Mi estimado amigo: Tú eres libre para negar la existencia de Dios, pero no puedes negarte a ti mismo. Podrás decir que Dios es un mito, que es un invento de las religiones, que ha sido creado por el sentimiento religioso del mismo hombre, y todo lo que quieras. Pero sería absurdo decir que tú eres un fantasma, que no existes sino en la imaginación de los demás, que eres un ser irreal.
Y quiero preguntarte: Si Dios no existe, ¿quién te ha creado a ti? ¿De dónde procedes? ¿Cómo has venido a la existencia? ¿Cuál fue el origen del primer hombre? No te encojas de hombros. Sacúdete la indiferencia. Plantéate estas preguntas. Piensa. Busca soluciones convincentes, pero empieza por convencerte a ti mismo. Con decir que no te interesa el problema, no has resuelto nada. El misterio del origen del hombre, de tu origen, seguirá siendo un enigma para ti en tanto no le des la adecuada solución.
Si no aceptas la verdad bíblica, que la ciencia ha confirmado, que el hombre fue creado por Dios, te ves obligado a admitir la teoría del transformismo evolucionista y creer que desciendes de un animal inferior y anterior al hombre, el cual ha ido evolucionando hasta llegar a producir estos bellos ejemplares humanos que caminan a dos patas por las calles. Es decir, que si en tu cerrada actitud atea y materialista te niegas a admitir a Dios por Padre, tienes que declararte hijo de un animal que empezó arrastrándose y que por fin puede mirar á las estrellas. Esto último, desde luego, no resulta nada confortable, como puedes imaginar.
Te supongo enterado de este triste origen que nos atribuyen los padres del evolucionismo histórico. A la cabeza de éstos yo colocaría al naturalista francés Lamarck, muerto en 1829, seguido en el tiempo, pero mayor en importancia, por otro célebre naturalista inglés, Darwin, quien renovó, perfeccionó y completó la teoría de Lamarck en su conocida obra EL ORIGEN DE LAS ESPECIES POR LA ELECCIÓN NATURAL. A estos dos nombres hay que unir el del filósofo y sociólogo inglés Spencer, muerto en 1903, o sea, veintiún años después que Darwin, y Haeckel, también filósofo y naturalista alemán, muerto en 1919.
Según estos autores, existió en algún momento una célula marina que saltó a tierra y fue evolucionando hasta llegar al gorila y de aquí al hombre.
¿Te satisface? ¿Estás conforme? ¿Te das cuenta del desvarío a que llegamos cuando negamos la existencia de Dios?
Quiero advertirte, para que desaparezcan tus posibles ilusiones, que la evolución no pasa de ser una teoría, y que además está en franca decadencia. La antropología moderna ha llegado a la conclusión de que el hombre es una especie distinta completamente y que no ha podido evolucionar de un animal inferior. Por mucha que sea la semejanza entre el mono y el hombre, el mono más inteligente es eso, un mono, limitado a su especie y género, mientras que el hombre más bruto será siempre un ser racional, creado a imagen y semejanza de Dios.
Ya en los tiempos de Darwin, cuando la teoría de la evolución hacía furor en todas las capas de la sociedad, el catedrático de Gegnosia, Oscar Fraas escribió estas dramáticas palabras: «Fijar el origen del género humano en una de las especies de mono, es el mayor desvarío que jamás se ha ideado acerca de la historia de la Humanidad y merece que se inmortalice en una nueva edición del LIBRO DE LOS DESATINOS DE LOS HOMBRES. La ridícula idea de semejante origen no puede apoyarse en género de hechos científicos. Por consiguiente, dejemos tranquilamente al gorila en los pantanos tropicales de Gabón-Gina, único sitio de nuestro planeta donde se encuentra. Las pruebas de consanguineidad de ese y de todo animal inferior, con el hombre, faltan hoy día de la fecha de un modo completo, total y absoluto”.
Entre la teoría de la evolución y la verdad bíblica existe, además, otro imposible: La evolución dice que el hombre es un animal que se ha venido regenerando en el tiempo; la Biblia, por su parte, afirma que el hombre fue en su origen un ser puro, moralmente perfecto, a quien el paso de los siglos ha venido degenerando moral y espiritualmente. La evolución dice también que el hombre ha ascendido en su estado físico y moral; la Biblia afirma que, por el contrario, ha caído de estos dos estados.
No creas, amigo ateo, que resulta fácil aceptar tu teoría sobre el origen del hombre. Eso de que una célula que no se sabe de dónde salió, un animal que evoluciona hasta llegar al mono, un mono que se convierte en hombre pasando del estado irracional al racional, resulta, francamente, complicadísimo y no hay fe que aguante la prueba.
Yo tengo para ti algo mejor, algo menos complicado, al alcance de la fe más débil y hasta mucho más cerca de la razón que tu teoría evolucionista. Tengo para ti la verdad bíblica, el relato inspirado del Génesis, donde Dios mismo te dice llanamente, sin caer ni en un solo error, cómo creó al hombre.
En el Génesis tenemos dos narraciones distintas sobre la creación del hombre. La primera se encuentra en el capítulo uno. El sexto «día» de la creación, cuando ya han aparecido los seres que componen el universo, le llega el turno al hombre. El texto bíblico dice: «Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda la tierra, y en todo animal que anda arrastrado sobre la tierra. Y crió Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo crió; varón y hembra los crió.»
La segunda narración está en el capítulo dos, donde el autor bíblico empieza a contarnos la historia de las relaciones entre el hombre y Dios. Dice: «Formó, pues, Jehová Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre en alma viviente.»
El primer hombre tiene una doble procedencia, material y espiritual. Dios podría haber cogido a uno de animales más desarrollados, dotarlo de vida racional y convertirlo en hombre. Pero no lo hizo. El texto del Génesis es contundente. El hombre fue creado personal, independiente completamente de los otros seres de la creación. Dios, como un alfarero, moldea una figura de barro y cuando está terminada insufla en su nariz un soplo que la convierte en ser viviente. El cuerpo del hombre no procede de ningún animal ya creado ni tampoco de un ser angélico. Tiene un origen material independiente. «Del polvo de la tierra». Rendle Short, que fue profesor de Cirugía en la Universidad de Bristol, dice: «Esta declaración es científicamente exacta, porque los trece elementos que componen el cuerpo humano se encuentran en la tierra.»
Fíjate en un detalle, amigo ateo, que considero importante como refutación de la teoría evolucionista: Se dice en la Biblia que el hombre vino a ser persona viviente cuando Dios insufló en su nariz soplo de vida. Hasta entonces había sido simple materia, materia muerta. Esto te demuestra que el elemento material con que Dios formó al hombre no pudo ser nunca el cuerpo de un animal más o menos desarrollado.
Sobre la formación de la mujer tenemos menos datos. La Biblia dice que «Dios hizo caer sueño sobre Adán y se quedó dormido; entonces tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre».
Los biólogos antiguos se preguntaban qué proceso siguió Dios para el desarrollo del cuerpo de Eva hasta completarse desde una simple costilla. La Biblia no lo dice y hemos de respetar el silencio. Dios dispondría de mil formas distintas para llevarlo a cabo. Lo interesante aquí es observar que el cuerpo de Eva no tiene relación alguna con el reino animal. Procede directamente del hombre, que ya era una especie distinta y superior. Tanto, que cuando los animales desfilan ante Adán, éste no encuentra en las hembras ninguna que le satisfaga. Las contempla inferiores en todos los órdenes y aspira a un ser de su propia naturaleza. Es el golpe mortal contra el transformismo evolucionista. El hombre no puede descender de un animal inferior, porque allí tenemos a Adán rechazando a todos los animales.
Cuando Dios le presenta la nueva criatura que había formado para él, exclama gozoso: «Esta es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada varona, porque del varón fue tomada.» Aquella mujer era diferente de todos los animales existentes.
Hueso y carne, juntamente con la sangre, son los elementos bíblicos que componen el cuerpo material del ser humano. A esto se le añade el espíritu, el soplo divino que hace del hombre un alma viviente y el resultado es la criatura humana hecha a imagen y semejanza de Dios.
Esta semejanza, como lo explica el teólogo suizo René Pache, estriba en que
Dios dotó al hombre «de espíritu, a fin de que pudiese comunicarse con Él; de inteligencia, para que pudiese comprender sus obras y su revelación; de conciencia moral que le guiase por el camino del bien; le dotó de una voluntad propia, para que pudiese elegir libremente; puso en él sentidos, para admirar las bellezas de la creación, y le dotó, en fin, de un corazón que le permitiese amar a su Creador».
Todos estos atributos son espirituales y no los poseen ni jamás los han poseído los animales, ni siquiera los más desarrollados. Son exclusivos del hombre, de ti y de mí, y por ellos hemos de dar gracias a Dios tú y yo. Yo lo hago. ¿Y tú?
Pásalo bien.
Si quieres comentar o