No hay vida de ultratumba porque no tenemos alma.
Dos, el consumismo. Para Rojas, la carrera hacia el consumismo que ha emprendido la sociedad española es otra expresión del hedonismo.
Los medios de comunicación nos bombardean con insistencia: compre, coma, beba, vista, goce, diviértase, viaje. Gaste, compre, invierta, gaste, compre, viva.
El ansia de consumir nos está volviendo locos y dando lugar a depresiones y enfermedades mentales.
Tres, el placer por el placer. El siglo XX alumbró un nuevo “Leviatán”. Una sociedad monstruo, materialista y utilitaria, dominada por los placeres del cuerpo. Una sociedad que glorifica la carne entre cánticos profanos. “Vivimos en un mundo de bárbaros”, dijo el prestigioso psicólogo José Luis Pinillos. El refinamiento del cuerpo se ha impuesto al concepto de alma. Como en el poema de Walt Whitman, al hombre de hoy le aburre discutir sus deberes para con Dios y le enloquece la manía de poseer cosas que le hagan feliz los cuatro días de vida que tiene en la tierra.
“Lo moderno –dice el periodista Manuel Vicent- lo actual, consiste en llegar completamente agotado a la sepultura después de haber convertido la vida en una feria de juguete. Pilotar como un bólido el propio cuerpo para recibir todos los placeres vertiginosamente por cada uno de los orificios que tiene nuestra carne y al final de esta ráfaga vislumbrar una lápida y aplastar contra ella el carnet de identidad con un golpe mortal”-
En una sociedad hedonista no hay lugar para Dios. Los dioses de Occidente son el alcohol y la droga, el sexo y el consumismo, el jolgorio y la orgía, la lascivia y el placer. Aquí no hay más dios que el cuerpo ni más gloria que la carne.
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